viernes, 24 de diciembre de 2010

El extraño caso del hombre y la bestia (IX)


9.  LA MADRE DE LAS HISTORIAS.  Parte quinta. 

[El fin de la historia, el fin de los fines y el fin los medios.]


S
i he logrado hacerme entender hasta ahora (a veces uno no resulta tan claro como ha deseado serlo), sabrán ustedes ya que el fin último de la actividad que practicamos es el mejoramiento constante de nuestra paloma y que el medio que debemos utilizar para alcanzarlo no es otro que la competición bien entendida. Jamás podríamos mejorarla si no hubiese carreras de por medio, ya que ellas son el único banco de prueba que nos permite conocer qué clase de animales estamos efectivamente produciendo. Dije también que estando aún la raza que cada una de nuestras palomas representa (aproximadamente), en pleno proceso de formación, poco favor le haríamos a este proceso evolutivo si cada uno de nosotros se ocupara únicamente en tratar de mejorar lo que tiene y habiéndolo logrado, su esfuerzo se perdiera después inmerecidamente. La única forma que existe para conseguir que esos resultados no se desperdicien, es que los criadores exitosos tengan continuadores, personas que se encuentren en condiciones de tomar la posta; que estén perfectamente al tanto de lo que tienen que hacer, no sólo para conservar ese avance sino para poder agregarle también su granito de arena perfectivo. (No me refiero a lo que se hace a menudo para ver si se puede aprovechar durante un tiempo esas palomas.) Yo creo que la inmensa mayoría de los que crían palomas de carrera sólo están interesados en “jugar”, en divertirse a costa de ellas, en competir en la forma que ellos creen que es la que más les conviene a ellos y no a las palomas y, en el peor de los casos, porque también esto sucede, en servirse de las innumerables oportunidades que este quehacer les brinda para soltarle la rienda a la bestia[1] que llevan adentro, para dañarse a sí mismos y también a los otros. Odiar, enemistarse y pelearse con los demás, querer “matarlos a palomazos”, cortarles el gañote, romperles el trasero, ésa es su manera de concebir ese juego. A veces pienso que esas personas deberían practicar un “deporte”[2] más rudo, uno de esos de toma y daca, con abundante efusión de sangre, como el boxeo, por ejemplo. Pero me deshago prontamente de la estúpida idea, porque no me parece que vayan tampoco a respetar sus reglas, ya que hasta en esa distracción inhumana y retrógrada, ellas tienen en cuenta que los que se agreden son siempre rivales, jamás enemigos. Y campean también en nuestro “deporte” (a eso creen que se reduce todo) los que dicen amar a las palomas pero que no las quieren en absoluto, porque si las apreciaran como dicen, no las cosificarían[3], no las tratarían con tanta desconsideración, salvaje e inmisericordemente. Habida cuenta de esto es que pienso también, a veces, incómodamente, que si la Sociedad Protectora de Animales se diera cuenta algún día de lo que hacemos algunos “colombófilos” con nuestras “queridas” palomitas, nos veríamos en serios problemas. Lo primero que debieran saber los recién venidos que dicen tener interés en convertirse en “colombófilos”, es que no somos tales, sino criadores de palomas de carrera; que éstas son originarias de Bélgica y que no son “mensajeras”. Que si las corremos, no es para tratar de agigantar nuestro ego ni para sentirnos mejores que los demás, ni para mandar nuestras palomas al muere descaradamente, ni para odiar a nuestros ocasionales contrincantes. Que es para seleccionar las mejores de ellas y seguir así perfeccionando nuestra raza, porque ella está aún en proceso de formación, y que no nos importa cuánto tiempo más nos pueda demandar (nosotros no lo veremos) el llegar a ese hipotético punto en que podamos sentirnos  satisfechos de haberla llevado casi hasta la cumbre. Que si lo que únicamente quieren ellos es correrlas a como dé lugar, van a ir directamente al fracaso, porque no se trata de conseguir que alguien les obsequie algunos ejemplares (¿buenos?) y hasta varias parejas (¿pegadas?) si se diera el caso[4]; sacarles unos pichones (a la buena de Dios) y mandar sus descendientes, bien o mal criados y/o entrenados, a la cancha. Antes de eso, hay que conocer un montón de cosas, empezando quizá por la historia de estas palomas singulares, y me refiero con esto, claro está, a la verdadera historia de las mismas y no a la de Noé y la paloma del arca, o a la de las palomas mensajeras circunstanciales que actuaron en Módena y en Leiden, o a las propiamente dichas de Nur al Din, porque ellos deben saber muy bien, necesitan estar completamente seguros, acerca de cuál es la real identidad de la paloma que van a manejar (y que mejor sería que aprendieran después a conducir.) Tienen que saber que ella no es “mensajera” ya que van a tener que actuar en consonancia con lo que ella es exactamente. Todos sabemos (rectifico, todos debiéramos saber) a qué me estoy refiriendo cuando digo que hay un montón de cosas que tendrían que saber los futuros colombicultores (aquellos tontitos --nosotros también lo fuimos al empezar-- que desean nebulosa, cándida, infantilmente, dedicarse  al cultivo de la paloma de carrera para tener un simple pasatiempo), y que deben saberlas no solamente por arriba, sino profundamente. Enumerarlas me llevaría ahora demasiado tiempo, porque cada una de ellas merece, además, una buena explicación, y amén de eso, mucho más espacio del que yo dispongo aquí. Preferiría por lo tanto, emplearlos en hablar en esta oportunidad de una sola de ellas, que para mí es esencial: la zootecnia aplicada a la clase de colombicultura[5] que nos es inherente. No se puede hacer colombicultura en nuestro ámbito, si no se conoce al menos lo básico de esa rama de la Biología, que se ocupa del estudio de la cría y explotación de los animales domésticos. Nada bueno se puede esperar de un criador de palomas de carrera si no sabe qué es una especie, una variedad, una raza, una subraza, una familia, una estirpe, tribu o casta. Si no sabe nada acerca de los métodos de reproducción. Si desconoce qué es la dinámica funcional. Si no alcanza a advertir que entre las aptitudes que deben tener nuestras aves se encuentran también la rusticidad y la resistencia a las enfermedades (y esta última, especialmente.) Si ignora qué son la selección, la consanguinidad, el cruzamiento, la mestización y la hibridación. Si no tiene idea de que la selección artificial no debiera ser entre nosotros empírica, sino metódica, es decir, científica, y que ella puede practicarse de una manera conservadora o progresista; primero, para fijar tipos y caracteres y segundo, para mejorarlos. Que existen dos tipos selección a nuestro alcance: la que se basa en los principios genéticos (herencia), que toma en cuenta cuáles son los animales que producen la mejor descendencia, y la individual, que se ejerce tomando en consideración las características morfológicas y fisiológicas que aquellos manifiestan… y que ambas son concurrentes. También debieran saber qué clase de deporte es el que practicamos (el para qué ya lo he manifestado), pero a eso me referiré en el siguiente comentario.



Agradeceré citar esta fuente.


[1] Si todos fuésemos así, el título de estos comentarios debería de haber sido: “El extraño caso de la bestia y la paloma”.
[2] ¿Saben qué clase de “deporte” es la parte de nuestro quehacer que justifica el medio que tenemos de tratar de mejorar nuestros volátiles?
[3] El término significa convertir algo en cosa. Reducir a la condición de cosa aquello que no lo es, como ocurría con el esclavo en el régimen de esclavitud.
[4] Muchos dicen “no doy, no presto, ni vendo”, porque dudan de que vayan a parar en buenas manos.
[5] Algunas personas hablan de “colombocultura”, pero la Real Academia sólo ha consagrado hasta ahora la que aquí vengo empleando y que me parece, por otro lado, perfecta. La define así: Colombicultura: “Arte de criar y fomentar la reproducción de palomas.”

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