domingo, 25 de abril de 2010

La paloma mensajera de los Rothschild

Extractado de mi libro "La verdadera historia de las palomas mensajeras" (Un cacho de Colomb & Cultura.) Se agradecerá citar la fuente.
Como la historia de las últimas palomas mensajeras que operaron en el continente europeo tiene muchísimo que ver con las respectivas historias de España, Austria, Francia, Bélgica y los Países Bajos, comenzaré este artículo apuntando, que a finales del siglo XVI, bastante antes de que los acontecimientos políticos desembocaran en la Revolución francesa, una revuelta dirigida contra la autoridad del rey de España (que gobernaba también en el territorio que en la actualidad constituyen los Países Bajos), logró triunfar en las provincias norteñas, lo que permitió que se convirtieran posteriormente en una república, llamada “de las Provincias Unidas”. Ella se desmoronó en 1795, cuando los ejércitos de la Francia revolucionaria fundaron en su lugar la República de Batavia. En Flandes, mientras tanto, donde se encuentra un número importante de grandes ciudades, como Amberes, Gante, Courtrai y Brujas, las cosas se fueron dando de la siguiente manera: Por el matrimonio en 1477 de María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario, con el príncipe alemán Maximiliano (después Maximiliano I, emperador alemán), todos los ricos dominios de Borgoña, excepto el ducado mismo, pasaron al control de la familia Habsburgo. Carlos, el hijo mayor de Maximiliano, heredó en 1506 los Países Bajos (donde se encontraba la actual Bélgica.) Carlos I ascendió al trono de España en 1516 y después fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V. En 1549 decretó que los Países Bajos se unieran formalmente a sus dominios españoles. En los últimos años del siglo XVI, fue devastada durante la sublevación desarrollada contra dicho dominio. Durante el siglo XVII, una parte del territorio fue conquistada por el monarca francés Luis XIV. Desde 1713 hasta las guerras provocadas por la Revolución Francesa, pasó a depender de la monarquía austriaca. En 1714, lo que restaba de los Países Bajos españoles fue entregado a los Habsburgo de Austria. Pero en el periodo napoleónico (entre 1795 y 1814), estuvo incorporado al Imperio Francés. Las carreras de palomas habían comenzado a todo esto a desarrollarse Bélgica unos diez años antes. En 1815 el Congreso de Viena unió Flandes a Bélgica y Holanda para formar el Reino de los Países Bajos. Entre 1830 y 1832, Bélgica recobró su independencia y retuvo el territorio que hoy día abarca las Flandes Oriental y Occidental, en tanto que el territorio restante quedó divido entre los Países Bajos y Francia. En el caso del sur de Bélgica, las cosas se fueron presentando de este modo: Cuando Felipe II (1527-1598), rey de España (1556-1598), el sucesor de Carlos I (V del Sacro Imperio Romano), intentó suprimir el protestantismo y establecer un mayor control comercial, provocó una rebelión en los Países Bajos, que empezó en 1566. Este levantamiento fue en parte de carácter religioso y económico, y en parte un intento por preservar las tradiciones de gobierno autónomo. Los ejércitos españoles fueron derrotados en un principio, pero la contienda continuó entre los católicos del sur y los protestantes del norte. En 1581 las siete provincias del norte (Güeldres, Frisia, Holanda, Groninga, Overijssel, Utrecht y Zelanda) declararon su independencia con el nombre de Provincias Unidas de los Países Bajos, mientras las provincias del sur (Bélgica) permanecieron leales a España. Felipe II intentó reconquistar el norte sin éxito. En 1609, al no poder alcanzar una victoria decisiva, Felipe III (1578-1621), rey de España y Portugal (1598-1621), firmó una tregua de 12 años con los rebeldes. A punto de concluir ésta, se declaró la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y los Países Bajos españoles volvieron a ser un campo de batalla. En 1635 las fuerzas de Holanda y Francia se unieron para dividir los Países Bajos españoles, pero no pudieron desalojar los tercios del rey español Felipe IV (1605-1665), el rey de España (1621 y 1665.) En 1648, una sucesiva serie de victorias franco-holandesas forzaron finalmente al monarca español a aceptar una paz separada con Holanda. El sur (los actuales Bélgica y Luxemburgo) continuó bajo el dominio español. Por el Tratado de Münster , en 1648 Holanda ganó algunos territorios en la frontera sur, concretamente Maastricht, y España acordó cerrar la navegación del río Escalda, que discurre por territorio holandés, lo que dejó a Amberes sin acceso al mar. La gran ciudad portuaria, un importantísimo centro comercial , entró en un periodo de franco declive. Francia, con una coalición de potencias europeas, continuó la guerra contra España. En 1659, por el Tratado de los Pirineos , Francia incorporó varias áreas fronterizas y posteriormente ocupó varias ciudades en los Países Bajos. Los denominados Países Bajos españoles se convirtieron así en una pieza importante de cara al siguiente gran conflicto europeo: la guerra de Sucesión Española. La Paz de Utrecht (1713-1715) dio a Francia parte de Flandes, incluyendo Dunkerque y Lille. La mayor parte del territorio, sin embargo, se convirtió en los Países Bajos austriacos, con el requisito de que sus fortalezas en la frontera francesa serían guarnecidas por holandeses. En 1744, durante la guerra de Sucesión Austriaca, el país fue ocupado por los franceses, pero volvió a Austria por el Tratado de Aquisgrán, firmado en 1748. Exceptuando esta invasión, el periodo de dominio austriaco en Bélgica fue en principio pacífico. Esta tranquilidad se interrumpió en 1781, cuando el emperador José II (1741-1790), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1765-1790), que trataba de reformar y unificar los dominios austriacos de los Habsburgo, decidió arrasar las fortalezas fronterizas y reabrir el estuario del Escalda. Rolves, uno de los cronistas de las palomas mensajeras, asevera que los primeros vuelos de las que actuaron como tales en el centro de Europa, se produjeron precisamente en 1765, año en el que, como acabamos de ver, José II fue ungido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Estos vuelos tuvieron lugar entre Hildesheim y Hannover (distantes entre sí unos 34 Km.) Pero según la opinión de algunos de sus historiadores, parece como que en la Europa occidental su utilización tuvo lugar bastante antes. Ahora bien, al reabrirse el estuario del Escalda, los holandeses montaron un bloqueo efectivo y cerraron el río al comercio. En 1787, como parte del esfuerzo que llevaba a cabo para centralizar la administración de los dominios más lejanos de los Habsburgo, José abolió la autonomía provincial en los Países Bajos austriacos. La pérdida del control local llevó a un levantamiento general que coincidió con el estallido de la Revolución Francesa. Y así llegamos al acontecimiento mayúsculo de la historia de la humanidad que marca el comienzo de la edad contemporánea. Durante su transcurso de esta edad y, más precisamente, en sus primeros cincuenta años, van a tener lugar tres acaecimientos de enorme importancia para nosotros, primero, el eclipse lento pero definitivo de las palomas mensajeras propiamente dichas; luego el advenimiento fortuito en algunas localidades de la Bélgica actual de las primeras carreras de palomas (utilizándose al efecto las mensajeras que habían quedado cesantes) y unos pocos años después, el nacimiento de los primeros prototipos de la paloma belga de carrera. Debemos tener especialmente en cuenta al entrar en este período, los acontecimientos internacionales que dejamos señalados precedentemente, porque si bien es cierto que vamos a entrar ahora de lleno en el pórtico mismo de la historia de estas proverbiales palomas, ubicando la cuna de su nacimiento en el mencionado país, no debemos perder de vista el hecho de que esta nación, para el tiempo en que tales sucesos estaban a punto a manifestarse, no había sido siempre independiente, sino que había pasado a través de diversas dominaciones extranjeras las que, naturalmente, fueron marcando en ella sus respectivas improntas históricas. Pues bien, algunas de ellas tuvieron relación directa con el surgimiento de las palomas que aquí nos ocupan. Ejemplificaremos brevemente este devenir partiendo arbitrariamente del momento en que el emperador austriaco José II decidió abolir la autonomía provincial en los Países Bajos austriacos, entre los que se encontraba incluida Bélgica. La medida dio lugar allí a un descontrol tal que condujo a un levantamiento general, el que coincidió con el estallido de la Revolución Francesa en 1789 (y que se extendería hasta 1799.) En enero de 1790. Bélgica fue proclamada República. Durante ese mismo año José II fallece y es sucedido por Leopoldo II, quien restableció el control. Es en medio de un tremendo revuelo geopolítico, donde chocan estrepitosamente las apetencias anexionistas y/o conservacionistas de Francia, Austria y los Países Bajos, que adviene en la Francia revolucionaria un acontecimiento de enorme importancia para el mundo de las telecomunicaciones y que, como no podía ser menos, generó el principio del fin de los servicios que realizaban a la sazón las palomas mensajeras. En efecto, en 1791, el francés Claudio Chappe ideó un sistema de comunicación aéreo, del tipo de los denominados semafóricos u ópticos, que comenzaría a extenderse como los brazos de un pulpo desde París hasta Ámsterdam, en los Países Bajos, pasando por Bruselas, capital de la Bélgica actual. Un año después, en 1792, Austria entró en guerra con el gobierno revolucionario de Francia, y Bélgica fue ocupada en dos oportunidades por el ejército francés. Durante 1793 es puesto en funciones el telégrafo Chappe, y como era de esperar, éste comenzó a eliminar sistemáticamente el servicio de palomas-correo en cada uno de los lugares donde se iban instalando sus estaciones transmisoras-receptoras. Estando así las cosas, el ejército francés conquistó en 1794 la próspera ciudad de Lieja, una de las ciudades donde a poco trecho iban a tener comienzo las primeras carreras de palomas, y la anexionó al territorio belga. La dominación francesa produjo enseguida a los ciudadanos belgas un enorme beneficio económico al reabrirse el río Escalda a la navegación, logrando así el resurgimiento de Amberes como centro comercial y abriendo nuevos mercados para la industria local. Bélgica fue cedida finalmente a Francia en 1797. En 1814 el país fue ocupado por los ejércitos de las naciones alineadas contra Napoleón Bonaparte. Al año siguiente se libró en suelo belga la batalla de Waterloo, cuyo resultado, según se dice, fue hecho conocer en Londres a través de una paloma mensajera. Se trata de la que, según la tradición, permitió que se acrecentara en gran parte la fortuna de la casa Rothschild durante la primera década del siglo XX, debido a que pudo llevarles tempranamente a Londres la noticia de la derrota de Napoleón en Waterloo, permitiéndole embolsar una gran cantidad de dinero mediante una pícara operación bursátil. Como al abocarnos a la tarea de escribir la historia de estas palomas nos encontramos con muchas leyendas que resultaron ser al final puras invenciones, nos propusimos averiguar qué era lo que podía haber de cierto en esta, sirviéndonos de los documentos históricos que pormenorizan cronológicamente el desarrollo de la batalla en cuestión. Así hemos llegado a la conclusión de que lo más probable es que estemos en presencia de un cuento, aunque no hay que descartar la posibilidad de que haya sucedido, después de todo, pero no de la manera simple en que se la cuenta o algunos creen que pasó. Para que aquella Casa pudiera aprovechar financieramente esa información, tendría que haberla recibido mucho antes de que el propio gobierno británico y los de sus respectivos aliados se enteraran de su desenlace y lo hicieran público. De manera que los Rothschild, de haberla conocido antes que ellos, la tendrían que haber mantenido en secreto hasta el momento mismo de poder efectuar en Londres la operación financiera que se le adjudica, cosa que no parece que hubiera sido muy fácil de lograr. Si, por ejemplo, hubiese recibido dicha novedad a últimas horas de la tarde, tendrían que haberla mantenido encerrada bajo siete candados a lo largo de toda la noche y hasta el comienzo de las operaciones bursátiles, corriendo siempre el peligro de que en el ínterin, esa información recalara a Londres por otro conducto. Se trataba de un tiempo demasiado extenso como para que se pudiera ocultar un acontecimiento de enorme trascendencia y que de todas maneras no tardaría mucho en ser conocido. Para que una paloma se anticipara a cualquier otro medio de comunicación disponible a la sazón, hacía falta que los Rothschild pudieran contar con la ayuda de varios factores predisponentes, todos de capitalísima importancia, como pudieran ser, entre otros, el poder depositar una confianza absoluta en la capacidad orientativa y la velocidad de traslación de la paloma aquella; la posibilidad real de usarla en tiempo y forma; la existencia de condiciones meteorológicas favorables a su desplazamiento; que no tuviese que volar demasiado tiempo, para minimizar los riesgos inherentes a este tipo de vuelo; la necesaria proximidad del punto de llegada con aquel en que se encontraba emplazada la bolsa londinense para no incurrir en retardos evitables; contar con el uso de una clave especial que tornara absolutamente secreto el contenido del mensaje y adoptar finalmente las providencias correspondientes para posibilitar que éste pudiese llegar únicamente a su destinatario, porque si otras personas hubieran estado al tanto de lo que aquel esperaba, o se enteraran de ello casualmente, dejaría de ser un secreto y el plan se desbarataría por completo ya que todos hubieran querido aprovechar aquella magnífica ocasión. Ahora bien: Si la paloma aquella hubiera tenido que llevar en forma directa la noticia desde Waterloo hasta Londres, tenía necesariamente que haber sido inglesa. Además, debía de estar adornada de una probada calidad en materia de orientación, velocidad y resistencia; tener experiencia en esta clase de viajes y hallarse preparada físicamente para poder cumplir esa misión. Aparte de eso, al momento de ser puesta en libertad, debía contar con el establecimiento de una conjunción perfecta entre las horas de iluminación solar disponibles y una bonanza meteorológica propicia, no siempre dables, y que esas condiciones se mantuvieran vigentes a lo largo de todo su desplazamiento y, especialmente, en el lugar donde debía arribar. De qué parte de Inglaterra era oriunda esa paloma? ¿Quién la había llevado expresamente hasta un punto determinado de la actual Bélgica? ¿En qué medio? ¿Estaba previsto soltarla desde el mismo lugar donde tendría lugar la batalla una vez que aquella concluyera? ¿Se hallaba ésta y su operador esperando ese resultado en otra parte? ¿Dónde? ¿Cerca o lejos? ¿A dónde debía llegar? No lo sabemos. Veamos ahora si estos requisitos pudieron realmente darse. En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que en la zona donde se libraría finalmente la batalla, las palomas que podrían haberse usado como “mensajeras” en aquella época, a menos que fuesen las desocupadas antes mencionadas, eran en realidad las incipientes belgas de carrera. Como se sabe, los ingleses estuvieron a punto de convertirse en los primeros palomistas del globo, e incluso con aves de su propia creación, pero no perseveraron en sus intentos a causa de los problemas que sus prototipos tenían con la niebla. En 1887, empero, volvieron a la carga, cruzando las belgas de carrera con sus dragonas, pero la batalla de Waterloo ocurrió, como vimos, 72 años antes. A lo que parece, las dragonas inglesas descendían de un mestizaje practicado entre las Carriers del Este y algunas congéneres de razas desconocidas, lo que dio lugar a las Horseman o palomas "jinetes" (extiguidas después) y éstas con otras columbas innominadas dieron lugar a aquellas. No sabemos cuánta confianza podrían haber depositado los Rothschild en una de esas mestizas (que terminaron por convertirse en palomas de exposición) para confiarle una tarea de la categoría de la que nos ocupa, pero es posible que, dada las circunstancias, pudiera merecerla ampliamente. Tampoco nos dice la tradición si utilizaron al efecto dos o más palomas, lo que hubiese sido deseable para prevenir cualquier probable extravío o pérdida del ave y/o de su mensaje; ni bajo qué circunstancias y modalidad se la pudo utilizar. Respecto al alto secreto que la comunicación requería, dicen los comentaristas oficiosos que si perdía Napoleón, el comunicador debía enviar el dibujo de una corona invertida. Cabría entonces pensar que, necesariamente y por razones de confiabilidad, sólo el emisor y el receptor tenían que conocer su significado. También que para que el disimulo rindiera cabalmente sus frutos, tanto el emisor como el receptor del mensaje debían ser integrantes de la familia Rothschild: uno que estuviera viviendo a la sazón muy cerca del teatro de las operaciones y otro que residiera preferentemente en Londres. ¿Podría haber sido así? Veamos ahora, si conforme al desarrollo de la batalla aquella, pudo intervenir en su fase final, de una manera lógica, el episodio que traemos a colación. El encuentro bélico tuvo lugar el domingo 18 de junio de 1815, en los aledaños de Waterloo, una aldehuela situada en la actual Bélgica, en la provincia de Brabante, al sur de Bruselas (de la que dista linealmente unos 15 kilómetros.) Durante todo el día 17 y hasta las primeras luces del 18, el movimiento de las tropas beligerantes se vio seriamente dificultado debido a la caída de una lluvia muy abundante y pertinaz. A las 9 de la mañana, bajo un cielo resueltamente sombrío, comenzaron a redoblar los tambores y a sonar los clarines del Ejército francés. A las 10, cesó de precipitar. Las acciones comenzaron a las 11.35, con una estratagema de Napoleón dirigida al flanco derecho de las tropas del duque de Wellinton . La maniobra no arrojó el resultado esperado y los franceses abrieron fuego entonces para debilitar el frente central aliado. Hacia las 13 horas, el emperador observó que las unidades de avance del ejército de Blücher se aproximaban por el Este y envió un mensaje al general Emmanuel de Grouchy para comunicarle la situación, ordenándole atacar a los prusianos. Mientras tanto, la caballería y la infantería luchaban intensamente junto a la sierra que ocultaba al grueso de las tropas de Wellington. A las 16 horas, cuando no hacía mucho tiempo que Napoleón había despachado un correo (a caballo) a París (son 254 Km. en línea recta, lo que supone la existencia de un sistema militar de postas ecuestres) para comunicar lo que ya consideraba un éxito seguro, las unidades de avance de Blücher, que habían esperado el momento oportuno, entraron en batalla y obligaron a los franceses a retroceder unos 800 metros. Éstos consiguieron retomar su posición tras un contraataque y los prusianos tuvieron que replegarse unos mil seiscientos metros hacia el noreste. Poco después de las 18 horas, Michel Ney , avanzó hasta el centro de las fuerzas anglo-holandesas y puso en peligro toda la línea de Wellington. Pese a esto, el general británico logró rechazar el ataque. Napoleón decidió entonces realizar, como último recurso, una ofensiva general; envió al campo de batalla a casi todos los batallones de la Vieja Guardia —sólo se reservó cinco— para lanzar un ataque sobre el grueso de las fuerzas enemigas. La infantería aliada causó graves pérdidas a los franceses y reprimió la ofensiva. Napoleón reagrupó a sus fuerzas y atacó de nuevo, pero su situación se volvió cada vez más afligente. A las 19 horas, después de aprovechar un inesperado descanso, las tropas de Wellington se recuperaron y rechazaron el embate de los franceses (que en el momento previo a este respiro habían tenido dominada la situación), ganando entonces la partida. Luego comenzó de nuevo a llover. Hacia las 20 horas, los prusianos, que habían tomado posiciones en el ala izquierda de la línea de Wellington, atravesaron el flanco derecho de los franceses provocando el pánico entre las tropas de Bonaparte. Éste consiguió escapar gracias a las valientes acciones de retaguardia emprendidas por los batallones de la Vieja Guardia. Mientras las derrotadas fuerzas del emperador huían por el camino de Charleroi, una población situada un poco más al sur, Wellington y Blücher se reunieron y decidieron que las brigadas prusianas persiguieran a los franceses. Podríamos suponer entonces, para otorgarle coherencia a la historia de la paloma de los Rothschild, que al tenerse en ese preciso momento la fuerte impresión de que las huestes napoleónicas habían sido derrotadas, ella hubiese sido inmediatamente echada a volar hacia Londres. Pero no podría haber ocurrido eso, porque a su operador se le presentaban dos grandes problemas: uno era el hecho por demás evidente de que al ejército aliado le faltaba todavía emprender algunas acciones complementarias para transformar esa sensación en certidumbre (y los Rothschild necesitaban estar completamente seguros a ese respecto.) Si la soltaba en ese momento, hubiera llevado una noticia que no se había confirmado enteramente, porque la batalla --que dejó más de 47 mil bajas, entre muertos y heridos--, continuó librándose durante la noche del mismo 18 de junio, cuando los prusianos atacaron al enemigo y le obligaron a retroceder hasta la otra orilla del Sambre. A unos 15 Km de allí, en Wavre, mientras tanto, durante el día del inicio de la batalla y el siguiente, Grouchy atacó y consiguió derrotar al Tercer Cuerpo prusiano de Thielemann. Luego, al enterarse del resultado de Waterloo, se retiró ordenadamente hacia Francia. Para confirmar, pues, ese resultado y liberar la paloma aquella, el encargado de despacharla tendría que haber esperado, cuando menos hasta la salida del sol. Y el otro tiene que ver justamente con el hecho de que en el momento en que la batalla parecía totalmente definida, si bien había todavía un poco de luz, la llegada de la noche era inminente. Si la soltaba, tendría que haber viajado a oscuras. Podría decirse entonces que la batalla de Waterloo pudo considerarse prácticamente liquidada hacia las 21 horas, cuando el último de los cuadros de la famosa Guardia cayó aniquilado en la meseta de Saint Jean y el campo entero era piadosamente amortajado por los postreros resplandores de la tarde. Dicen los historiadores que el sol, que había permanecido tercamente oculto durante toda la jornada, brilló entonces por un momento al cruzar la línea del horizonte, viéndoselo enorme –como lo son todas las locuras homicidas-- e inflamado de un rojo purpúreo estremecedor. Nadie en su sano juicio podría haber enviado una paloma hacia Inglaterra justo al caer la noche, bajo un cielo aún tormentoso… y menos aún, portando una noticia de tamaña significación. De todos modos. No habría podido llegar muy lejos, porque Waterloo dista unos 320 Km. de Londres, de los cuales 90 debía volarlos sobre el mar. De día y bajo condiciones meteorológicas normales, esta paloma hubiera necesitado por lo menos cuatro horas para poder arribar a su palomar. Pero aquí tendría que haber viajado de noche. Así que lo más probable es que haya sido puesta en libertad durante las primeras horas del día 19. Lo primero que podríamos preguntarnos de cara a esta otra posibilidad (aunque esto tendría que ver también con la del supuesto viaje vespertino), sería si tal paloma habría estado realmente en condiciones de recorrer esa distancia? Decimos esto porque la batalla comenzó tres días antes de iniciarse el verano boreal y eso significa que ella estaba mudando aceleradamente su plumaje, por lo que su presunta habilidad para volar largo y tendido tendría que haber menguado entonces considerablemente. ¿Podría habérsele confiado aquella misión hallándose en esas condiciones? Pero cabría formular unas cuántas preguntas más, como, por ejemplo: ¿Desde dónde partiría? No lo sabemos. Pongámosle que fuese desde Waterloo. ¿A dónde debía dirigirse? Existen para nosotros dos posibilidades: hacia Londres o hacia Mánchester, que queda a 262 Km. lineales de Londres.) A la primera, porque allí debía llevarse a cabo la operación bursátil esa misma mañana; o a Manchester, porque allí estaba radicada a la sazón la sede inglesa de la Casa Rothschild. Si partió al amanecer del día 19, ¿habría llegado a Londres tras unas cuatro horas de vuelo, cuando menos, antes de que comenzara a operar allí la bolsa? ¿O a Manchester (situada a 535 Km lineales de Waterloo) y, tras no menos de 6 horas de vuelo? La primera posibilidad parece ser la más viable. Ahora bien, se pueden suponer otras alternativas: ¿No habrá contratado James (1792-1868), el Rothschild que vivía más cerca del desarrollo de los acontecimientos , previo acuerdo con Nathan (1777-1836), el único de los cinco hermanos que residía en Inglaterra , los servicios de un sistema de mensajería privada, cubierto por un número determinado de jinetes, para que, tras la definición indudable del combate, es decir, durante las primeras horas del día 19, cabalgasen lo más rápido que pudiesen, cambiando --como se acostumbraba hacerlo-- mensajeros y cabalgaduras de posta en posta, hacia un lugar previamente estipulado, para posibilitar que, al salir el sol, la paloma inglesa aquella, cuyo tenedor podría haber estado aguardado el arribo del último centauro, por ejemplo, en Calais (180 Km. lineales), sólo se viese obligada a volar sobre el mar 40 de los 160 kilómetros lineales que separan esa población de Londres, u otros tantos de los 398 que la apartaban de Manchester? ¿Contó ese día, cosa que podría haber ocurrido también, con el apoyo de los palomistas belgas, para servirse de un sistema de postas diurno que emplease palomas, probadamente mucho más dinámico y rápido que el anterior, que permitiese transportar por el aire aquel importantísimo mensaje, primero con el concurso de esos ejemplares vernáculos y hasta llegar a un lugar establecido de antemano, donde el mensaje sería transferido a la voladora inglesa? ¡Quién pudiera saberlo! Ahora bien: Si el Rothschild que fuere, conoció antes que el propio gobierno inglés el resultado de esa memorable batalla, ¿a causa de qué el duque de Wellington habría demorado tanto en hacerle conocer su sensacional victoria; tanto, que dio lugar –hipotéticamente desde luego-- a que los Rothschild pudieran aprovechar ese retardo para poder hacer un pingüe negocio? ¿No parece eso inverosímil? ¿Tan ineficaz era a la sazón el servicio de comunicaciones británico? Según se podrá advertir, hay demasiadas cosas en esta historia de la paloma de los Rothschild que no encajan debidamente... las suficientes al menos como para hacernos pensar que tal vez se trate sólo de un romántico invento.

1 comentario:

  1. Las mensajeras vuelven a ganar!!!!!!!
    Acudir a este Link y escuchar el audio.
    Muy bueno
    http://audioblogs.cienradios.com.ar/chiche/archives/2009/09/la_paloma_que_le_gano_a_internet.html

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