lunes, 26 de abril de 2010

Las antiguas "mensajeras" palestinas y hebreas


Extractado de mi libro “La verdadera historia de las palomas mensajeras” (Un cacho de Colomb & Cultura.) Agradeceré citar la fuente.

Encuadre histórico
Palestina es una región ricamente histórica, cuya extensión ha variado en gran medida desde la antigüedad hasta nuestros días. Situada en la costa oriental del mar Mediterráneo, al suroeste de Asia, está actualmente dividida entre Israel, Jordania y los territorios autónomos palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza. Abarca, pues, el territorio comprendido entre el Líbano, el Mar Rojo, el mar Mediterráneo y el desierto de Siria y Jordania. Básicamente, configura actualmente el estado de Israel y es reclamada por los palestinos. Israel, a su vez, estado judío de Palestina, limita con Siria, Egipto y el mar Mediterráneo. Su capital es Jerusalén.
Ubicada en la parte central de las rutas que unían tres continentes, Palestina se convirtió en el punto de encuentro de influencias religiosas y culturales procedentes de Egipto, Siria, Mesopotamia y Asia Menor. Es este un dato muy importante para nosotros, porque como veremos más adelante, las palomas mensajeras “egipcias” usadas por Saladino desde probablemente 1169, cuando fue nombrado comandante en jefe del ejército sirio y visir de Egipto, no parecen haber sido autóctonas de este último país sino proceder de algunos de los dominados a la sazón por los musulmanes, como bien pudiera haber sido, por ejemplo, Siria.
Para su infortunio, Palestina estaba geográficamente emplazada en el lugar donde libraban sus interminables batallas las grandes potencias de la región, por lo que estuvo sujeta a la dominación de los imperios vecinos, empezando por Egipto, en el tercer milenio a.C.
Cuando el poder egipcio comenzó a debilitarse, lo que ocurrió a partir del siglo XIV a.C., aparecieron en Palestina los hebreos, un grupo de tribus semitas procedentes de Mesopotamia, y también los filisteos (en hebreo, pelishtim), pueblo egeo éste, de raza indoeuropea, que dio su nombre a la región.
Los hebreos
Se cree que los hebreos, que se establecieron en el área montañosa de Palestina, emigraron a la región unos siglos antes de que el profeta Moisés liberara a su pueblo de la servidumbre que padecía en Egipto (1270? a.C.), y que Josué, su sucesor, habría conquistado la mayor parte de Palestina (1230? a.C.) Una confederación de tribus hebreas, los israelitas, derrotaron a los cananeos alrededor del año 1125 a.C. pero no pudieron hacer lo mismo con los filisteos, que habían establecido un Estado propio en la costa meridional de Palestina y controlaban varias ciudades al norte y al este. Con una organización militar superior y gracias al uso de armas de hierro, los filisteos derrotaron a los israelitas en torno al año 1050 a.C. La grave amenaza que éstos representaban para los israelitas los obligó a unirse y a establecer una monarquía.
David, rey de Judá e Israel (c. 1010-970 a.C.), los derrotó poco después del año 1000, resultaron finalmente asimilados, como los cananeos. Este soberano estableció un reino independiente, cuya capital fue Jerusalén. Bajo el gobierno de su hijo y sucesor, Salomón (970-430 a. C.), éste disfrutó de paz y prosperidad, pero a su muerte, ocurrida en el año 922 a.C., aquel reino fue dividido en dos: Israel, al norte, y Judá, al sur. Debido a esta escisión, no pudieron seguir manteniendo su independencia cuando los imperios cercanos comenzaron nuevamente expandirse.
Israel cayó ante Asiria en los años 722 y 721 a.C., y Judá fue conquistado en el 586 a.C. por Babilonia. Jerusalén fue destruida y una gran parte de los judíos que la habitaban fue expulsada. No obstante, se permitió a los judíos exiliados mantener su identidad nacional y religiosa y fue así que algunos de sus mejores escritos teológicos y muchos libros históricos del Antiguo Testamento fueron escritos durante este periodo, circunstancia que debemos tener presente al momento de poder calcular la antigüedad que pudieran tener las palomas que allí se mencionan.
Ciro II el Grande, de Persia, conquistó Babilonia en el año 539 a.C. y les permitió regresar a Judea. Bajo el dominio persa, los judíos recibieron una considerable autonomía, reconstruyeron las murallas de Jerusalén y codificaron la ley mosaica, la Torá, que se convirtió en el código de la vida social y la práctica religiosa. Ellos creían que estaban vinculados a través de un pacto a un dios universal, Yahvé. La concepción de un dios ecuménico y, además, ético, fue quizás la contribución más grande que los judíos hicieron a la civilización mundial en aquella época, porque la creencia en una gran cantidad de entes divinos no representaba otra cosa más que la falta de explicaciones racionales de las causas de la producción de determinados fenómenos y el consiguiente triunfo de la superstición. Sujetos como –aparentemente-- estaban a las veleidades de los dioses y, en algunos casos, a sus exigencias inmorales, poco lugar quedaba entonces para animarse a vivir éticamente.
Dejaremos la historia de estos pueblos anclada en este punto, por cuanto lo dicho hasta acá es lo que cobrará realmente importancia para nosotros cuando enmarquemos debidamente la probable presencia de las palomas mensajeras en dicha región, en medio de los pueblos que la habitaron y a esa altura de los tiempos.

Lo que dicen los cronistas acerca de las palomas mensajeras palestinas

Los historiadores de las palomas mensajeras, surgidos por lo general de las filas colombófilas, donde siempre los hubo y en buena cantidad (pero no todas las veces tan cuidadosos como tendrían que haberlo sido con el proceso y conceptuación de la información que iban recolectando)-- aseguran que existen constancias fidedignas de la presencia de estas aves en la antigua Palestina.
Como veremos un poco más adelante, no se han encontrado realmente testimonios de ningún género que avalen esa antojadiza presunción. Decimos esto porque, como ya hemos anticipado, en demasiadas ocasiones, los comentaristas surgidos de nuestras propias filas, acerca de cuyas buenas intenciones nadie podría dudar, cometieron gruesos errores al transcribir, sin el debido análisis previo, citas o aseveraciones que otros habían publicado sobre determinadas cuestión, las que no se compadecían, de un modo u otro, con lo aquello que en los diversos textos se indicaba. Eso mismo ocurrió con la referencia a las palomas encontradas en la historia sagrada. De ahí que sea tan importante para nosotros examinar críticamente tales conceptos porque, como sucedió en el caso que veremos a continuación, hasta un inadvertido anacronismo puede restarle credibilidad a todo lo dicho.

Las palomas salvajes de Palestina

Las columbiformes salvajes son muy comunes en Palestina. La torcaza, por ejemplo, vive en Basán, Galaad y el valle de Jordán; la zurita es común en los boques de la región y la de las rocas, encuentra en esta geografía su hábitat natural. Consideradas sagradas – al contrario de lo que sucedía con los egipcios – los israelitas no las comían (Lev. 12:8), pero sí las sacrificaban. María y José, por ejemplo, a la presentación del Niño Jesús en el Templo, ofrecieron dos tórtolas (Luc. 2:24.) Para los hebreos la paloma era símbolo de inocencia, de paz y esperanza; de gentileza y amor. También representaba al Espíritu Santo. Según ellos, éste descendió sobre Jesús en el momento de ser bautizado adoptando esa forma (Mat. 3:16.) Simboliza también a la Iglesia ya que el Espíritu Santo guía y actúa en ella, y del alma cristiana, en la que mora (Mat. 10:16; Cant. 1:14, 2:14; Is. 38:14, 59:11.) En Mateos --10:16—es, además, modelo de sencillez evangélica.

En el Cantar de los cantares, libro canónico del Antiguo Testamento atribuido a Salomón, Rey de los israelitas, hijo de David, vuelto célebre por su enorme sabiduría, el que versa sobre los amores de éste con la Sulamita, símbolo del amor místico, su autor hace referencia a los columbiformes de la siguiente manera: “Hermosa eres, amiga mía, hermosa mía, ven. Porque, mira. Ha pasado ya el invierno, la lluvia ha cesado y se ha ido; aparecen ya las flores en la tierra; llega el tiempo de la poda, y se oye en nuestra tierra la voz de la tórtola.” “Paloma mía, que anidas en las grietas de la peña, en los escondrijos de los muros escarpados, hazme ver tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y tu rostro es encantador.” (2:14). En 4:1 compara los ojos de su esposa con las palomas: “¡Qué hermosa eres, amiga mía! ¡Cuán hermosa eres tú! Tus ojos son palomas detrás de tu velo.” Y en 5:2: “Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, pues mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche.” En 5:12, la esposa dice del marido: “Sus ojos, palomas junto a los arroyos de agua...” En 6:8 dice él: “Pero una es mi paloma, mi perfecta;...”

Ahora bien y como puede apreciarse, si bien en este bellísimo poema se menciona a la tórtola y también a la paloma de las rocas (C. livia), no se hace alusión alguna a las palomas domesticadas; tampoco a las mensajeras, como muchos de los cronistas de estas últimas quisieron creer. Además, y por si otros despistados comentaristas quisieran hacer trasladar estas ambiguas referencias a las palomas mensajeras más allá de lo que realmente corresponde, diremos que con respecto a la antigüedad que tiene este Cantar muchos exegetas católicos la sitúan en una época posterior a la de Salomón (c. 970-931 a.C.), su supuesto autor. Aparte de eso, fue considerado siempre, tanto por los judíos como por los cristianos, como parte integrante de los libros inspirados. San Jerónimo indica que a los judíos les estaba prohibido leerlo hasta que no cumpliesen los treinta años de edad. Algunos comentaristas de la Biblia señalan que el capítulo 2, versículo 14 del Cantar, es uno de los versos más sustanciosos para utilizarlo en la oración, de ahí que los místicos lo hayan explotado grandemente.

Respecto a la interpretación “moderna” del poema, nosotros creemos que, para ser más justos, se lo podría perfectamente asimilar en cuanto a contenido e intención, a otras dos composiciones, mucho más cercanas a nosotros en el tiempo y el espacio, ambas de la autoría del avilés Juan de Yepes y Álvarez (1542-1591), más conocido como San Juan de la Cruz. Se trata en este caso del “Cántico espiritual entre el alma y su esposo”, por un lado, y por el otro de “La oscura noche del alma”. Esta última lleva, entre paréntesis, un subtítulo muy esclarecedor, seguramente dedicado ex profeso a los malpensados de su tiempo y también del venidero: (“Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”), el que también podría tranquilamente preceder al Cantar de los cantares. En el primero de ellos, al principio, hace decir San Juan de la Cruz al Esposo místico: “Vuélvete paloma / Que el ciervo vulnerado / Por el otero asoma / Al aire de tu vuelo, / Y fresco aroma”. Y más adelante: La blanca palomica / Al arca con el ramo se ha tornado, / Y ya la tortolica / Al socio deseado / En las riberas verdes ha hallado. / En soledad vivía, / Y en soledad ha puesto ya su nido, / Y en soledad la guía / A solas su querido, / También en soledad de amor herido.” En el otro poema, el inspirado poeta avilés no menciona para nada al ave que aquí nos interesa poner de relieve, pero muestra magistralmente, en cambio, el amor rayano en el erotismo, la alegría desbordante que seguramente debe acompañar a todo éxtasis religioso, como ocurrió, en nuestra opinión, con la inspiración mística que dio lugar al Cantar de los cantares. Dice ahí: “En una noche oscura, /Con ansias en amores inflamada, /¡Oh, dichosa ventura!, / Salí sin ser notada /, Estando ya mi casa sosegada. // A oscuras y segura / Por la secreta escala disfrazada, / ¡Oh, dichosa ventura! / A oscuras y en celada, / Estando ya mi casa sosegada. // En la noche dichosa, / En secreto que nadie me veía, / Ni yo miraba cosa, / Sin otra luz y guía / Sino la que en el corazón ardía. // Aquésta me guiaba / Más cierto que la luz del mediodía, / Adonde me esperaba / Quien yo bien me sabía, / En parte donde nadie aparecía. // ¡Oh noche que guiaste, / Oh noche amable más que la alborada; / Oh noche que juntaste / Amado con amada, / Amada en el Amado transformada! // En mi pecho florido, / Que entero para Él sólo se guardaba, / Allí quedó dormido, // Y yo le regalaba, / Y el ventalle de cedros aire daba. // El aire del almena, / Cuando yo sus cabellos esparcía, / Con su mano serena, / En mi cuello hería, / Y todos mis sentidos suspendía.// Quedéme y olvidéme, / El rostro incliné sobre el amado, / Cesó todo, y dejéme, / Dejando mi cuidado / Entre las azucenas olvidado.”
Sea como fuere, el caso es que los cronistas de las palomas mensajeras, apenas hallaban en los textos antiguos cualquier referencia a las salvajes o domésticas, creían descubrir allí la presencia de aquellas. Y tal es el caso de las que aparecen en aquel texto sagrado, como veremos seguidamente.

Las mensajeras de Oseas, Isaías, Josué, Salomón y David

Oseas u Hoseas (711 antes de J. C), por ejemplo, las menciona (en opinión de dichos escritores) en el capítulo 11, versículo 11, diciendo: “Vendrán temblando, cual ave, desde Egipto, y como paloma desde la tierra asiria.” Al parecer, el hecho de que estas palomas no identificadas pudieran volver desde Asiria a Palestina, era condición suficiente como para que algunos de ellos pudieran considerarlas mensajeras.
Isaías se refiere a las palomas en parecidos términos en el Cap. 60, versículo 8, expresando: "¿Quiénes son éstos que vienen volando como una nube, como palomas que (vuelven) a su palomar?" Los historiadores de las palomas mensajeras podían hallar aquí mejor asidero para sus rápidas cogitaciones, porque dichas aves regresaban no a un territorio determinado, como en el caso precedente, sino a un palomar. Si poseían un palomar y regresaban a él, luego tenían que ser mensajeras.
Pero todo lleva a pensar que estas aves no serían otras que las que habían sido domesticadas oportunamente en dicha región, probablemente una variedad desprendida del tronco o agriotipo de todas las de esa condición, la denominada comúnmente paloma “de las rocas” (Columba livia.) Sin embargo, nuestros publicistas quisieron ver en ellas lo que deseaban febrilmente detectar: las huidizas mensajeras.
Castelló y Carreras, por ejemplo, a pesar de ser uno de los más atildados cronistas de las palomas en cuestión, así las considera acríticamente y, además, debió pasar por el amargo trance de tener que reconocer, en la segunda edición de su obra, que se había equivocado feamente al confundir al antes citado Hoseas con Josué, pero no se dio cuenta de que, al citar a lo loro lo que otros habían dicho sobre las mensajeras bíblicas, se estaba equivocando también feamente de candidatas. En la introducción a su Colombofilia, nos cuenta con encomiable humildad la terrible vergüenza que experimentó al advertir que en la edición original (fechada en 1894) había incurrido en un grosísimo error, señalando al respecto: “... como tantos otros que, reproduciendo una cita que casi nunca se olvida al hacer historia de aquellas aves, cometí una de esas faltas tan enormes que, a caer en ella en mi examen de Historia Sagrada o Universal, con seguridad me valiera una enorme calabaza.”
Su increíble yerro, propio de los que citan a otros autores sin verificar la autenticidad de lo que aseveran, consistió en haber mencionado que Josué (personaje que en el libro bíblico que lleva su nombre, figura como sucesor de Moisés al frente del pueblo de Israel), en los capítulos XX y XXXIV mencionó el caso de haberse servido de ellas los samaritanos.
Obsérvese bien lo que los historiadores de nuestras palomas afirmaban: Que Josué señalaba en tales capítulos que los samaritanos se habían servido de las palomas mensajeras.
El publicista parisino Charles Sibilot, quien mucho había escrito por aquel tiempo sobre temas colombológicos --y que como nosotros ahora, necesitaba transitar sobre camino firme en esta por demás accidentada geografía historiográfica--, no habiendo encontrado aquella referencia por ninguna parte, le hizo saber a su amigo tal circunstancia, sufriendo Castelló el desencanto y la subsiguiente amargura de no poder hallarla tampoco.
Aprovechó entonces el cuitado una visita que le hiciera por aquellos días en su finca de Arenys del Mar el reverendo padre Fidel Fita, académico de la Compañía de Jesús, para tratar de aclarar a través de él esa vergonzosa equivocación. “Mejor hubiera hecho en callarme – dice Castelló – pues sufrí el bochorno de aprender, o por lo menos recordar, que Josué dejó de existir cien años antes de la fundación del reino de Samaria y, por lo tanto, mal pudo hablar de los samaritanos en sus bíblicos escritos.” El texto existe – prosigue – mas no es de Josué sino de Hoseas u Oseas, y no es que precise ningún hecho, sino que, haciendo referencia a la destrucción del reino de Samaria (año 720 antes de la era cristiana) y aludiendo al destierro que sus habitantes sufrían, unos por hallarse prisioneros de los asirios, y otros por haberse refugiado en Egipto, decía en traducción libre: “Quisiera verlos regresar a sus hogares con las alas del gavilán desde Egipto, y con la de la paloma desde Asiria.” Como puede verse, aparte de no corresponder esta cita a Josué sino a Hoseas, no dice para nada que los samaritanos utilizasen palomas mensajeras.
Deseando de todos modos contar con una versión más fiable de aquella cita, pues Castelló se había valido de una traducción libre de la misma, realizamos nuestras propias averiguaciones y encontramos una de evidentemente mucha más ajustada interpretación y recogida directamente de los libros sagrados primitivos por Monseñor doctor Juan Straubinger: “Vendrán temblando, cual ave, desde Egipto, y como paloma, desde la tierra asiria.”
El ave mencionada en primer lugar, siempre en opinión del padre Fita, sería el gavilán. El religioso le indica a Castelló, como prueba de esto, los comentarios que en el siglo XIII había hecho a este respecto el escritor Cornelio Alapide, demostrando que dicho falconiforme era, el ave de Egipto por antonomasia.
Pero nosotros tenemos que tener en cuenta que, como no aclara de qué especie concretamente era éste, “gavilán” es el nombre común de cualquiera de unas 16 especies de aves rapaces pequeñas que están muy extendidas en gran parte de Europa y Asia y migra hacia el Sur en invierno.
Sin embargo, el profeta podría haber hecho alusión a otro animal muy diferente de éste. Las aves son, en efecto, muy abundantes en Egipto, sobre todo en el delta y el valle del Nilo, a punto tal que cuentan con 153 especies conocidas, entre las que se encuentran la paloma bravía y la torcaz, garcetas, abubillas, chorlitos, pelícanos, flamencos, garzas, cigüeñas, codornices, la agachadiza común, etcétera. Entre las de presa, encontramos águilas, halcones, buitres, búhos, milanos y gavilanes.
Respecto a las acuáticas, existen en las tumbas egipcias pinturas que muestran a individuos de la clase acomodada, que poseían tiempo de sobra para dedicarse a eso, cazándolas entre los cañaverales del Nilo.
Nosotros no hemos tenido oportunidad de averiguar en qué basaba el señor Alapide ese aserto, más que nada porque los falcónidos no tienen mucho que ver con la temática que estamos desarrollando; pero podemos indicar que parece ser que los halcones en general ejercían una irresistible fascinación en los tiempos antiguos, donde la cetrería era practicada intensamente por los integrantes de las clases altas.
En cuanto al antiguo reino de Asiria, lugar de donde regresaban volando esas para nosotros desconocidas palomas salvajes, probablemente tras obtener allí su diario sustento, se extendía por la parte central de la cuenca del Tigris hasta Armenia.

Las mensajeras de Salomón

Los cronistas afirman asimismo que el rey Salomón utilizó palomas mensajeras para transmitir órdenes en su imperio, pero lamentablemente no dan a conocer la fuente de dónde extrajeron tal información.
Para situar debidamente a este histórico personaje, diremos que en el siglo IX –-siempre antes de Cristo --, Salomón, segundo hijo de David y Betsabé (2 Sam. 12, 24); último rey del Israel unificado (reinó desde 961 hasta 922 a. C.), hizo construir en Jerusalén una ciudadela y fortificaciones (además de un templo donde conservar el arca de la alianza) y la convirtió en la cabecera de un poderoso reino que dominó toda Palestina hasta el 732 a. C., cuando Tiglatfalasar, el rey de Asiria, arrasó el país.
Tal como ha podido advertirse, la profecía de Oseas, de ninguna manera nos permite extraer las conclusiones colombológicas a que han llegado increíblemente los autores de referencia. Como se sabe, la profecía es un fenómeno religioso y se cree que consiste en un mensaje enviado por una deidad a través de un intérprete o profeta. Si bien puede referirse a acontecimientos futuros, con frecuencia reviste solamente el carácter de aviso. Para nosotros es oriunda del inconsciente psicológico, que engloba alucinaciones, espejismos y conjeturas. Cuando mucho, podríamos argumentar que a través de ella se podría demostrar que existían palomas en aquel tiempo y lugar, pero no que tales palomas fuesen mensajeras y tampoco domésticas. Lo más probable es que fuesen salvajes, como "el ave de Egipto" mencionada en el mismo contexto.
Lo que --para nosotros-- Oseas estaba preanunciando, era, muy verosímilmente, que, a pesar de todos los sufrimientos vividos, toda esa gente volvería algún día a su añorado terruño, aunque con el corazón sumido en un gran temor: el de resultar otra vez victimizada.
Digamos, de paso, que Hoseas u Oseas, fue el primero de una serie de doce profetas llamados menores, clasificados así debido a la escasa extensión de sus vaticinios. El nombre hebreo que llevara puesto, significa Salvación y fue el original de Josué, ministro y sucesor de Moisés, quien lo cambió por este último, que quiere decir, El Señor salva.
“Otro texto contemporáneo del de Oseas –continúa señalando Castelló – es el del profeta Isaías, que anunció el regreso de la cautividad babilónica valiéndose de una imagen parecida y que indica también que el instinto que tiene la paloma para regresar al palomar era ya conocido entre los israelitas.”
Digamos a este respecto que este Isaías fue el primero de los profetas mayores y que pronosticó de 734 a 668 a. C. en Jerusalén. Según la tradición, fue hecho serrar en dos por el rey idólatra Manasés, alrededor del 668 a. C. Nacido alrededor del 699 y muerto cerca del 642 antes del comienzo de la era cristiana, Manasés fue hijo de Exequias y de Hafsivá y reinó en Judá del 687 al 642 a. C. Llegó a sacrificar a la divinidad semita Moloc su propio hijo, pasándolo por el fuego Después de ser deportado a Asiria volvió al culto de Yahvé.
El comentario de Castelló no merecería de nuestra parte el menor reproche de no estar, como lo está, encaminado a probar la existencia de las palomas mensajeras en ese tiempo y lugar. La cita, en efecto, corresponde a Isaías y figura en el Capítulo 60, versículo 8. En traducción libre expresaría, en abono del parecer de Castelló: “¿Quiénes son éstos que vienen volando como una nube, como palomas que (vuelven) a su palomar?” ¿Sería así?
El capítulo antes citado integra la Segunda Parte, denominada déutero-Isaías o Libro de los consuelos de Isaías, que corre del capítulo 40 al 66. Debido a las diferencias de estilo, lenguaje y contenido existente entre ésta y la primera, llamada proto-Isaías, se cree que su autor podría ser un miembro desconocido de la “Escuela de Isaías”, que vivió en una época posterior.
Sea como fuere, es por demás evidente que el redactor de la cita, tal como se la ha presentado, conocía que las palomas de referencia poseían un sentido de orientación que les permitía regresar a sus lugares de anidamiento.
También se podría inferir de ella que probablemente en tiempos de Isaías (y más seguramente en el del desconocido escritor que la redactó), existían en Israel palomares, fueran o no las aves que los ocupaban domésticas, porque como veremos más adelante, también las semidomésticas o semisalvajes tuvieron en épocas pasadas viviendas a ellas especialmente destinadas.
Pero podría ocurrir asimismo, que la cita que nos ocupa no hiciera referencia alguna a ellos, sino a las oquedades de las rocas o a las ventanas o huecos por donde ellas entraban y salían de sus albergues, cualesquiera que estos fuesen.
En efecto, en latín ella expresa literalmente: “Qui sunt isti qui est nubes volant, et quasi columbae ad fenestra sua.” La traducción literal a nuestra lengua sería, pues, “¿Quiénes son éstos que vienen volando como una nube, como la paloma a su ventana?” ¿Pero qué seguridad tenemos de que fenestra equivalga aquí exactamente a ventana? En otro contexto, muy probablemente fenestra equivaldría a ventana (voz ésta que deviene de "viento"), y ésta sería entonces: “La abertura realizada en el muro de una edificación para proporcionar luz y ventilación al interior”. Pero, no podemos dejar de lado el hecho de que por extensión, se llama también ventana a “cualquier otro tipo de abertura semejante”. Por otro lado, pared también significa muro, del latín mürus = muralla, de la que derivaron murallón, murar, antemuro, antemural. ¿Podría estar refiriéndose a los agujeros u oquedades existentes en las paredes o muros donde aquellas anidaban? Si nos atenemos a la etimología del término, veríamos que hacia 1400 significaba en nuestro idioma “abertura grande en una pared” (Esta palabra nos vino del latín Períes-étis, de donde se derivan paredón (1220-25), emparedar (1570) y los cultismos parietal y parietaria) y antes de eso, en 1250, solamente “respiradero”. Hacia 1325 valía tanto como “orificio de la nariz por donde se respira”, única acepción ésta conservada del portugués venta, vocablo procedente del antiguo portugués ventáa = “respiradero”.
El paso del sentido estrecho al amplio y moderno, comenta un etimólogo, se debió a la desaparición de la voz hiniestra, antiguo nombre de ventana (siglos XIII a XVI), la que nos venía justamente del latín fénéstra, y que fue sacada de uso a poco trecho de utilizarse porque se la confundía con iniestra, del latín genesta, que significaba “retama”, nombre éste último que le debemos, como infinidad de otros, a los árabes.
Traemos a colación estos aparentemente innecesarios pormenores en virtud de que la cita que nos ocupa fue traducida del latín y bien pudo ser trasladada a nuestro idioma de la siguiente manera: “¿Quiénes son éstos que vienen volando como una nube, como la paloma a su abertura en el murallón?” Es que si nos atenemos a la acepción de “abertura hecha en un muro o pared”, la última parte de la cita bíblica podría muy bien estar haciendo concreta referencia, como señalábamos arriba, a los huecos o grietas que las palomas denominadas justamente “de las rocas” utilizan en los acantilados para anidar.
Como se puede colegir, al no mencionar aquella noticia específicamente “al palomar”, no existe posibilidad alguna de que a través de ella podamos tener la certeza de volviesen a uno de ellos ni que tales palomas fueran por ende domésticas y mucho menos aún, mensajeras.
Nosotros creemos que las aves de referencia – cualquiera fuese su condición -- simplemente volvían a sus nidos o posaderos habituales después de alimentarse en el campo. Y si regresaban desde allí, pues a buen seguro que sería… porque podían encontrar el camino de regreso. Y en esto estamos de acuerdo con Castelló: Quienquiera que fuese el que escribió aquella profecía (y junto con él todos los palestinos de aquella época), sabían, a causa de esa diaria traslación en busca de pitanza, que las palomas aquellas tenían desarrollado, poco o mucho, pero acrecentado al fin, el sentido de la orientación a distancia.
Por otra parte, sabemos que las palomas eran muy comunes en las tierras bíblicas, donde existen muchos riscos con oquedades donde las denominadas “de las rocas” (C. livia) podían pernoctar, anidar y protegerse de las acechanzas de los depredadores. También vivían (y aún hoy viven) en Palestina la torcaz y la bravía, todas ellas dotadas de una buena facultad de orientación a distancia; la necesaria y suficiente al menos, como para poder ir a recoger su alimento a varios kilómetros de distancia de sus habituales paraderos y regresar a ellos sin mayores contratiempos.

Las mensajeras del rey David

Recordemos que David fue el matador del filisteo Goliat, cuya vida se relata en la Biblia en los libros 1 y 2 de Saúl, quien fuera el segundo rey hebreo tras la muerte de aquel y conquistó Jerusalén, convirtiéndola en la capital política y religiosa de Israel, trasladando hasta allí al Arca de la Alianza.
Pues bien, Castelló comenta en su Colombofilia que el mencionado padre Fita, además de poner –según su parecer – el asunto aquel en claro, opinión que, como ya podrán ustedes adivinar, distamos mucho de compartir, le había llevado a creer “... que, mucho antes de que los profetas citados se ocuparan de las palomas mensajeras, hízolo ya el gran rey David, que a su juicio, las empleó en aquellas expediciones guerreras que tanto esplendor dieron a su invicto cetro.”
Para este clérigo, convertido de buenas a primeras en historiador de las palomas que nos ocupan, ello se desprendería: “del texto del Salmo 55, versículo 7, escrito después de describir los enemigos que le cercaban en trances apurados, y cómo se evadía con el favor divino por medio de hábiles retiradas que, desconcertándoles, les ponían tan a salvo que descansaba tranquilo como si morase en soledad.” “El padre Fita –continúa diciendo Castelló-- opina que aquellos medios por los que David tenía nuevas seguras de sus enemigos pudieran muy bien ser las palomas mensajeras.” (El resaltado es nuestro.)
Podríamos creer que lo dicho precedentemente fuese incontrovertible si y sólo si descansáramos ese convencimiento en la indiscutible autoridad que en asuntos bíblicos y, al parecer también colombológicos, pudiera haber tenido aquel bienintencionado hombre de Dios, pero como no nos consta que haya sido así respecto a las palomas mensajeras, se vuelve necesario que, en honor a la verdad, dejemos hablar al susodicho versículo por sí mismo. Éste dice escuetamente: “Y exclamó: ”¡Oh si tuviera yo alas como la paloma para volar en busca de reposo!” Nos parece que se necesitaba hacer gala de una desmesurada cuanto febril imaginación, preñada de ciego romanticismo, para sacar de esta en modo alguno intrincada cita, que David (h 1010-970 a. C.), se sirviera de las palomas mensajeras en aquellas 'apremiadísimas circunstancias', cuando lo único que deseaba en verdad... era convertirse rápidamente en humo y echarse por ahí a descansar tranquilamente.

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