miércoles, 27 de octubre de 2010

Acerca de las Palomas Militares Romanas

Por Juan Carlos Rodolfo Ceballos

Extractado de mi libro: “La verdadera historia de las palomas mensajeras” (Un Cacho de Colom&cultura.) Agradeceré citar dicha fuente.

Como señalamos al comentar el caso de las palomas utilizadas durante el sitio de Mutina, ellas sólo fueron mensajeras improvisadas. Para que pudieran servir como tales, Aulo Hircio tuvo que ordenar mantenerlas encerradas en un lugar oscuro, hacerlas pasar hambre durante unos cuantos días y soltarlas después bien cerca de las murallas de la ciudad, esperando que con un poco de buena suerte, fueran a posarse sobre sus techados o descendieran en los lugares donde los asediados les ponían comida, para que pudieran atraparlas y hacerse de los mensajes que llevaban.
Es por demás evidente que dicha ciudad no poseía ni por asomo un servicio de comunicaciones prestado por palomas y lo más probable es que para armar uno sobre la marcha, Aulo Hircio reclutara las que sus hombres pudieron hallar en las villas cercanas. ¿Cuáles pudieron ser éstas? No lo sabemos. Tal vez fueran las antecesoras de las que hoy denominamos “Triganinas modenesas”, designación devenida de triganiere (colombicultor modenés), y Módena, nombre actual de Mutina. Existen hoy más de cien variedades de ellas, pero tres son sus grupos principales: las Gazzi (“picazas”), las Schietti (unicolores), y las Magnani (una forma jaspeada de ambas.)
Los entendidos dicen que eran otrora de alto vuelo y que, a parte de ser muy prolíficas y proporcionar buen rendimiento de carne, resultaban aptas para practicar el juego ese que tuvo adeptos también en España e Inglaterra, consistente en soltar al unísono, previamente hambreadas, las pertenecientes a varios plomares. Una vez que se mezclaban bien, a cuyo efecto agitaban banderas, las llamaban a comer y procuraban entonces apropiarse de las que entraban en los palomares ajenos, pidiendo luego a sus dueños una recompensa dineraria por su rescate. Dicen asimismo, que los primeros documentos que las mencionan datan del siglo XIV, época en que eran utilizadas “en acciones cercanas a la piratería”.
Las actuales son, pues, de creación relativamente reciente. Cuentan que las del siglo XIX, no tenían incluso la característica forma redondeada de las de hoy que, debido a su colorido y estructura, son criadas únicamente para la exposición.
No creemos pertinente describirlas porque, a lo que parece, no representan a aquellas que tal vez pudieron utilizarse en el sitio de Mutina.
De todas maneras y por las razones que fueren, los historiadores de las palomas mensajeras no alcanzaron a advertir que las usadas en dicho sitio eran mensajeras circunstanciales y al citar aquel acontecimiento, creyeron ingenuamente que estaban documentando la utilización de palomas mensajeras propiamente dichas (profesionales) y más que nada militares, por parte de los antiguos romanos.
Comentaron, asimismo, que si bien éstos habían conocido las virtualidades de ese inusitado sistema de comunicación aéreo a través de los griegos, fueron los primeros en utilizarlas militarmente.

En cuanto al uso eventual de palomas como mensajeras en la esfera privada, señalaron que los gladiadores solían servirse de ellas para anunciar sus victorias, a cuyo efecto sujetaban cintas coloridas a sus patas. Y aseguraron también que el mismísimo Nerón (37-68 d.C.) solía utilizarlas para hacerles conocer a sus familiares y allegados los resultados de los juegos imperiales.

Algunos han hecho referencia asimismo a la utilización de golondrinas por parte de los antiguos romanos, usadas con la finalidad de comunicar a sus allegados el resultado de las carreras de carros, uno de los deportes más populares de aquella época.

N.B. Éstas se disputaban diariamente en el famoso Circo Máximo Romano, el que, dicho sea de paso, era una adaptación del hipódromo griego. Este circo fue construido hacia el 600 a.C. y Julio César lo amplió en el siglo I a.C. Podía albergar a más de 300.000 espectadores. Los romanos también construyeron circos en los territorios dominados. Se sabe que hacia el siglo VII d.C., habían sido abandonados y luego desmantelados para recuperar los materiales usados en su construcción.

Como puede verse, nos enfrentamos aquí a una información contradictoria pues, si contaban a la sazón con palomas domesticadas capaces de ser usadas ocasionalmente para llevar mensajes, ¿por qué habrían de utilizar golondrinas? Y si es que usaban golondrinas en lugar de palomas, debemos asumir que no conocían aún la posibilidad de emplear a estas últimas como mensajeras.

La verdad es que nosotros no hemos encontrado hasta ahora ninguna información confiable que nos permita aseverar que todo esto sea cierto.

De todas maneras, como lo que nos proponemos averiguar en este apartado apunta únicamente a tratar de establecer si los romanos utilizaron o no palomas mensajeras en sus operaciones militares, para no irnos por las ramas, vamos a tener que dejar de lado la consideración de cualquier otro tipo posible de emplearlas.

Digamos entonces, que el único antecedente debidamente documentado que hemos podido hallar hasta ahora acerca del uso de palomas en calidad de mensajeras militares durante la época romana, fue el concerniente a las del sitio de Mutina, las que ya sabemos cómo tuvieron que ser manejadas para que pudieran emplearse como tales.

Siendo este el único caso verdaderamente comprobable, los historiadores de nuestras aves tendrían que haberlo circunstanciado adecuadamente, remarcar el hecho de que sólo se trató de mensajeras accidentales y punto. De haber hallado otros testimonios, tendrían que haberlos documentado debidamente antes de publicarlos, porque la verdadera historia de las palomas mensajeras no puede basarse en pareceres personales.

Pero, lamentablemente, al referirse en su Colombofilia (Segunda Edición, 1901) al episodio de Mutina, se le ocurrió a Castelló y Carreras expresar lo siguiente: “Aunque nada diga la historia, todo permite creer que, una vez conocido el medio, siguió empleándose en lo sucesivo; y no falta quien atribuya a ese sistema de comunicación el pronto conocimiento que tenía César de las frecuentes sublevaciones de las Galias.”

Apoyándose en estas suposiciones, los comentaristas subsiguientes dieron por sentado que los militares romanos las habían utilizado efectivamente a partir de Mutina, y que lo comentado acerca de Julio César era también verdad.

Sin embargo, y tal como lo aclara expresamente Castelló, nada dice la Historia acerca de que luego de aquel sitio (y precisamente aprovechándose de esa experiencia), los romanos hubieran comenzado a utilizar palomas mensajeras en sus operaciones militares.

Convendría también que aclarásemos la aparente existencia de un anacronismo obrante al final de aquel párrafo. Si bien una lectura distraída de ese tramo discursivo podría llevarnos a pensar que el incidente de Mutina antecedió a la conquista de las Galias, no fue así. Aquel tuvo lugar durante el año 43 antes del inicio de la era cristiana y las susodichas guerras, entre el 58 y el 52 del mismo período.

N.B. Los años que precedieron a la Era cristiana se cuentan de atrás para adelante.

Así que para no confundir los tantos, no nos debe pasar inadvertido que la conquista de las Galias se inició una década y media antes de que Mutina fuese asediada por Marco Antonio, el que, dicho sea de paso, entre los años 54 y 50 a.C. había participado activamente en ellas bajo el mando de Julio César y al poner sitio a Mutina, luego de producirse la muerte violenta de aquel (44 a.C.), estaba intentando destruir a Marco Junio Bruto, uno de sus alevosos asesinos.

Ahora bien, lo que tendríamos que tratar de establecer aquí, es: a) si los ejércitos romanos realmente utilizaron palomas mensajeras antes de la Guerra de las Galias; b) si se las usó durante el transcurso de la conquista y retención de éstas y c) si desde el sitio de Mutina en más las siguieron empleando militarmente, y en ese caso, dónde y hasta cuándo.

Para poder averiguar esto, vamos a tener que situarnos en el lapso histórico en que estos dos sucesos se verificaron.

Comencemos diciendo entonces que ambos tuvieron lugar durante el denominado régimen republicano de gobierno, que se extendió desde el año 510 a.C., hasta el 27 a.C., fecha esta última en que se inició el período imperial.

En efecto; Si bien desde el siglo VII hasta el siglo VI a.C. los reyes etruscos dominaron Roma, no fue sino hasta el 510 a.C., año en que Tarquino el Soberbio fue destronado, cuando se estableció la República, y fue recién a partir de ahí que Roma empezó a absorber las regiones periféricas.

Las guerras Púnicas

Pero los sucesos bélicos más importantes que acontecieron durante dicho período y que por ello podrían aportarnos noticias acerca del probable uso de palomas mensajeras militares, fueron los que tuvieron lugar durante las Guerras Púnicas, que en los siglos III y II a.C. enfrentaron a Roma y Cartago por el dominio del mar Mediterráneo.

La primera tuvo lugar entre 264 y 241 a.C. y durante una gran parte de la misma, las hostilidades se desarrollaron en el mar, alrededor de Sicilia, a la que los romanos finalmente tomaron. En el 237 a.C. éstos conquistaron también Cerdeña y Córcega.

La segunda se extendió desde el 218 al 202 a.C. y es la que más nos interesa examinar aquí, porque, aparte de tener lugar sobre terreno firme, Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.), historiador romano, cuya principal obra, denominada Ab urbe condita libri CXLII (más conocida como Décadas), es una de las fuentes más importantes sobre la historia más antigua de Roma y también uno de los mejores trabajos de la literatura latina, nos proporciona innumerables ejemplos acerca de cómo manejaron sus comunicaciones ambos contendientes.

Digamos, pues, que la batalla de Zama (19 de octubre de 202 a.C.) ocurrida según puede verse, durante la primera de estas guerras, marcó el ocaso de Cartago como gran potencia. Un año más tarde, los cartagineses entregaron Hispania y las islas del Mediterráneo que aún se hallaban en sus manos, renunciaron a su armada y pagaron una fuerte indemnización a Roma.

Cartago continuó no obstante comerciando y su evidente renacimiento acabó por irritar a Roma. Entonces, utilizando un pretexto huérfano de verdadera importancia, esta última dio comienzo a la tercera (149-146 a.C.)

Bajo el mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano, los romanos capturaron Cartago, la arrasaron y vendieron a los sobrevivientes como esclavos. Roma pasó a ser entonces la absoluta dominadora del Mediterráneo occidental.

Nosotros no hemos encontrado hasta ahora documento histórico alguno que se refiera al uso de palomas mensajeras por parte de los ejércitos romanos durante estas sangrientas guerras de predominio territorial y marítimo, aunque debemos reconocer que sólo hemos tenido acceso a algunos de los numerosos volúmenes que narran aquellos acontecimientos. Es muy probable, por ende, que algo o alguien pueda mañana cambiar nuestra actual apreciación.
Pero, a decir verdad, nos llamaría muchísimo la atención que pudieran haberse servido de ellas, ya que las comunicaciones militares (y no solo la de los romanos) se canalizaban invariablemente durante aquella época a través de mensajeros humanos.

Por conducto de dicho historiador, por ejemplo, que para más datos escribió durante el reinado del emperador Augusto, cuando el imperio romano dominaba todo el Mediterráneo, hemos llegado a conocer que durante la época que nos ocupa, cuando las distancias a transitar eran cortas, los comandantes militares acostumbraban enviar cartas a través de mensajeros pedestres, y en las largas, sirviéndose de los correos ecuestres.

Así, haciendo referencia a una asignación de mandos y provincias, dice que a principios del año 211 a.C. se sometió a la deliberación del senado un escrito de Cayo Lucio Marcio Séptimo, en el que, habiendo sido concebido solamente para detallar las acciones llevadas a cabo, las que fueron muy del agrado de ese cuerpo, se arrogaba el título de propretor, lo que resultaba irritante para la mayor parte de la ciudadanía. Los romanos consideraron un mal precedente que los generales fueran elegidos a su arbitrio por los mismos ejércitos, de manera que decidieron tratar lo antes posible esa por demás alarmante cuestión, pero esperaron prudentemente a que se marcharan los jinetes que habían traído dicho memorándum.

N.B. Este personaje luchó durante la conquista de Hispania, en la Segunda Guerra Púnica, bajo el mando del general Escipión el Africano. Fue muy popular entre la tropa y según vimos, aclamado por ella jefe del ejército y procónsul, pero el Senado no ratificó la elección. Durante el transcurso de aquella conquista, los ejércitos cartagineses vencieron a Publio Escipión, quien murió en la contienda. Cneo Cornelo Escipión se enfrentó al ejército de Asdrúbal Barca, pero tuvo que retirarse al desertar los mercenarios celtíberos, a los que Barca ofreció una suma mayor que la pagada por Roma. Durante la retirada, murió Cornelio Escipión y los cartagineses estuvieron a punto de pasar el río Ebro, pero fueron rechazados por el ejército de Lucio Marcio. Los habitantes de Cástulo e Iliturgis degollaron a los soldados romanos en la retirada que causó la muerte de los hermanos Publio y Cneo Escipión, por lo que ambas ciudades fueron castigadas por Escipión el Africano, quién envió a Lucio Marcio en el año 206 a. C. a asediar a Cástulo con una tercera parte de las tropas. Ese mismo año —según algunos historiadores fue en 208 a. C.— Lucio Marcio destruyó la ciudad de Astapa —situada en el actual término de Puente Genil, cerca del límite con Estepa (Sevilla), al decir de algunos historiadores, o en el cerro se San Cristóbal, donde se emplaza la actual Estepa según otros—y tomó la ciudad de Corduba —actual Córdoba—, que eran aliadas de los cartagineses, y estableció al noroeste de esta última un campamento sobre una superficie llana, desde donde podía dominar la población indígena y los vados sobre el río Betis —actual Guadalquivir—.

Y siempre haciendo referencia a estos mensajeros militares, en el libro XXVI señala:
“En Roma, un mensajero fregelano que había viajado día y noche sin interrupción suscitó un gran movimiento de pánico.”
“Mútines no toleró la humillación de aquella injusticia y al instante envió clandestinamente mensajeros a Levino para entregarle Agrigento.”
“Luego, después que le dieron los nombres de sus ciudades, hizo recuento de los prisioneros que había de cada pueblo y envió mensajeros a sus casas para que vinieran a hacerse cargo de cada uno de los suyos”.
“Esta carta […] hizo salir de la curia al senado, y la población acudió corriendo hacia las puertas de la curia tan a porfía y atropelladamente que el mensajero no podía entrar sino que era llevado a rastras […]”
XXVIII: “[…] se adelantó no sólo a los mensajeros sino incluso a los rumores de su llegada […]”
Por su parte, los cartagineses también se comunicaban del mismo modo. Pero como también nos revela dicho historiador, las fuerzas cartaginesas carecían a veces de mensajeros profesionales y tenían que recabar entonces la ayuda de cualquier combatiente que quisiera arriesgar su pellejo por una suma elevada de dinero.
En el Libro XXVII dice: “Todo esto, puesto en conocimiento de Aníbal desde Herdónea través de mensajeros secretos, suscitó en él el interés por conservar la ciudad aliada […];
“También mandó un mensajero a Regio, el prefecto de la guarnición […]
“Aníbal había cogido del cadáver el anillo de Marcelo. Crispino, temiendo que el cartaginés urdiese algún engaño usando el sello fraudulentamente, había enviado mensajeros a las ciudades del contorno para informa de que su colega había muerto y que el enemigo se había apoderado de su anillo, […]
“Los salapitanos se dieron cuenta de la suplantación y […] enviaron de vuelta al portador de la carta […]
“Por otra parte se le habían enviado mensajeros al colega para anunciarle su llegada […]”
“Magón […] envió mensajeros al senado de Cartago […]”: “Pero desde los campos habían llegado, muy agitados, mensajeros que anunciaban al mismo tiempo el saqueo y la huida de los campesinos […]”
XXIX: “Enviaron asimismo mensajes a sus propios generales […] a Magón, aparte de mensajeros, le enviaron veinticinco naves de guerra […]”;
“Magón entretanto reclutaba mercenarios galos mandando a escondidas emisarios por sus tierras […]”
“Por su parte, Aníbal […] mandó por delante un mensajero a los suyos […]”
“Acababa de llegar un mensajero con la noticia de que se encontraba ya en Tarracina.“
“Volvió, pues, a darle al rey la falsa noticia de la muerte de Masinisa, y se enviaron mensajeros a Cartago para anunciar la feliz nueva.”
“A continuación mandan llamar a Asdrúbal y a Sífax por medio de cartas y mensajeros […]”
XXX: “Tres cuatrirremes pertenecientes a ella, fuese porque se envió un mensaje secreto desde Cartago para que lo hicieran […]”
[…] envió un mensajero a Escipión para que le concediera la posibilidad de entrevistarse con él.”
Pero no los hubo evidentemente en Capua, la segunda ciudad de mayor importancia de la península, cuando durante el transcurso la guerra en la que nos hemos situado mentalmente, ésta renunció su fidelidad a Roma en favor del general cartaginés Aníbal. Comentando la situación que se había planteado en aquella ciudad, donde tenía por entonces epicentro la ofensiva contra los cartagineses, este historiador señala: “Se ponía mayor empeño, sin embargo, en el asedio que en el ataque, y la plebe y los esclavos no podían soportar el hambre ni enviar mensajeros a Aníbal por entre tan estrechos puestos de vigilancia.” De manera que se debió recurrir a un númida, quien aseguró que si se le entregaba cierta cantidad de dinero, pasaría al otro lado y cumpliría su compromiso.

N.B. Numidia, era el antiguo nombre romano de un territorio que se encontraba en el norte de África, equivalente en la actualidad aproximadamente al de Argelia. Estaba habitada por dos tribus (númidas) famosas por sus jinetes. Durante la segunda de las Guerras Púnicas (218-201 a.C.) entre Cartago y Roma las tribus occidentales de los númidas (masesilios) apoyaron a Aníbal, líder de Cartago. Masinisa, rey de los númidas orientales (masilios), luchó del lado de los romanos. Con la victoria de estos últimos, toda Numidia se unió bajo el mandato de Masinisa.

Aunque se echa de ver que muchos de los mensajeros cartagineses citados por Tito Livio eran improvisados, cubrieron así y todo servicios que gravitaron grandemente sobre el resultado de las operaciones militares. Así dicho autor comenta que, avanzando rápidamente hacia la citada Capua con tropas escogidas de infantería y caballería, Aníbal tomó sobre la marcha la fortaleza de Calacia y se volvió contra los que sitiaban la ciudad, destacando previamente mensajeros, con la finalidad de informarles a los campanos en qué momento atacaría el acantonamiento romano para que, aprovechando la batahola, pudieran huir en masa.

N.B. La marcha de Aníbal sobre Roma, partiendo desde Hispania y atravesando los Alpes, acaecida entre el 218 y el 217 a.C., sigue siendo una de las hazañas más grandiosas de la historia militar.

Y un poco más adelante, señala que al ver que no le era posible abrirse camino hacia la ciudad que había ido a liberar, decidió marchar directamente sobre Roma pero, inquietándole la posibilidad de que los capuanos se rindieran inmediatamente después de su partida, convenció con regalos a un númida dispuesto a cualquier osadía para que cogiera una carta, entrara en el campamento romano fingiéndose desertor, y saliera subrepticiamente por el otro lado en dirección a Capua.

N.B. La misiva estaba repleta de palabras de aliento. Les pedía allí que no se desmoralizaran, pues su marcha iba a forzar el abandono del sitio por parte de los generales romanos y sus ejércitos para ir a defender a Roma, por lo que, aguantando unos días más, se librarían por completo del asedio.

Y siempre que menciona el envío de mensajes, tanto de un lado como del otro, Tito Livio hace referencia a este único tipo de expediente, el envío de cartas, ya sea por medio de mensajeros o por emisarios (muchas veces usa a esta última voz como si fuese sinónima de la primera.)
Pero en muchas oportunidades las informaciones eran canalizadas de una curiosa manera. Conforme a los innumerables testimonios que hemos venido recogiendo a dicho respecto, el medio de comunicación más usado por aquellos tiempos fue el denominado “boca a boca”.
Esta costumbre ciertamente rudimentaria de comunicar hechos sumamente importantes, debió de utilizarse durante muchísimo tiempo entre los romanos ya que sabemos que fue de esa manera como Augusto tomó rápido conocimiento de la masacre sufrida por los legionarios del general Varus.

N.B. Aproximadamente en el siglo I después de Cristo, aquel cayó en una emboscada que astutamente le había tendido Arminius, el jefe de los germanos, perdiendo tres legiones. Para calcular la cuantía de esta pérdida, recordemos que el ejército romano estaba dividido en legiones, constituidas por aproximadamente 6.000 hombres. El desastre afectó tan profundamente a Augusto que sufrió terribles insomnios por su causa y se recuerda que en un momento dado se lo escuchó exclamar con desesperación: ¡Varus! ¡Varus! ¡Devuélveme mis legiones!

Se sabe que pasando de boca en boca, la infausta novedad fue conocida una docena de horas más tarde en Auvergne, población alejada unos 200 kilómetros del sitio de los acontecimientos.

N.B. Convendría aclarar que por entonces ya existía en Roma el correo público. Éste se debió precisamente a Augusto, cuyo nombre completo era Cayo Julio César Octavio Augusto, el primer emperador de Roma (27 a.C.-14 d.C.) y que fuera sobrino nieto de Julio César. Si bien los orígenes de dicho servicio se remontan a los tiempos del Imperio Medio Egipcio (2134-1784 a.C.), su precedente institucional más significativo fue el cursus publicus romano, creado por dicho regente para asegurar la efectividad del transporte de mensajes a lo largo del imperio.
Pero el expediente sistema preferido por los militares romanos, afín en cierto modo al boca a boca, fue el que tuvo por protagonistas a los mensajeros y emisarios antes citados.

La diferencia que podría haber entre “mensajeros” y “emisarios”, estribaría principalmente en que los primeros se encargaban simplemente de llevar y traer mensajes, generalmente, cartas, mientras que los segundos oficiaban de voceros personales de quienes los comisionaban para comunicar alguna cosa o para concertar en su nombre algún acuerdo, por lo general secreto.
Ellos podían desplazarse tanto a pie como a caballo, según lo demandase el tipo de distancia a recorrer y/o la premura requerida para acercar los recados o pláticas a sus destinatarios.
En los trayectos extensos, el servicio de correos estuvo perfectamente organizado por los romanos. Y no podía haber sido de otra manera, si tomamos en cuenta la facilidad de traslación terrestre de que disponían.

N.B. Fueron los más grandes constructores de carreteras que el mundo antiguo conoció y supieron aprovechar a pleno esas vías comunicacionales. Y no fue sino con su ayuda que pudieron vincular entre sí las localidades más importantes de su dilatado imperio y relacionarlas estrechamente con Roma. Contaban con indicadores, llamados piedras miliarias, que ponían al tanto a los viajeros acerca de dónde se encontraban y las distancias que los separaban de Roma y de las más importantes ciudades del imperio y, además, con pozos y fuentes donde los correos podían beber y abrevar sus cabalgaduras. Por supuesto, también construyeron innumerables puentes, haciendo los viajes menos complicados y más cómodos. Por ejemplo, luego de recorrer aproximadamente unos 10 kilómetros, mensajeros y emisarios podían hacerse de caballos de refresco y cada 30 ó 40, encontrar alojamiento predispuesto para poder alimentarse y descansar.

Los correos militares romanos contaban con estaciones de posta rodeadas de empalizadas y provistas de fosos, que las convertían en verdaderas fortalezas.
Las señales ígneas
El fuego fue también empleado para hacer señales durante muchísimo tiempo; tanto que durante el reinado de Isabel I (1558-1603) los ingleses se valieron de ese medio para informar a Londres de la aparición de la Armada Invencible española frente a las costas de Plymouth.
Durante las Guerras Púnicas (siglos III a II a. C.), lo utilizaron tanto los romanos como los cartagineses.
Tito Livio señala al respecto (Libro XXVIII): “De allí, para poder afrontar cualquier movimiento enemigo, envió hombres a la Fócide, Eubea y Papareto a que eligieran puntos elevados desde donde fueran bien visibles fogatas encendidas sobre ellos; él mismo dispuso en el Tiseo, monte cuya cima se leva a gran altura, un lugar de observación para captar al instante, por los fuegos encendidos a lo lejos, la indicación de dónde realizaban algún movimiento los enemigos.”; y en el XXIX, “[…] los liberaron inmediatamente y los enviaron de vuelta después de concertar el plan a seguir y las señales que harían para verlas a distancia […]”; “[…] y en torno a la media noche, desde el punto convenido, dieron la señal a los que iban a entregar la ciudadela.”
Los cartagineses, empleando este primitivo recurso, lograron comunicarse a distancias considerables. En efecto, pudieron intercambiar mensajes entre Cartago (situada en el norte de África) y Sicilia, la isla más grande del Mediterráneo (situada al sur de Italia), que se hallaba en su poder..
Para sortear el gran obstáculo que les oponía la distancia (219 km) y más que nada el mar Mediterráneo, instalaron en la pequeña isla de Pantelleria, situada a medio camino entre Tunicia y Sicilia, una estación retransmisora.

N.B. Si bien no conocemos exactamente los sitios ni la altura donde habían emplazado las hogueras, podríamos calcularlos con bastante aproximación y hacernos de una buena idea sobre la efectividad que pudo haber tenido el empleo de aquel recurso midiendo la distancia que separa a Cartago de Pantelleria y tratando luego de estimar la que pudo haber existido entre esta última y una receptora siciliana, la más próxima a ésta, ubicada seguramente en un altozano, que escogeremos al azar. Tenemos así, en primer lugar, que dada la posición geográfica de Cartago, (en inmediaciones de la actual Túnez) ésta no debe de haber podido comunicarse en forma directa con Pantelleria. Tuvo que haberlo hecho, verosímilmente, utilizando al Cabo Bon como receptora auxiliar. De Cartago al citado cabo hay aproximadamente 67 km. Desde allí hasta Pantelleria, 85, y desde esta isla mediterránea hasta Mazara del Vallo, una de las localidades sicilianas más cercanas a la retransmisora insular, sólo 108. Presentándose la noche propicia, contando con unas buenas fogatas encendidas en lugares prominentes y una excelente visión por parte de los operadores pantellerianos y sicilianos, las comunicaciones aquellas se nos representan enteramente viables.

Se sabe, por otro lado, que el ejército de Aníbal contaba con un cuerpo especial de señaleros preparado para operar esa clase de sistema.
Los romanos emplearon la misma metodología, situando inteligentemente los fuegos en las cimas de unas torres construidas con ese exclusivo propósito. Instalándolas convenientemente de trecho en trecho, pudieron comunicarse a lo largo y lo ancho de todo el imperio.
Este admirable anillado comunicacional, en extremo dilatado, tenía como punto de partida Roma, seguía por Italia, la Galia y España; cruzaba por Gibraltar, recorría la costa africana hasta llegar a Egipto; se dirigía desde allí hasta la región enlazada por el Tigris y el Éufrates y regresaba a Roma por el valle del Danubio.
Aún pueden observarse en Francia (Cinq-Mars, Uzès, Bellegarde, Nimes, etc.) numerosas ruinas de estas utilísimas atalayas. También existe un bajorrelieve procedente de una colonia trajana (del tiempo de Marco Ulpio Trajano, emperador romano entre 98 y 117), que muestra una de esas torres.

N.B. A propósito de los avistajes de señales ígneas, Tito Livio comenta en el Libro XXX la aparición de ciertos fuegos que harían sentirse seguramente muy felices a los ovniólogos. Entre las variadas noticias recibidas sobre la alarmante observación de extraños fenómenos ocurridos a la sazón, se encontraba la siguiente: “En Anagnia aparecieron primero varios puntos de fuego diseminados por el cielo y después se encendió un enorme cometa.” (Confrontar 1:11.)

Dejaremos, pues, atrás a estas Guerras, diciendo que no hemos encontrado señal alguna de la actuación de palomas mensajeras durante su transcurso.

Las Guerras de las Galias

Muchos historiadores de las palomas mensajeras aseveran que durante la conquista de las Galias, Cayo Julio César (100-44 a.C.) comunicaba sus victorias al Senado por medio de esas aves. ¿Qué puede haber aquí de cierto?
Digamos antes que nada, que Galia era el nombre que los romanos daban al territorio ocupado por los celtas, situado en el oeste de Europa y que correspondía a una gran parte de la actual Francia.
Estaba limitado al oeste por el océano Atlántico, al sur por los Pirineos y el mar Mediterráneo, al norte por el canal de la Mancha y al este por los Alpes y el Rin.
Sus habitantes, llamados galos, jugaron un papel muy importante en la distribución étnica de los primeros pueblos europeos.
Las informaciones más antiguas que se poseen sobre esta región datan aproximadamente del 600 a.C., cuando los griegos focenses fundaron una colonia (Marsella) en la costa sur.
Los romanos dividieron la Galia en dos regiones principales: la Cisalpina (en el actual norte de Italia) y la Trasalpina.
La Cisalpina (“la de este lado de los Alpes” desde el punto de vista de Roma), también se llamó Galia Citerior (‘Galia de aquí’) para distinguirla de la Ulterior (‘Galia de más allá’), mejor conocida como Trasalpina (‘Galia del otro lado de los Alpes’.)
Roma extendió gradualmente su control a toda la Galia Cisalpina, estableciendo colonias en muchas ciudades. En el 49 a.C., Julio César concedió la ciudadanía romana a sus habitantes.

N.B. Muchos romanos ilustres, como es el caso de los poetas Cayo Valerio Virgilio y Catulo, el antes mencionado historiador Tito Livio, el político y escritor Plinio el Viejo, al que también hemos estado haciendo referencia, y Plinio el Joven, sobrino del anterior, nacieron en el territorio de la Galia Cisalpina.

Cuando Roma conquistó el territorio situado al otro lado de los Alpes, llegando hasta los Pirineos, toda la región se convirtió en una provincia romana.
Las guerras de las Galias (58 hasta el 52 a. C.), en las que Julio César resultó victorioso, arrojaron como resultado el sometimiento de la Galia Trasalpina y la formación de una provincia nueva, Aquitania.
Dicho general, en sus Comentarios sobre la guerra de las Galias, narra pormenorizadamente aquella conquista. En los dos compendios que tenemos, no hemos encontrado ninguna referencia relativa al uso de palomas mensajeras.
Los historiadores de estas aves aseveran, sin embargo, que éste hizo emplazar a tales efectos una serie de palomares para poder mantenerse así constantemente informado sobre la situación imperante en los territorios ocupados y que debido a ello, pudo ser rápidamente anoticiado de los frecuentes levantamientos que allí se producían y sofocarlos sin pérdida de tiempo.
Esto los llevó a subrayar también la importancia que adquirieron por entonces los palomares militares, que tenían, según dicen, y citando impropiamente a Plinio, la forma de una imponente torre y estaban a cargo de esclavos especialmente dedicados a ese menester, a los que se denominaba “columbariles”.
Como en el caso de Akbar Khan, el gobernante indostaní aquel que, según también los cronistas referidos, no salía de su corte si no llevaba consigo al menos dos mil ejemplares, emerge de esta nueva ficción una incongruencia de suyo tan evidente, que nos extraña muchísimo que no haya sido advertida por ninguno de los que han venido citando hasta ahora a Plinio el Viejo en conexión con estos animales.
Primero que nada porque, como puede fácilmente comprobarse, aquel hablaba de palomares fijos; de unas construcciones tan enormes que, de haber sido móviles, menudo trabajo les hubiera costado a sus sirvientes transportarlas, amén de tener que alimentar a sus ocupantes hallándose Roma en plena campaña expansionista; y después, porque si hubieran sido palomares militares, no podrían haber satisfecho fácilmente la necesidad imperiosa de localizar rápidamente a las aves que accederían a ellos portando mensajes.
Como Plinio mismo se encargó de indicarnos, estos palomares eran tan grandes que estaban capacitados para albergar hasta dos mil quinientas parejas.
De manera que, si verdaderamente existieron palomares militares durante aquella época, seguramente no fueron éstos.
Debemos pensar más bien que los enormes palomares a los que Plinio hacía referencia eran los que se erigían en las villas romanas para criar pichones destinados a la mesa y que no servían para otra cosa más que para eso.
Recordemos de paso, que se denominaba “villas romanas” a las casas de campo existentes en la antigua Roma, denominadas al principio “villas rústicas”.
Se trataban de propiedades rurales pertenecientes a los terratenientes romanos, y estos las usaban más que nada como lugares confortables desde donde se podía dirigir tranquilamente los trabajos propios de sus tierras de labranza.
En estos asentamientos trabajaban esclavos. Cuando sus dueños estaban ausentes, los dirigía un villicus (administrador.) En ocasiones, ellas incluían algunos edificios domésticos, aunque había también establos y dependencias en las que se realizaban los trabajos antes citados. Plinio las describe en sus escritos y Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) también
También se utilizó durante el transcurso de las Guerra de las Galias el antiquísimo sistema de pasar las noticias de boca en boca.
En la Galia trasalpina estuvo tan bien organizada, que posibilitó que en distintos puntos de la misma se conociera rápidamente la toma, incendio y destrucción de Genabum por parte de Julio César, hecho acontecido en el 52 a. C.

N.B. Más tarde esa ciudad fue reconstruida por el emperador Lucio Domicio Aurelio, llamado Aureliano, de cuyo nombre proviene su actual denominación: Orleans.
Las palomas de Roma de principios de la Era cristiana.

Hay otro escritor peninsular, llamado Claudio Eliano, nacido en Preneste, (actual Palestrina) en el Lacio (Italia central, junto al Mar Tirreno), hacia el 170 de nuestra era, que en su “Historia de los Animales” (más propiamente “Testimonio sobre los animales”) menciona varios géneros y especies de palomas, pero no expresa palabra alguna sobre las mensajeras, por lo que debemos asumir que no las había por entonces.
Este autor, que gozó de gran predicamento en el círculo intelectual que tenía por centro a la emperatriz Julia Domna, consorte de Septimio Severo (quien reinó del 193 al 211), nombra en la mencionada obra, además de otros muchos animales, ochenta y seis especies de aves, entre ellas tres clases de palomas: la torcaz (C.palumbus), la de las rocas o bravía (C. livia), y la tórtola común (Streptopelia turtur).
En el Libro IV aclarara cómo era una de ellas. Refiriéndose concretamente a la “énade” y a la circe, dice: “Es preciso saber que la “énade” es un pájaro, y no, como dicen algunos, una viña. Dice Aristóteles que es mayor que una paloma torcaz y más pequeña que una paloma doméstica. Algunos hombres se llaman también en Esparta, según he oído, “Enadoteras” (cazadores de énades). Puede decirse que la circe difiere del halcón, no sólo en el sexo, sino también en su naturaleza.”
La “énade” en cuestión era, con toda probabilidad, la paloma zurita (Columba aenas.)
En III: 15, señala: “Las palomas conviven en las ciudades con los hombres. Son muy mansas y se enredan entre los pies. Pero en los lugares solitarios huyen y no soportan a los hombres. Cobran confianza entre la multitud y saben de sobra que no recibirán ningún daño. Sin embargo, donde hay cazadores de pájaros, redes y artilugios contra ellas “ya no viven tranquilas”, para hablar con el lenguaje que emplea Eurípides, al referirse a estas aves.”

N.B. El autor cita aquí al célebre dramaturgo griego, el tercero junto con Esquilo y Sófocles de los tres grandes poetas trágicos de Ática. Su obra, enormemente popular en su época, ejerció una influencia notable en el teatro romano. Había nacido en las proximidades de 480 y falleció en el 406 a.C.

En IV: 2, bajo el título “Las torcaces de Afrodita en Érice”. Eliano se refiere a la antes citada Columba palumbus señalando: “En Érice de Sicilia se celebra una fiesta a la que las gentes de la ciudad y los habitantes de toda Sicilia llaman “Fiesta de la embarcación”. He aquí la razón de este nombre: dicen que Afrodita durante estos días se hizo a la mar desde allí en viaje a Libia. En apoyo de esta creencia aducen lo siguiente: hay allí superabundancia de palomas. Como estas aves no se ven, dicen los de Érice que se marchan escoltando a la diosa, pues no solo aquéllos, sino todos los hombres, proclaman y creen que las palomas son favoritas de Afrodita. Transcurridos nueve días se ve un ave de extraordinaria belleza venir volando por el mar desde Libia. No es esta ave como las restantes palomas de un palomar, sino que es rosada, como dice Anacreonte de Teos que es Afrodita, cuando la llama “purpúrea”. Y el ave podría compararse también al oro porque éste es como la misma diosa de Homero a la que él, en su canto [Ilíada, V: 427] llama “dorada”. Le siguen nubes de las restantes palomas y de nuevo hay una fiesta que congrega al pueblo de Érice, “la fiesta del retorno”; el nombre deriva de este suceso.

N:B Erice se encuentra situada al noroeste de la isla.

A través de lo aquí expresado venimos a saber que en época de Eliano existían palomares, cuando menos en Roma (donde él residía), poblados seguramente por palomas “comunes” (C. livia domestica.) Y nos parece que podrían ser de este género y especie únicamente ya que, como pude verse, no hace mención alguna a la presencia de variedades de la misma.
Sabemos, también, que cuando las torcaces desaparecían de Sicilia al tiempo de migrar, otras, también estacionales, de matices ferruginosos, llegaban a aquella isla procedentes de Libia.
El autor se estaría refiriendo muy probablemente en primer lugar, a la tórtola común, especie migratoria que habita Europa, Asia occidental y África y que inverna en el África subsahariana.
En cuanto a las “palomas” rosadas de Libia, es probable que los sicilianos conocieran el origen de las mismas porque, como sabemos, los romanos poseyeron allí colonias luego de librarse la tercera y última guerra Púnica (siglo II a. C.)
Como puede verse, Eliano no menciona para nada a las palomas mensajeras, por lo que debemos suponer que no las habían comenzado a utilizar aún, ni militar ni civilmente.
Así y todo, en los libros que versan sobre estas aves, escritos por sus siempre poco críticos adeptos (y que por ende debiéramos confirmar), existen referencias acerca del uso regular de palomas mensajeras durante el tiempo del emperador romano Cayo Aurelio Valerio Diocleciano, a las que al parecer denominaban “cursores”.
De haber sido así, esto debió acontecer entre el 284 y el 305 después de Cristo.
No olvidemos, empero, que se le adjudicaba la denominación de “mensajera” a cualquier paloma indistintamente, por el sólo hecho de tener que llevar ocasionalmente un mensaje, ya que no tenían realmente esa aplicación específica.

Palomas que anunciaban caminos expeditos en la época de Justiniano I.

Al tiempo de Justiniano I (482-565), emperador bizantino (527-565) que extendió el dominio de Bizancio en Occidente, embelleció Constantinopla y completó la codificación del Derecho romano, se remonta una curiosa anécdota, con la que se ha querido también acreditar el uso de palomas mensajeras por parte de los romanos.

N.B Debemos aclarar, empero, que era éste sobrino del emperador Justino I, había nacido en Iliria y se educó en Constantinopla (la actual Estambul, Turquía). En el año 518 se convirtió en administrador de dicho emperador, que le nombró su sucesor. Tras la muerte de su tío, en el año 527, se convirtió en emperador.

Dice aquella referencia que un centurión llamado Photius, con la finalidad de averiguar si el camino que debían emprender se hallaba libre de enemigos, solía soltar unas palomas. Si éstas volaban sosegadamente, no había nada que temer, puesto que eso le permitía inferir que éstos no se hallaban cerca.
Como puede verse, a pesar de los resultados que Photius deducía a través de sus vuelos, no eran ellas palomas mensajeras, a menos que les adjudiquemos gratuitamente esa condición, como los historiadores de nuestras aves hicieron con la del arca de Noé.

A esta altura de los tiempos, según puede verse, las palomas mensajeras seguían brillando esplendorosamente por su ausencia.




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