martes, 13 de abril de 2010

Las mensajeras de Mutina

Extractado del libro de mi autoría: “La Verdadera historia de las palomas mensajeras” (Un cacho de Colomb & Cultura.) Agradeceré citar la fuente

Cómo vino a ocurrir la cosa

Las averiguaciones que vengo realizando de un tiempo a esta parte para tratar de establecer la antigüedad que podrían tener las palomas mensajeras propiamente dichas, me han permitido descubrir que quienes se dedicaron a estudiar este atrapante asunto, le adjudicaron gratuitamente esa filiación a muchas palomas que sólo se desempeñaron temporalmente como tales en el marco de circunstancias forzosas muy especiales y concretas, como ocurrió con las del sitio de Mutina.
Como he manifestado en cuantas oportunidades tuve necesidad de hacerlo para aclarar bien las cosas, para mí son mensajeras “auténticas” o “profesionales”, aquellas que en el pasado ejercieron efectivamente esa función durante un período lo suficientemente prolongado en el tiempo como para que pudiesen hacerse realmente acreedoras a esa denominación.
No quiero significar con esto que las palomas que en jamás tuvieron ese oficio no se hayan convertido en mensajeras circunstanciales, casuales, fortuitas, improvisadas, momentáneas, precarias, transitorias, efímeras o limitadas (como quiera que corresponda llamárselas teniendo en cuenta cada caso en particular), al ser usadas como tales, porque es evidente que se convirtieron inmediatamente en eso al ser utilizadas para llevar mensajes, sino que no tenían esa aplicación con anterioridad a eso ni siguieron actuando de esa manera una vez que la necesidad desapareció.
Además, en la inmensa mayoría de los casos, no pertenecieron a ninguna de las razas que fueron oportunamente elegidas, cultivadas y entrenadas para llevar a cabo habitual e idóneamente aquel delicado servicio.
Si bien son muchos los casos que he podido detectar relativos al uso de esas mensajeras fugaces, entre las cuales se halla la paloma del arca de Noé, para mí la impropiedad más notoria y fácil de verificar, entiendo que el que voy a comentarles ahora me servirá perfectamente para poner de relieve cómo es que en éste y otros casos menos evidentes, se han podido generar tantos lamentables yerros y tergiversaciones.
(La historia de las palomas mensajeras propiamente dichas no puede construirse apelando a meros pareceres ni adulterando los hechos.)
Conforme anuncio en el epígrafe, lo que pasaré a contarles seguidamente tiene que ver con las palomas que se utilizaron como mensajeras durante el sitio de Mutina, ocurrido hace 2053 años, en el 43 antes de Cristo.
Para la mayoría los cronistas que se ocuparon de comentar este acontecimiento, ellas eran mensajeras genuinas. Pero ¿lo eran?
Para otros, aparte de serlo, fueron (o podrían haber sido) las primeras que los romanos usaron en el arte de la guerra, y de esa exitosa experiencia se habrían valido para generalizar su uso, al menos en dicho ramo. ¿Fue así?
Basándose en esas presunciones no debidamente comprobadas, anunciaron al mundo que durante el siglo anterior al inicio de la era cristiana, los romanos utilizaban sistemáticamente estas aves legendarias en las operaciones militares.
¿Estaban en lo cierto? Veamos qué es lo que ocurrió en realidad.

El que las hace las paga

Para que podamos introducirnos mentalmente no sólo en la época sino también en los diferentes lugares en que este acontecimiento histórico comenzó a gestarse y llegó finalmente a producirse, debo decirles primero que nada que la Mutina de esta historia ya no existe.
En el lugar donde ella estaba emplazada se yergue hoy ufana Módena, un importante centro agrícola e industrial del norte de Italia. Imbricada en la región de Emilia-Romaña, comenzó a ser una colonia romana en el siglo II antes de Cristo.
A pesar de esta circunstancia y salvo que cite textualmente lo expresado por otros escritores, seguiré mencionándola aquí de la antigua manera, por la simple razón de que lo que voy contarles acerca de estas aves tuvo lugar en aquella extinta ciudad y no en la que ocupó después su sitio.
Permítanme, pues, comentarles que la historia de esas palomas comenzó a plasmarse (si es que los acontecimientos pudiesen de veras iniciarse en algún punto determinado del tiempo y del espacio), cuando el glorioso general y político romano Cayo Julio César (100-44 a.C.), fue alevosamente asesinado en el Senado romano el 15 de marzo del 44 a.C.
La confabulación para eliminar traicionera y violentamente al dictador vitalicio fue encabezada, entre otros, por Marco Junio Bruto, Décimo Bruto y Cayo Casio Longino, personajes históricos éstos que en mayor o en menor proporción tuvieron que ver con la utilización de las aves de referencia.
Marco Junio Bruto (c. 85-42 a.C.), que había sido gobernador de la Galia Cisalpina en el 46 a.C. y fue nombrado pretor de Roma dos años más tarde, después de haberse consumado el sangriento apuñalamiento huyó a Macedonia, donde reclutó un ejército entre los griegos, hecho lo cual se unió en Asia Menor al general Cayo Casio Longino, dispuesto a luchar e incluso a morir por la República.
Y aunque triunfó al poco tiempo de eso en la batalla de Filipos (42 a.C.), una antigua ciudad de Macedonia emplazada cerca de la costa del mar Egeo (en las proximidades de la actual ciudad griega de Cavalla), veinte días más tarde resultó derrotado por el general romano Marco Antonio (c. 83-30 a.C.) Conociendo el destino que le esperaba, se quitó la vida.
Cayo Casio Longino, era un político y general romano que se había distinguido guerreando contra los partos (53-51 a.C.) Tras el magnicidio, reclutó también un ejército para luchar contra Marco Antonio y, más tarde, contra el triunvirato formado por éste, Octavio y Marco Emilio Lépido.
Junto con Marco Junio Bruto y otro de los conspiradores, llamado Publio Servilio Casca, aquel “Casio”, como suelen llamarlo corrientemente los historiadores para desembarazarse olímpicamente de obligación de repetir tantos nombres y hacérnoslos confundir después a todos, asedió a las fuerzas comandadas por ese entonces por Marco Antonio y Octavio, el futuro emperador Augusto.
Al resultar derrotado en la citada Filipos, donde antes había triunfado su cómplice Marco Junio Bruto, esperó un poco más que aquel para tomar la fatal decisión, pero también se quitó la vida.
En cuanto al otro conjurado, Décimo Bruto, ocupó Mutina al mando de un ejército con el propósito de oponerse a Marco Antonio, en momentos en que éste se estaba dirigiendo con su ejército hacia la Galia Cisalpina, una región ubicada en el norte de la actual Italia.
De modo que Marco Antonio, apenas pudo, estableció un férreo cerco alrededor de la misma y pugnó denodadamente por tomarla, pero Décimo Bruto se había fortificado tan bien en ella que todos los intentos por rebasar sus defensas resultaron estériles. Para colmo de males, al cabo de poco tiempo apareció en escena el ejército comandado por un tal Hirtius, el que se ocupó de hostilizarlo permanentemente.
Así que en abril del año antes citado, rodeado de enemigos por todas partes y sin esperanza alguna de poder entrar en Mutina, Antonio se vio en la necesidad de conducir su ejército en retirada hasta la Galia Meridional (cruzando a tal efecto los Alpes), donde se reunió con Marco Emilio Lépido (c. 90-13 a.C.), que volvía de España al frente de su ejército.
Y vino a acontecer luego que al ordenársele a Antonio que persiguiera a Décimo Bruto, éste fue abandonado por sus legiones y tuvo que emprender la huída, pero más tarde fue ejecutado por dicho general, en cuyo poder había caído gracias a la intervención de Capeno, un integrante de la tribu celta de los secuanos.

El personaje que echó a rodar la bola

En lo que atañe a Plinio “el Viejo” (c. 23 d.C.-79), cuyo nombre completo era Cayo Plinio Segundo, había nacido en Novum Comum, un poblado de Italia septentrional, fundado y fortificado por los romanos, hoy denominado Como, el que se ha convertido en la ciudad capital de la provincia homónima, en la región de Lombardía.
Como escritor y enciclopedista, fue la máxima autoridad científica de la Europa antigua. Pero el caso es que muchos de nuestros contemporáneos lo recuerdan más que nada porque perdió trágicamente la vida en aras de la ciencia.
En efecto, falleció el 24 de agosto del año 79, cuando tuvo lugar una fortísima explosión en el Vesubio, el tristemente célebre volcán europeo, situado en el sur de Italia, en las cercanías del golfo de Nápoles y de la ciudad del mismo nombre.
La fuerza del estallido fue tan poderosa que voló la parte superior de la montaña. Las cercanas ciudades de Herculano, Pompeya y Stabiae, fueron arrasadas por una lluvia de cenizas y lodo, lo que causó la muerte a unas 2.000 personas.
Plinio se encontraba justo en ese momento en el cabo Miseno, cerca de Nápoles, al mando de la flota romana de Occidente. No queriendo desperdiciar la magnífica oportunidad que se le brindaba de observar de cerca el conmocionante espectáculo, atravesó a toda prisa el citado golfo rumbo a Stabiae (hoy Castellamare di Stabia), situada a unos 35 kilómetros de donde se encontraba, donde sucumbió al quedar expuesto a los vapores venenosos de la erupción.
Según afirman una y otra vez los historiadores de las palomas mensajeras, en su “Historia Natural” (enciclopedia que dicho sea de paso consta de 37 volúmenes y es la única de las obras de su autoría que aún se conserva), este Plinio habría comentado que ciertas anónimas palomas cumplieron un importantísimo papel como mensajeras cuando en el 43 antes de Cristo Mutina fue sitiada por las aguerridas legiones de Marco Antonio.

El imperfecto pero ventajoso enlace concertado entre Hirtius y Décimo Bruto

El destinatario de esas probablemente inaugurales comunicaciones aladas era Décimo Bruto y el sagaz remitente de las alentadoras noticias que le permitían sostenerse animosamente en esas apretadas circunstancias, era el cónsul romano Aulus Hirtius (Ca. 90-43 A.C.), a quién, siguiendo el ejemplo de los ahorrativos historiadores, llamaré en adelante, como lo hice al citarlo tangencialmente más arriba, simplemente Hirtius.
Inicialmente seguidor de Marco Antonio, había sido persuadido por Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.), el célebre escritor, político y orador romano que la historia recuerda como el disertante más elocuente de esa parte del globo, para que, como aún se estila hacer en todas partes y especialmente aquí, cambiara provechosamente de bando, ofreciendo en este caso su lealtad al partido senatorial.
Después de haber seguido al pie de la letra el interesado consejo del autor de las Catilinarias, marchó con un ejército a ocuparse de Marco Antonio, que a esta altura de los acontecimientos lidiaba bravamente intentando acabar con la ocupación de Mutina por parte de Décimo Bruto.
Dicen los historiadores que en concierto con Octavio y por obra y gracia de esos tejemanejes políticos que nunca acaban de sorprendernos, Hirtius obligó a Antonio a retirarse en la forma que he dejado dicha, pero que resultó muerto alrededor del 25 o el 27 de abril.
Al contrario de lo que le ocurrió con éste, los principales homicidas de Julio César fueron, vieron y perdieron.

Dimes y diretes

Hecha ya (y muy sucintamente por cierto), la relación de los principales acontecimientos que desembocaron en el sitio de Mutina, pasaré a referirme ahora a las palomas de marras, aclarando, por las dudas, que como no he tenido oportunidad de leer la voluminosa obra de Plinio --o cuando menos la parte aquella donde describe este incidente-- y debido a que son innumerables los comentaristas que lo citan a propósito de ese lance y todos (o casi todos), relatan los hechos de manera bastante diferente y agarrándolos incluso de los pelos; para tratar de establecer medianamente qué es lo que podría haber señalado aquel a ese respecto, no tuve más remedio que confrontar los dichos de cuantos que me fue posible consultar.
De manera que las conclusiones que pueda sacar acerca de este suceso bien pudieran resultar erróneas, ya que las fuentes de que pude servirme para estudiarlo no son enteramente confiables ni coincidentes. Todos dicen que Plinio dijo esto o lo otro, ¿pero qué es lo que dijo él realmente?

El poco creíble anonadamiento de Plinio

Lo primero que eché de ver, fue que esta, al parecer, inédita forma de comunicarse a través del aire con palomas en medio de un cerco militar prácticamente invulnerable, había obligado a Plinio a exteriorizar en letras de molde la enorme impresión que habrían provocado en su ánimo tanto la eficacia conque ellas se habían comportado en la ocasión como la invaluable ayuda informativa que le habían proporcionado a Décimo Bruto para poder aguantar a pie firme las furiosas embestidas de las huestes de Antonio.
El haberle parecido aquel acontecimiento tan extraordinario y digno de encomio, me lleva a pensar que por entonces se ignoraba totalmente la aplicación que pudieran tener las palomas en las comunicaciones aéreas y más que nada en las operaciones bélicas, ya que si Plinio hubiese sabido algo sobre este particular, por mínimo que fuera, jamás podría haberse impresionado de la forma que lo hizo.
Y para el posible caso de que se hubiesen usado palomas mensajeras con anterioridad a su época, aunque más no fuese en alguno de los rincones más alejados del imperio romano e incluso como en este caso puntual, de una manera completamente fortuita, él, más que ningún otro, debería de haber tenido conocimiento de la existencia y uso de esa clase de palomas puesto que (como él mismo ponía de relieve al dedicarle esa obra al emperador romano Tito), la “Historia Natural” que había laboriosamente compaginado contenía 20.000 hechos importantes (algunos de ellos concernientes a la Etnología, la Antropología y la Zoología), extraídos de unos 2.000 volúmenes escritos por cerca de un centenar de autores diferentes.
El empleo de palomas como mensajeras en el pasado remoto (o reciente, cuando menos), debió ser uno más entre los muchos hechos dignos de mención que concitaron el interés del compilador, pero Plinio sólo recogió el que quedara dicho, acontecido sólo a poco más de medio siglo antes de que él naciera y le pareció, según se dice, inaudito.
Así que, en tanto y en cuanto no se presenten documentos que ratifiquen las presunciones de los historiadores de las palomas mensajeras, debemos entender que el valioso servicio que llegarían a prestar un día las palomas como correos aéreos, así fueran las meramente circunstanciales, no se conocía en Roma ni en su vasto imperio, antes de que el senador Hirtius se decidiera a utilizar las que ahora estamos evocando.

Lo que el tiempo se llevó

Y ya que no puedo citar textualmente a Plinio por las razones arriba señaladas, veamos qué es lo que dijeron acerca de sus dichos los autores que hasta ahora he podido consultar.
Castelló y Carreras, en su “Colombofilia…” apunta: “En el sitio de Módena por Antonio (año 43 antes de J.C.) dio lugar a que [las palomas mensajeras] se aplicaran al arte de la guerra. El cónsul Hirtio pudo así comunicarse con Décimo Bruto, defensor de la plaza, por medio de misivas atadas al cuello de las palomas, y a este episodio se cree que hace referencia Plinio el Viejo cuando en su Historia Natural se lamenta de que de nada sirvan los medios de defensa terrestre que utiliza el hombre cuando por los aires pueden llegarle las noticias.”
En su “Manual de Colombophilie”, Denuit Grégoire apunta algo parecido: “Plinio atribuye el fracaso de Antonio en el sitio de Módena, cuarenta y tres años antes de Jesucristo, a las palomas. ¿De qué le valieron a Antonio, comenta, sus fuerzas de bloqueo y envolvimiento; para qué las redes que atravesaban los ríos, si a pesar de esto, el emisario pasaba por los cielos?”
Según Monestier, viendo que le era posible a Hirtius comunicarse con Décimo Bruto a través del aire por medio de esas palomas, Plinio había manifestado que ¿de qué le servía a Antonio su apretado cerco, la constante vigilancia de sus centinelas y las redes tendidas a través de los ríos?
En un artículo referido a “La paloma en el desarrollo de los tiempos”, aparecido en una revista Columbas (sin mencionar la fecha de impresión), en tiempos en que el imponderable Manuel Calvo era director de la recordada publicación, Oscar Gutiérrez Santillán se refiere en parecidos términos a este hecho señalando: “Plinio el Viejo ensalza el descalabro infligido a Antonio en el sitio de Módena (43 años antes de Jesucristo) gracias a las palomas.” “A este respecto dice: A pesar de que para Antonio actuaba perfectamente la línea de bloqueo, las tropas cercaban por tierra y las redes atajaban toda salida por las aguas, el emisario pasó por el cielo.”
Estanislao Guarro Vilarnau, en su obra “La cría de la paloma mensajera y de producto”, avanza un poco más en la consideración de este asunto al señalar que: Desde muy antiguo se viene utilizando a la paloma para transportar mensajes a través de las distancias. Existen pruebas de que los romanos del primer siglo ya las utilizaban, antes de la era cristiana, para enviar mensajes importantes y eludir sitios militares. Plinio dice lo siguiente: “Las palomas han servido de correo en asuntos importantes. Décimo Bruto, sitiado en Módena hizo llegar al campamento de los cónsules varias cartas que iban sujetas a las patas de estas aves. ¿De qué le sirvieron a Antonio sus trincheras, la vigilancia del ejército sitiador, y hasta las redes tendidas sobre el río, sin el correo cruzaba por los aires?”
Por su parte, un grupo de especialistas, en un libro titulado “Cómo criar las palomas”, señala que: “Al hablar del desastre de Módena, en el año 43 a.C., el historiador romano Plinio narra que las fuerzas militares que iban en auxilio de la población sitiada en la ciudad se comunicaban las intenciones de avanzar entre sí y a los defensores de la ciudad mediante el uso de palomas mensajeras.”
Tal vez todo hubiera sido más fácil para nosotros si los traductores de Plinio y los comentaristas que se refirieron a este hecho posteriormente, hubiesen consignado simplemente: “Durante el sitio de Mutina, ocurrido en el 43 a.C., de nada le sirvieron a Antonio los cuidados que había tomado para que Bruto no recibirse información a través del cerco. Hirtius pudo hacérsela llegar utilizando palomas.”
Pero así está la cosa planteada y a aquellos dichos debemos atenernos los que sólo tenemos oportunidad de aprender la historia de las palomas “mensajeras” a través de las disímiles versiones que nos han suministrado sus buenos, mediocres o malos cronistas.

Entre dudas y certidumbres

Así que como podrá observarse, aunque estos prestigiosos autores abordan un mismo tema de diferentes maneras y en contextos más o menos amplios, salvo en el caso de Castelló, que supone que podría ser aquel quien trajo a cuento dicho acontecimiento, lo que indica claramente que en lo referente a este punto estaba tocando de oídas, los demás coinciden en que la fuente de la información era Plinio y que él dijo sencillamente que a causa de esas palomas las defensas de Antonio no habían servido para nada.

El estado de ánimo de Plinio en la picota

Pero si se leen atentamente dichas manifestaciones, se echa de ver enseguida que no surge de ellas cuál era o pudo ser el estado de ánimo de Plinio al momento de relatar aquel incidente, el que, dicho sea de paso, había acontecido hacía un poco menos de una centuria, lapso éste más que suficiente como para que, si los romanos hubiesen seguido utilizando tales aves como mensajeras, esa forma de proceder se hubiera convertido en algo común y corriente y pudiese aquel, por ende, evocarla con la debida objetividad y ecuanimidad.
¿Se hallaba Plinio sorprendido, molesto o contento por el hecho de que las palomas aquellas hubieran trastornado los planes de Marco Antonio o favorecido la capacidad de aguante de su rival?
Para Castelló se lamentaba él de que las precauciones terrestres tomadas por Marco Antonio para evitar que Bruto se mantuviese informado no le hubieran servido de nada, ya que Hirtius pudo enviarle mensajes a través del aire.
Para Grégoire, sólo comentaba que de nada le habían servido a Antonio aquellas preocupaciones.
Para Monestier eso era también lo que había pasado.
Para Gutiérrez Santillán, en cambio, Plinio ensalzaba el descalabro aquel adjudicándoles el mérito a las palomas mensajeras.
Para Guarro Vilarnau, las palomas ya venían siendo utilizadas desde muy antiguo para transportar mensajes y la prueba de que los romanos del siglo anterior al inicio de la era cristiana ya las utilizaban para enviar mensajes importantes y eludir sitios militares, es el incidente mencionado por Plinio. No hay para él signos de interrogación o de exclamación que puedan resquebrajar su firme convencimiento.
Para el grupo de especialistas, Plinio narra allí tan solo que las fuerzas militares que iban en auxilio de la población sitiada se comunicaban entre sí las intenciones de avanzar (seguramente a través de mensajeros ecuestres), pero a los defensores de la ciudad les hacían llegar las novedades que se iban produciendo a través de palomas mensajeras.

El indeseable efecto de las contradicciones

Con respecto a quién se comunicaba con quién, dos son entre los antes nombrados los autores que hacen referencia concreta a este asunto: Castelló y Guarro Vilarnau.
Castelló señala: “El cónsul Hirtio pudo así comunicarse con Décimo Bruto, defensor de la plaza, por medio de misivas atadas al cuello de las palomas.” Como puede verse, no aclara si el vínculo era unilateral o bilateral.
Guarro Vilarnau apunta al respecto: “Décimo Bruto, sitiado en Módena, hizo llegar al campamento de los cónsules varias cartas que iban sujetas a las patas de estas aves.” Tampoco apunta aquella circunstancia.

Con relación a la clase de partes enviados y al lugar donde aquellos iban sujetos, son también ellos los que nos dan esa información, pero contradictoriamente.
Castelló indica que se trataba de misivas y que éstas se ataban al cuello de las aves, Guarro Vilarnau, en cambio, señala que eran cartas y que se las fijaba a las extremidades inferiores.
Si bien estas diferencias no hacen realmente al fondo de la cuestión, aquello que pudo haberlas provocado, como bien pudiera haber sido una traducción imperfecta del latín al español o no recordar muy bien al momento de asentar este dato dónde iban tales mensajes sujetos, nos privaría a priori de conocer fehacientemente qué clase de continentes servían de soportes a estos romanos para la redacción de las importantes misivas y dónde se los aferraba realmente.
Así planteadas las cosas, ninguno de los cronistas de las palomas mensajeras parece haber interpretado debidamente lo que Plinio dejó expresado allí.
De manera que para poder estar bien seguros acerca de eso, tendríamos que conseguir alguna traducción de la Historia Natural y ver dónde quedó aquello consignado y qué es lo que dijo realmente aquel autor.
La otra alternativa sería encontrar un comentarista confiable y atenernos a sus dichos.

La supuesta identidad de las palomas

Fijemos ahora nuestra atención en la circunstancia de que ni Plinio ni ninguno de los comentaristas nos informa acerca de la raza o variedad a la que pertenecían esas palomas, pero sí cuál era el papel que cumplieron en la emergencia: transportar mensajes.
De manera que si nos apoyásemos únicamente en lo que, según tales intérpretes, podría haber dejado expresado Plinio a dicho respecto, podríamos inferir (como ocurrió en realidad con todos los que se han referido a este tema a posteriori), que las columbiformes aquellas eran, fuera de toda duda razonable, mensajeras profesionales.
Y no me extraña para nada eso haya podido ocurrir, porque me consta que ellos consideran mensajeras a todas las palomas que alguna vez llevaron mensajes, incluyendo a las de carrera, mientras que yo sostengo que es necesario saber distinguir entre las que actuaron alguna que otra vez como tales y las que ejercieron realmente ese oficio.
Así que si no dispusiésemos de otros datos que los que acabo de consignar, tendríamos que concederles la razón a quienes piensan que existen pruebas irrefutables de que en el siglo primero antes de Cristo los romanos usaban palomas mensajeras profesionales en el arte de la guerra, presentando como ejemplo de ello el caso de las utilizadas durante el sitio de Mutina.
Pero ¿qué ocurriría con este férreo convencimiento si encontrásemos de pronto, por mera casualidad, el testimonio de un autor que, alejado completamente de la temática colombicultural, se hubiera referido justamente a las palomas de Mutina, ampliando considerablemente la información que poseíamos acerca de ellas?

De cómo fueron utilizadas y otras particularidades más

Pues bien, ese escritor existió y se apellidaba Frontinus, al que se lo cita indistintamente en nuestro idioma como Frontín o Frontino. Si bien tampoco nos revela él la identidad de las palomas aquellas, al menos nos pone al corriente, aportando detalles precisos, acerca de cómo fueron utilizadas en aquella ocasión.
Tres son los tratados que nos han llegado de Sextus Julius Frontinus, político y militar romano, escritor de prosa técnica, que vivió en la segunda mitad del siglo I después de Cristo. Entre éstos se encuentra Strategemata, un anecdotario redactado para los oficiales del ejército romano de su tiempo, en el que, dando ejemplos de astucias, artimañas, tretas y todas las añagazas posibles de llevar a cabo y que puedan caber dentro del concepto amplio de “estratagemas” (seleccionadas, dicho sea de paso, de la historia griega y romana), ilustraba a sus destinatarios específicos sobre los principios del arte de la guerra.
En el Capítulo XIII, bajo el título: “Sobre cómo enviar y recibir mensajes”, nos pone en contacto con las mensajeras de Mutina. Después de haber pasado revista a las siete primeras formas de llevar a cabo estas comunicaciones, en las que no figuran para nada las palomas, pasa a referirse a éstas en la octava y última ésta de la serie.
He incluido, sin embargo, lo expresado también por él en la séptima, porque interpreto que lo dicho allí nos servirá de gran ayuda para saber cómo se las arreglaba Hirtius para tenerlo a Bruto al tanto de lo que estaba sucediendo fuera de Mutina.
7) “El cónsul Hircio a menudo enviaba cartas escritas sobre platos de plomo a Décimo Bruto, que estaba sitiado por Antonio en Mutina. Las cartas fueron sujetadas a las armas de soldados, que entonces nadaron a través del Río Scultenna.”
(N. del A.) Este comentario pertenece al propio Frontino. Nótese que, como él mismo señala, las comunicaciones de Hirtius hacia Bruto a través de estos mensajeros humanos eran muy frecuentes.
Nota: Año 43 a.de C. Dión Casio, 46:36 § 4-5 : “Pero aun así, deseando al menos hacer su presencia conocida a Décimo, que él no podía entrar en tratativas demasiado pronto, al principio trataron de enviar señales de almenara desde los árboles más altos; y como él no entendió, rasguñaron unas palabras en una delgada hoja de plomo, enrollaron el plomo como un pedazo de papel y lo dieron a un buzo para llevarlo al través bajo el agua por la noche. Así Décimo se enteró al mismo tiempo de su presencia y de su promesa de ayuda, y le envió una respuesta de la misma manera, después de lo cual siguieron ininterrumpidamente revelándose todos sus proyectos el uno al otro».

(N. del A.) 1. Esto es lo que había dicho al respecto Dión Casio, no Plinio.
2. Significado de señales de almenara: Fuego que se hacía en las atalayas o torres para dar aviso de algo, como de tropas enemigas o de la llegada de embarcaciones.


8) “Hircio también encerró palomas en la oscuridad, las privó de comida, sujetó cartas a sus cuellos por un pelo, y luego las liberó tan cerca de las murallas como pudo. Las aves, impacientes por luz y alimento, buscaron los edificios más altos y fueron recibidas por Bruto, que de esa manera fue informado de todo, sobre todo después de que él puso alimento en ciertos puntos y enseñó a las palomas a bajar allí.”

(N. del A.) Este comentario pertenece también a Frontinus, no a Plinio.

Nota: Año 43 a. de C. Plinio, Historia Natural, 10:37: «Además de esto, las palomas han actuado como mensajeras en asuntos de importancia. Durante el sitio de Mutina, Décimo Bruto, que estaba en la ciudad, enviaba despachos al campamento de los cónsules, sujetados a los pies de las palomas. ¿De qué uso fueron a Antonio entonces sus trincheras, y toda la vigilancia del ejército sitiador? ¿Sus redes, también, qué él había extendido en el río, mientras el mensajero de los sitiados hendía el aire?».
(N. del A.): Esto es lo que dijo Plinio realmente al respecto en su Historia Natural, porque Frontinus cita el lugar exacto donde esta cita se encuentra escrita y dado a que hablaba y escribía en latín, no podía desnaturalizarla. Nótese asimismo que éste señala aquí que era Décimo Bruto el que enviaba aquellos despachos al campamento donde se encontraba Hirtius.

Lo expresado precedentemente por Frontinus, que como antes dije, no era colombófilo ni historiador de las palomas mensajeras, ponía claramente al descubierto unos valiosos detalles relativos a la manera en que fueron usadas dichas aves en aquella oportunidad. Habida cuenta de la importancia que revestían, no debieron de haberles pasado jamás inadvertidos a los cronistas de estas aves.
La primera revelación que él nos hace, implícitamente desde luego, es que si bien aquellos autores citaron a Plinio como la fuente de sus informaciones sobre las palomas mensajeras de Mutina, en realidad se enteraron de este lance a través del mismo Frontino o de los que escribieron acerca de lo que aquel había dicho en el citado capítulo.
La segunda se refiere a que las palomas aquellas no fueron el único medio que tuvieron para comunicarse. También usaron nadadores para pasar los mensajes a través del río Scultenna. Como vimos, Hirtius enviaba a menudo a Décimo Bruto, a través de ellos, cartas escritas sobre platos de plomo que iban sujetos a las armas de los soldados. También se cursaron mensajes escritos en láminas de plomo que pasaban de un lado al otro ininterrumpidamente. ¿Apeló Hirtius a las palomas sólo cuando el cerco se volvió impenetrable?
La tercera tiene que ver con que, entre los modos que ensayaron para tratar de establecer un nexo aéreo confiable, apelaron al que tradicionalmente utilizaron para intercomunicarse desde lugares muy distantes. Éste consistía en el uso de fuegos encendidos en lugares donde podían verse fácilmente. (Como veremos más adelante, también los británicos se sirvieron en 1588 (¡1631 años después!), de las señales ígneas para anunciar a Londres la presencia de la Armada Invencible frente a las costas de Plymouth.)
La cuarta es la que tiene que ver concretamente con las palomas aquellas. Asegura allí el mismo Frontín, según vimos, que aparte de utilizar los mencionados recursos, Hirtius se valió también de palomas, a las que, para poderlas utilizar como mensajeras, encerró en un lugar oscuro, las privó de comida, y al momento de tener que enviarlas, les sujetó cartas a sus cuellos sujetas por un pelo, y después las liberó tan cerca de las murallas como pudo. Impacientes por luz y alimento, dice, buscaron los edificios más altos y fueron recibidas por Bruto. De esa manera fue informado de todo, especialmente después de que puso alimento en determinados puntos y enseñó a las palomas a bajar allí.
Esta rara manera de proceder nos pone al tanto de que no eran ellas mensajeras propiamente dichas, sino unas palomas comunes, de raza desconocida, reclutadas por Hirtius en la ocasión para ser empleadas como tales.
Y es al cabo de esta cita cuando aparece recién el comentario de Plinio que llamó tanto la atención de los historiadores de las palomas mensajeras: “¿De qué uso fueron a Antonio entonces sus trincheras, y toda la vigilancia del ejército sitiador? ¿Sus redes, también, qué él había extendido en el río, mientras el mensajero de los sitiados hendía el aire?». Como podrá verse, se trata tan sólo de un comentario hecho como al pasar sobre la efectividad que aquella otra estratagema alcanzó. Es como si les dijera a los oficiales romanos: ¿Vieron qué buena que resultó? ¿De qué le sirvió a Antonio todo lo que hizo, si los mensajes iban por el aire?
El siguiente dato, también sobrentendido, que aquellos que sabemos algo de las posibilidades de estas aves podemos extraer de lo dicho, es que esas palomas no vivían en Mutina, porque de haber tenido allí sus palomares, al soltárselas, hubieran regresado automáticamente a la misma y no hubiera sido necesario inventar estratagema alguna ni para enviarlas ni para sacarles el mensaje. Por eso es justamente que Hirtius tenía que hacerlas hambrear en un sitio oscuro y ponerlas después en libertad lo más cerca que le fuera posible de Mutina. Con un poco de buena suerte, algunas de ellas irían a posarse sobre los edificios más cercanos y allí tendría forzosamente que mandarlas atrapar Bruto (a como fuera) para poderles quitar el mensaje.
A eso se debió también que Décimo Bruto pudiera mejorar en un momento dado la eficacia del servicio, al colocarles comida en diferentes lugares para que pudieran acostumbrarse a encontrarla allí y saciar rápidamente la imperiosa necesidad que tenían de llenarse el buche.
Y esta manera atípica de utilizarlas nos lleva a pensar también en que no pudieron ser de ningún modo nativas del lugar donde Hirtius acampaba, porque de haberlo sido, aunque las soltasen a las puertas mismas de Mutina, muertas de hambre como estaban, hubiesen regresado inmediatamente a su lugar de procedencia.
Tampoco podían ser mensajeras traídas de Roma (situada a 333 km lineales de Mutina), porque si lo hubiesen sido, una vez puestas en libertad, se hubieran dirigido prestamente hacia la capital romana.
Pudieron ser, eso sí, palomas comunes, traídas de Roma o de cualquier otra parte que no fuese la región de la Emilia-Romaña. Sólo así, al ser puestas en libertad, hambreadas como estaban, no todas, pero sí muchas de ellas, desconcertadas por el hecho de volar en un medio desconocido, podrían ir a posarse en los cercanos techos de Mutina, tanto en busca de alimento como de compañía, especialmente, en esta última suposición, si tenían la oportunidad de divisar algunas congéneres suyas alimentándose en aquellos lugares, o posadas en alguna parte o desplazándose ágilmente por el cielo urbano.
Podemos imaginar, para el caso de que la comunicación por palomas pudiese haber sido bilateral, que a Décimo Bruto no resultaría nada fácil hacerle llegar por tierra a Hirtius palomas que volaran en Mutina, fueran mensajeras o no, a fin de que oportunamente se las enviara de regreso llevando los correspondientes despachos. Para que él pudiera recibirlas, tenía Bruto que vulnerar el férreo control que ejercía Marco Antonio sobre el perímetro de la ciudad, con el consiguiente riesgo, tanto para la vida de las palomas como la de los portadores, fuesen nadadores o no.
Lo mismo tenía que pasarle a Décimo Bruto, porque para que se pudiera comunicar con éste tenía que tener forzosamente palomas que volaran en el campamento del cónsul. ¿Eran las hambreadas? ¿Las devolvería Bruto con mensajes después de capturarlas?
El problema de disponer de palomas para establecer una comunicación aunque más no fuera en un solo sentido (para lograr saber, cuando menos, qué era lo que pasaba en el exterior de una ciudad sitiada), no es fácil de resolver. Como veremos en otro lugar, durante el transcurso de la guerra librada contra los prusianos en 1870, para usarlas como mensajeras, los franceses se vieron en la necesidad de sacar de la asediada París un buen número de palomas de carrera, valiéndose de globos aerostáticos. Pero esa excelente estratagema, llevada a cabo a mil ochocientos años de distancia del cerco de Mutina, no pudo obviamente llevarla a cabo Hirtius, por la simple razón de que fue recién en 1783 cuando los hermanos Joseph y Étienne de Montgolfier, inventaron ese medio de transportación.
Por eso es que, al tanto ahora de todas esas peripecias, pienso que las comunicaciones con Mutina a través de esas mensajeras improvisadas no se realizaban en ambas direcciones sino solamente en una de ellas... y sólo cuando la suerte le prestaba a Hirtius la imprescindible ayuda.
Y como me parece que no me ha quedado nada más para adicionar, creo que sería una buena forma de ponerle fin a este kilométrico artículo si dejara flotando en el aire las siguientes preguntas: ¿De dónde venían y de qué raza o variedad eran esas mensajeras evidentemente truchas*? ¿Cuántas tenía Hirtius disponibles en aquella oscura prisión? ¿Cuántas le envió a Bruto? ¿Cuántas llegaron a su poder? ¿Cuántas fueron interceptadas? ¿Cuánto podían acercarse los soldados de Hirtius a la asediada Mutina para asegurarse de que fueran a parar allí? ¿Las corrían los de Bruto por los techos? ¿Había que matarlas para sacarles los mensajes?
Creo que jamás lograremos resolver esas incógnitas.

* En lunfardo significa "falsas"


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