domingo, 2 de mayo de 2010

La mensajera de Noé


Extractado de mi libro "La verdadera Historia de las palomas mensajeras" (Un cacho de Colomb & Cultura). Agradeceré citar la fuente.

El ejemplo clásico al que siempre recurren los cronistas de las palomas mensajeras para demostrar la enorme antigüedad que éstas tendrían, es el referido a la paloma del Arca de Noé.
El mismísimo Castelló y Carreras decía en su Colombofilia (edición de 1901) que ella era la “primera manifestación de nuestras mensajeras.” ¿Qué hay de cierto en ésto?
El relato que describe la utilización de esta legendaria paloma como “mensajera”, se encuentra en el Génesis, el primero de los cinco libros de Moisés, que en las biblias cristianas constituyen el Pentateuco y en las judías, la Tora o Ley.
Si bien la tradición judeo-cristiana considera que aquel fue el autor de tales textos, esto no consta en ninguna parte. La suposición tiene que ver en realidad con la manera en que estos libros son denominados por los hebreos, pero, según aclaran los entendidos en estas cuestiones, no se ha querido significar con eso que hubieran sido escritos realmente por él, sino que son “relativos” al mismo.
El episodio bíblico que versa sobre el supuesto empleo de una paloma para averiguar si las aguas diluviales habían descendido, se remontan en realidad a una época considerablemente más alejada que aquella en que Moisés vivió. Sin embargo, resultaría muy instructivo para nosotros poder establecer, por elevación, a través del mismo, cuál era la idea que podrían haber tenido los hebreos acerca de las palomas mensajeras durante el siglo en que esos textos fueron redactados.
Queremos significar con esto, que si descubrimos que durante los miles de años que transcurrieron desde la época de Noé hasta llegar a la de Moisés no había variado para nada el concepto de mensajería aviar que la actuación de la Paloma del Arca nos estaría revelando, entonces, no se conocía aún a las mensajeras propiamente dichas.
Aunque no es fácil de determinar cuáles fueron las fechas de nacimiento y muerte de Moisés, se puede calcular al menos cuál fue el siglo durante el cual transcurrió su accidentada existencia, ya que fue él quien lideró el éxodo del pueblo hebreo desde Egipto. Los especialistas creen que este suceso tuvo lugar durante el transcurso del siglo XIII a.C.
Como estimamos que resultaría también muy interesante recordar qué es lo que hacía por entonces Moisés y su gente en la antigua tierra de los faraones, comenzaremos diciendo que los primitivos hebreos aparecen en la Biblia organizados en pequeños grupos familiares, conducidos por el más veterano de sus integrantes, al que denominaban “patriarca”.
En el Génesis se explica la creación y el origen del mundo. Según éste, Adán y Eva conformaron la primera pareja humana. Como puede verse, antes del advenimiento de la teoría de la evolución se creía que todas las especies vivientes, incluida la humana, tenían su origen en un par de ancestros aborígenes creados directamente por Dios.
Tentado por Eva, Adán comió la fruta prohibida del árbol del bien y del mal, cometiendo el pecado original de la humanidad, y fueron expulsados del paraíso.
Andando el tiempo, sus descendientes provocaron nuevamente la cólera divina a causa de sus muchísimas maldades y para castigarlos, Yahvé decidió aniquilarlos con un diluvio.
La forma de llevar a cabo este exterminio sólo difiere en algunos detalles de lo que dicen unos antiguos mitos del Oriente Próximo y los de otras regiones, como es el caso del poema mesopotámico de Gilgamesh, datado aproximadamente el 3000 a.C.
En la versión bíblica, sólo Noé y sus parientes más directos, fueron los únicos seres humanos que se salvaron. Por eso es considerado el padre de toda la humanidad (Gen. 6-9.)
La Biblia dice que Noé vivió la friolera de 950 años (Gén. 9,29). Su abuelo, llamado Matusalén, muerto durante el año en que tuvo lugar dicho Diluvio, vivió un poco más que él ya que dejó este Valle de Lágrimas a la pasmosa edad de 969 años (Gén. 5,21-27; 1 Crón. 1,3.)
El relato comienza diciendo que viendo Yahvé (6:5) que la maldad de los hombres era imperdonable, pues todos los pensamientos de su corazón se dirigían únicamente al mal (6:6) se arrepintió de haberlos creado y (6:7) decidió deshacerse de ellos.
Pero ocurrió que (6:8) estando a punto de llevar a cabo aquel terrible castigo, Noé, se hizo merecedor de gracia a los ojos del Creador.
Así que le avisó (6:13) sobre la naturaleza de aquel terrible designio suyo y lo instruyó (6:14) para que fabricara con maderas resinosas una nave de colosales dimensiones, en la que pudiera ponerse a salvo junto con su familia y una crecida colección de especies animales, pues a corto plazo acaecería (6:18) una terrible inundación que haría perecer a todos los animales.
En esa inconcebible nave embarcaron pues, Noé, su mujer, sus hijos Sem, Cam y Jafet y las esposas de éstos (6:18), más siete parejas de cada uno de los animales puros y dos de los impuros (7:2) es decir, de los que se podían y de los que no se podían ofrecer en sacrificio.
El cataclismo se inició (7:4) a los siete días de la comunicación aquélla, con torrenciales lluvias que se extenderían sin solución de continuidad durante cuarenta días y sus correspondientes noches.
Tan desmesuradamente se elevaron las aguas (7:19) que hasta los montes más altos quedaron cubiertos por ellas y todos los seres de carne y hueso, a excepción de los que iban en el arca, sucumbieron (7:21-22-23.)
Al cabo de ciento cincuenta días de comenzada la inundación (7:24), Dios consideró que ya era tiempo de que se apaciguara su ira e hizo que un viento soplara sobre la tierra inundada y las aguas bajaran (8:1) al cesar de precipitar (8:2.)
Pasados otros tantos días (8:3), el arca reposó (8:4) sobre los montes de Ararat (nombre éste que los hebreos daban al reino de Urartu, ubicado en el norte de Asiria, conocido hoy como Armenia.)
Fue así que el primer día del décimo mes, después de haber soportado siete metros de agua sobre ellas, las cumbres de aquellos montes (8:5) reaparecieron.
Como puede verse, el relato bíblico está plagado de incoherencias cronológicas y fácticas, pero lo que a nosotros nos interesa realmente aquí no es contabilizar los días y noches que duró el diluvio bíblico, etc., sino saber qué es lo que pasó con la famosa paloma del Arca.
Así que luego de la reaparición de los montes aquellos, Noé escogió al azar dos aves de diferentes géneros y especies para tratar de averiguar hasta dónde habían descendido las aguas hasta aquel día.
Transcurridos cuarenta días más, dice el texto sagrado, Noé abrió la ventana del arca (8:6) y liberó un cuervo (8:7) “el cual yendo salía y retornaba hasta que se secaron las aguas.”
“Después (8:8) soltó una paloma, para comprobar si se habían retirado suficientemente de la superficie terrestre”, mas, como no hallase ésta dónde posarse (8:9) volvió al arca y Noé, alargando su mano, la asió y la introdujo en ella.
Esperó el patriarca siete días más (8:10) y la liberó nuevamente. Ella volvió al atardecer (8:11) portando en el pico una hoja verde de olivo (no una ramita de este árbol como muchos creen), conociendo por ello Noé que las aguas se habían retirado.
Desconfiando empero de las noticias que aquella paloma le estaba trayendo, esperó siete días más y volvió a soltarla… y esta vez no regresó (8:12).
Noé dedujo entonces que las aguas se habían retirado definitivamente.
Y una vez que el arca quedó varada en el mencionado monte, los aliviados viajeros descendieron de ella, se dispersaron por doquiera, y repoblaron la Tierra.

La primera mensajera aviar


Podemos ver a través de lo dicho, que fue un cuervo y no una paloma la primera ave mensajera que el mundo de aquella época conoció.
Ahora bien: hoy se sabe que esta leyenda, perteneciente al siglo VI a.C., fue pirateada y reacondicionada de una saga mesopotámica, en la que las especies de aves participantes no eran dos sino tres y que aparecen en un orden de sucesión muy distinto: primero la paloma, después la golondrina y, por último, el cuervo.
En efecto, en el llamado Poema de Gilgamesh, epopeya babilónica de origen sumerio, escrita alrededor del año 2000 a.C., pero cuyo origen se remonta al III milenio a.C., el gran dios Enlil, enojado con la maldad de los hombres, les envía un diluvio devastador.
La épica de Gilgamesh fue rescatada de la biblioteca de Ashurbanipal (668-633 a. C.) en Nínive, la capital del imperio asirio, ciudad ésta reedificada varias veces e identificada hoy con la moderna Kouyonjik.
Gilgamesh fue un legendario rey sumerio que gobernó el país desde la ciudad de Uruk, en el sur de la Mesopotamia, localizada en la actual Warka (Irak), a orillas del Eúfrates y que estuvo habitada desde el cuarto milenio antes de Cristo, imponiendo su hegemonía en Sumer entre el 3500 y el 3100 a. C.
El héroe de esta saga es Ut-Napishtim, quien, como después Noé, recibió el pertinente aviso sobre la inminente catástrofe y las instrucciones para construir un arca en forma de cubo donde debía cargar la semilla de todas las criaturas vivientes.
Y sucedió entonces que “Seis días y siete noches sopló el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur (transportadora) del diluvio amainó en la batalla, que había reñido como un ejército. El mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado. Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, me senté y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: a doce leguas emergía una región (de tierra). En el Monte Nisir el barco se detuvo. El Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento, Un primer día, un segundo día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto (día), el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó. Puesto que no había descansadero visible, volvió. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó; Puesto que no había descansadero visible, volvió. Después envié y solté un cuervo. El cuervo se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se rasca, se atusa las plumas, pero no regresa. Entonces dejé salir (todo) a los cuatro vientos y ofrecí un sacrificio. Vertí una libación en la cima del monte. Siete y siete vasijas cultuales preparé, sobre sus trípodes amontoné caña, cedro y mirto. Los dioses olieron el aroma, los dioses olieron el dulce aroma, los dioses se apiñaron como moscas en torno al sacrificio. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó las grandes joyas que Anu había labrado para su disfrute: Dioses, tan cierto como que no olvidaré este lapislázuli que está en mi cuello, recordaré estos días, sin jamás olvidarlos. Vengan los dioses a la ofrenda; (pero) no acuda Enlil a la ofrenda, porque, sin mostrar respeto alguno, causó el diluvio y a mi pueblo condenó a la destrucción. Cuando finalmente llegó Enlil y vio el barco, Enlil montó en cólera, le invadió la ira contra los dioses Igigi: ¿Escapó algún ser vivo? ¡Ningún hombre debía sobrevivir a la destrucción! Ninurta habló al valiente Enlil, diciendo: ¿Quién, salvo Ea, podía idear algo así? Sólo Ea, que conoce toda maquinación. Ea habló al valiente Enlil, diciendo: Tú, el más sabio de los dioses, tú, héroe, ¿cómo pudiste, sin respeto alguno, causar el diluvio? ¡Castiga al pecador por sus pecados, castiga al ofensor por su ofensa! ¡(Sin embargo), sé benévolo para que [la humanidad] no sea cercenada! ¡Sé paciente para que no muera! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un león hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un lobo hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá una hambruna hubiera surgido para menguar la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá una pestilencia hubiera surgido para herir a la humanidad! No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses. Yo sólo hice que Utnapishtim viese un sueño, y percibió el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora en lo que le atañe!”
Lo curioso es que versiones más antiguas que la encontrada en las tabletas de la desaparecida biblioteca Ashurbanipal se hallaron después en distintos lugares, probando de esta manera que la de Nínive se basaba a su vez en un relato sumerio cuya antigüedad se calcula que puede remontarse a los 3.400 años anteriores a la era cristiana. El héroe de esta gesta, empero, no es Utnapisthim sino Xisuthrus o Ziudsuddu. A este último período y personaje deberían remontarse, pues, los primeros antecedentes del uso de la mensajería aviar.
Otro de los diluvios relacionados con la intervención de aves mensajeras, y en este caso, con el de una paloma solamente, es el del Deucalión de la mitología griega, aunque es necesario aclarar que esta ave aparece recién en versiones posteriores a la original.
La narración de este suceso es notoriamente similar en los grandes detalles a las anteriores. Deucalión, hijo de Prometeo, hombre piadoso y bueno como Utnapisthim y Noé, reinaba en Tesalia cuando su solícito padre le avisó que Zeus había decidido destruir el mundo a causa del comportamiento malvado de los hombres. Y le aconsejó, como en los casos anteriores, que construyera una barca de madera, la llenara de provisiones y tratara de escapar a su cólera.
El violento anegamiento marítimo se transformó en este caso en una copiosa lluvia y la barcaza hizo las veces del arca de Noé, en la cual viajaron también incontables animales.
Esta es la variante que les hubiese encantado conocer a los cronistas de las palomas mensajeras, porque en esta historia, Deucalión envió por varias veces consecutivas a una misma paloma para verificar el retiro definitivo de las aguas y no utilizó al efecto ningún otro plumífero. Podrían haber dicho entonces que fue él el primero en utilizar una paloma como “mensajera”, pero echamos de ver aquí que tanto ésta como las otras aves, fueron simplemente anunciadoras sui generis de una respuesta esperada.
Y como señalamos más arriba, la elección de estas aves fue a todas luces aleatoria porque, tal como fueron maquinadas estas exploraciones, todas ellas servían para traer finalmente una respuesta confirmadora.
Ahora bien: ¿por qué tuvieron que cambiar unas aves por otras? Tampoco nos parece muy poco sesuda la conclusión que Noé sacó a propósito de la desaparición de la paloma aquella. Recordemos que, como no regresó, éste dio por averiguado que las aguas habían descendido lo suficiente como para que pudieran desembarcar, pero, ¿y si hubiera sufrido algún accidente?
Habida cuenta de las flagrantes incoherencias que trae a cuento esta relación, pensamos que no deberíamos otorgarle más crédito que el que pudiera merecernos como antigua pieza literaria.
Pero por el sólo hecho de que esta fábula hace referencia a la que, en opinión de numerosos cronistas colombófilos, fue la primera mensajera que el mundo conoció, podríamos sacar de ella una serie de inferencias que bien podrían ayudarnos a poner las cosas en su lugar:
1. Que durante el tiempo y en el entorno territorial y social en que esta leyenda fue compaginada, esto es, en el tercer milenio antes de Cristo, el uso de algunas aves como portadoras de noticias podría haberse hallado, cuando mucho, en pañales.
2. Que no existía todavía un conocimiento utilitario acerca del comportamiento de las aves como portadoras de noticias, porque la elección de Noé fue muy azarosa.
3. Que estas aves habrían actuado más bien como exploradoras y anunciadoras sui generis de una situación muy especial, que como “mensajeras” propiamente dichas.
4. Que tocaba a Noé interpretar, basándose en meras conjeturas, lo que estaba pasando fuera del arca, ya que el regreso o la ausencia de sus “mensajeras” a la misma podría significar cualquier cosa.
5. Que de cara a esta insólita circunstancia, no tenemos más remedio que reconocer que la voz “mensajero/a” tiene dentro de este contexto un significado muy amplio y agarrado de los pelos. ¿Cómo vamos a denominar mensajera a un ave que no sólo no llevaba mensaje alguno sino que tampoco hizo acto de presencia en el momento culminante, como para simbolizar de esa manera el contenido del mensaje? ¿Podría confiarse Noé de un informe basado en la ausencia o presencia del ave encargada de anunciar la noticia que esperaba?
6. Que en el contexto en que estamos empleando dicho término, éste podría significar, por un lado, que el sujeto comisionado (la paloma ahora y el cuervo anteriormente) tenía que llevar a alguien (Noé) un mensaje o recado, lo que no sucedió en puridad, como quedara visto; y por el otro, una “noticia” específica y en la manera que fuere --como era esta poca idónea forma de dar cuenta al presentarse o no en el lugar (el arca) donde alguien (Noé este caso) la estaba esperando-- si habían descendido ya las aguas o no lo habían hecho aún. En lo que hace a esta última significación, las aves destacadas por Noé estaban destinadas a proporcionarle --a través de su simple presencia o ausencia--, dos informaciones sumamente importantes para él: una --y en el peor de los casos--, que las aguas no habían descendido aún lo suficiente; y dos, que ya lo habían hecho. La cuestión de si con el auxilio de esta forma escasamente elaborada de tratar de averiguar el estado de la cuestión pudiese o no Noé obtener resultados indudables, es algo que no invalida para nada lo expuesto precedentemente.

De todas maneras, para nosotros al menos, lo más importante que encierra todo esto radica en la siguiente advertencia: que no existe en este relato motivo alguno para sospechar o creer que la paloma del arca fuera una mensajera propiamente dicha. No tenía ese oficio ni portaba despacho alguno en su pata o cuello; además, la metodología utilizada en la ocasión era a todas luces totalmente contrapuesta a la que mucho más adelante emplearían ciertos marinos en aguas del Mediterráneo para anunciar su regreso al hogar.
En este caso, la paloma era retenida en la embarcación todo el tiempo que fuera necesario, hasta que, al hallarse ésta próxima a tocar nuevamente puerto, llegaba el momento de ponerla en libertad. Ella no llevaba mensaje escrito alguno, según se afirma, pero no hacía ninguna falta que lo portase, pues bajo ciertas circunstancias, la sola presencia del ave en su palomar podía anunciar que su dueño se hallaba de regreso.
A propósito de la varadura del arca en cuestión, se cuenta por ahí un chascarrillo que bien vale la pena memorar.
La Atlantic Mutual Insurance Company de los Estados Unidos posee una colección de expedientes relacionados a desastres marinos tan grande, que se la considera la más completa de todo el globo en su tipo.
Un estudiante, seguramente para gastarle una broma, le preguntó cierto día qué información podía brindarle acerca del arca de Noé.
Esta fue la respuesta: “Construida en el 2448 antes de Cristo, de madera no identificada, probablemente ciprés, alquitranada por dentro y por fuera. Eslora, trescientos codos; manga, cincuenta codos; altura, treinta codos. Tres cubiertas. Transportadora de animales. Propietarios: Noé e hijos. Se la vio por última vez varada en el Monte Ararat.”
Hay quienes calculan que, de haber existido, tendría que haber sido una sólida casa flotante, de forma rectangular, de unos ciento cincuenta metros de largo por veinticinco de ancho y quince de alto. En sus más de 35 mil metros cuadrados, debió albergar algo así como entre 30 mil y 40 mil animales.
Nosotros no creemos que una barca así pueda haber contenido siquiera un sólo individuo de cada una de las especies animales existentes en nuestro planeta.
¿Y cómo los alimentaron durante el año y diez días que duró su encierro? Algunos defensores a ultranza de esta increíble leyenda bíblica, argumentan que vivieron durante todo ese tiempo… ¡en estado de hibernación!

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