viernes, 17 de diciembre de 2010

Las distintas maneras de conocer a nuestras palomas

Dedicado a Diego Nogués, el talentoso sobrino que le dio una nueva cara a mi blog.

Existen varias formas de conocer (o más bien de creer conocer) a las palomas mensajeras y, como no podía ser de otra manera, todas están relacionadas con el mayor o menor grado de acercamiento físico y/o mental que hayamos podido tener con ellas.
Coincidirán conmigo si les digo que no es lo mismo haber visto o incluso poseer algunas de estas aves que saber a qué raza, variedad o linaje pertenecen, cómo, cuándo y dónde se originaron, para qué es que se las cría y cómo se las maneja habitualmente.
La falta de respuestas a algunas de estas cuestiones por parte de un presunto entendido bastaría para poner en evidencia que no las conoce verdaderamente. 
Planteado pues el tema en gruesos trazos, les diré que en mi opinión existiría una amplia gama de supuestos o reales conocedores de la paloma en cuestión, a los que intentaré escalonar grupalmente, atendiendo al nivel de discernimiento alcanzado en cada caso, aunque tengo que reconocer que hay unos cuántos que deberían ocupar niveles intermedios o entreverarse con otros, habida cuenta de su gran similitud.
El primer grupo estaría integrado por tres clases de personas: las que sólo las conocen de oídas; las que han tenido la oportunidad de ver de cerca a algunas de sus representantes y las que, habiendo tenido en sus casas algunas de ellas, no se interesaron jamás en averiguar quiénes eran realmente y cuál era la aplicación que efectivamente se les daba.
A pesar del poco interés que han tenido por ellas, todas estas personas apostarían que las conocen (y algunas más convencidamente que otras), pero si  les preguntásemos solamente a qué género, especie y variedad pertenecen, comprobaríamos inmediatamente que ninguna sabe nada acerca de su verdadera identidad y menos aún del uso que ordinariamente les damos.
Todas ellas supondrían, cuando mucho, que se trata de palomas “caseras” y que sólo se diferencian de las salvajes debido a que están dotadas de un prodigioso instinto de orientación que les permite llevar mensajes dondequiera que nosotros les indiquemos... y volver con las respectivas respuestas.
De manera que como ninguna necesidad las ha motivado a averiguar qué es lo que estas aves son ni qué es lo que efectivamente hacen, estarán por siempre condenadas a estancarse en el primero de los peldaños cognoscitivos que hay que remontar para poder acceder al conocimiento de las mismas.
Es esta suerte de explanada conceptual, una reducidísima elevación desde la cual estas palomas parecen ser de una determinada manera y hacer una cosa que estarían indudablemente en condiciones hacer, pero que en realidad normalmente no hacen.
Sin embargo, no caigamos en el equívoco de creer que se trata de una actitud reprochable, porque instalados en el fondo de nuestras particulares circunstancias y necesidades vivenciales, todos marchamos por la vida apoyándonos confiadamente en la apariencia de las cosas y, después de todo, no nos va tan mal.
Se trata de un error de apreciación que podríamos tildar de “normal”, porque se halla extraordinariamente extendido entre las personas que no tienen necesidad alguna de ir más allá de lo que las cosas les parecen que son.
Así que si a una inmensa cantidad de personas les basta con creer que todas las aves que tienen forma de paloma son palomas y les place llamar a algunas de ellas “mensajeras”, porque suponen que llevan y traen mensajes, ¿por qué tendríamos que reprocharles su ignorancia?
Ese erróneo concepto, mientras siga siendo nada más que eso, no las afecta a ellas ni a los diversos géneros, especies y razas de aves columbiformes que hay en el mundo, ni nos perjudica a nosotros para nada.
Sólo entraría en colisión con nuestros intereses si las  tratasen desconsiderada o dolosamente, o quisieran impedir o dificultar que las criemos, entrenemos y corramos. 
El siguiente grupo de presuntos conocedores de estas legendarias palomitas estaría constituido por una clase muy diferente de raciocinantes.
Congrega a los que, a pesar de criar y de concursar asiduamente tales palomas, no sólo creen que son mensajeras, sino que siempre lo fueron y lo serán eternamente. 
Como podrá verse, este tipo de actitud mental es completamente distinto del anterior, porque estas personas son las que deberían saber perfectamente qué clase de paloma cultivan y/o concursan, y si piensan de esa equivocada manera es porque no la conocen verdaderamente, y lo que es peor, no la conocen porque, aunque tienen un trato más directo y comprometido con ellas, al igual que los precedentes, tampoco han experimentado nunca la necesidad de conocerlas a fondo.
Y este sí que es un desconocimiento merecedor de reprobación, porque el que no sabe es como el que no ve ni oye ni siente, y nadie puede pensar, sentir, querer ni obrar como colombicultor comportándose de esa indolente manera.
En efecto, si lo que estas apáticas personas pretendiesen hacer, es cultivar de veras estas palomas tan especiales, deberían saber necesariamente cuándo, dónde, cómo y para qué se las obtuvo, cómo deberían llamarlas atendiendo a la actividad específica que año tras año realizan, cómo han venido evolucionando hasta ahora bajo la influencia de esa gimnástica funcional, y cómo tendrían que proceder para conservar las cualidades que las caracterizan y para tratar de  mejorarlas incluso, siendo esto, como es, hacedero.
Estos aficionados ocupan, según puede advertirse, un escalón situado sólo un poco por encima del limbo en el que se han estacionado inadvertidamente los que nada saben acerca de esta paloma; y como también puede fácilmente percibirse, si bien es cierto que alcanzan a percibir un tanto más que aquellos de lo que el horizonte colombicultural les oculta, poco es lo que alcanzan a vislumbrar entre la bruma.
A continuación de este un tanto más levantado promontorio conceptual, viene el que sustenta a los criadores de las (por ellos mismos denominadas) “mensajeras de carrera”.
A diferencia de los anteriores, han hecho éstos, como podrá fácilmente detectarse, un esfuerzo considerable por tratar de captar lo que podría haber detrás de las engañosas apariencias de las denominaciones.
Entrevieron meritoriamente, por lo menos, que la paloma que nos ocupa, la “mensajera” que todos creen conocer al dedillo, parecería tener una doble e incongruente personalidad. Si bien para ellos continuaba siendo la inconmovible mensajera tradicional, la que nos vendría, según dicen algunos de sus historiadores, del tiempo de los egipcios, de Noé, de los musulmanes, etcétera, tuvieron que admitir en un momento dado que lo que hace actualmente no es llevar mensajes de aquí para allá, sino correr carreras.
Así que, para no incurrir en una flagrante contradicción, buscando encontrar una solución de compromiso que no dejara mal parada la grata memoria de aquella mensajera mitológica que legos y versados guardan en sus soñadores corazones, dieron en llamarla de una manera completamente desopilante.
Para nosotros, soltaron de repente, sin que nadie se lo pidiera y argumentando contra viento y marea, es mensajera, ¡pero de carrera!
Hay que llamarla, pues, “mensajera de carrera”... y a otra cosa mariposa. ¡Jamás una nominación me resultó más extraña!
Superaba en mucho a la que quería reemplazar, que también era patéticamente inexacta, aunque me constaba que, mediando ciertas circunstancias, una paloma belga de carrera podía convertirse ipso facto en mensajera, y tantas veces como la necesidad lo demandase… y hasta veía con buenos ojos que pudiésemos llamarla de esa manera cada vez que lo hiciera, porque sería una mensajera ya no potencial como siempre lo fue, sino en acto… ¿pero mensajera de carrera?
Y bueno… no podían decir (para que tamaña ridiculez no resultase tan evidente) que era una mensajera a la carrera, o una mensajera carrereada.
¡”Mensajera de carrera”! ¡Vaya manera de complicar las cosas! Mas, como señalaba precedentemente, bajo ciertas condiciones esta conciliadora deducción no resultaría del todo desencarrilada.
Pero resulta que la validez del razonamiento en que probablemente se sustenta este bautismo depende de que una de las premisas indique que la paloma involucrada es, en efecto e indudablemente mensajera. Si se tratase de una distinta, la conclusión resultaría completamente desacertada.
Y eso es lo que descubrirían prontamente los mismos que inventaron esta engañosa denominación, extrayéndola a ojos vista de la manga de un ilusionista, si llegaran a saber en un momento dado qué clase de paloma es realmente la que tan impropiamente bautizaron.
Pero no se molestarán en averiguarlo, porque están ciegamente convencidos de que desciende en forma directa de las mensajeras antiguas y que continuará siendo por siempre de esa manera, a pesar de que lo que hace en verdad es correr carreras, y no desde los últimos tiempos, sino desde que fue creada en los alrededores de 1850. Eso sí: si se les preguntásemos de cuál de esas legendarias mensajeras deviene, porque existieron unas cuántas razas que desempeñaron ese oficio a lo largo del tiempo, no sabrían qué responder.
Y lo peor de todo, porque esto sí que perjudica a la paloma que nos ocupa, es que suponen cándidamente que si bien la verdadera función de esa paloma consistirá eternamente en llevar mensajes, ahora que provisoriamente no los están transportando, por la razón que fuere, ya no las criamos para que hagan eso sino sólo para divertirnos a costa de ellas, utilizándolas… para correr carreras.
El problema real es que, al hacerlo, las convertimos en cosas, en objetos que utilizamos sin mayores miramientos, porque son descartables, carecen de trascendencia. Si individualmente tratamos de mejorarlas, es sólo para que nos brinden cada nuevo año mayores beneficios. ¿Cuáles son éstos? Derrotar a nuestros rivales, aniquilar a nuestros enemigos, extasiar nuestro ego carrera tras carrera.
Y si las mejoras conseguidas, así y todo no rinden el resultado apetecido, pues habrá que echar mano a otros métodos más expeditivos, como medicarlas a nuestro antojo, sin que los efectos adversos que puedan experimentar ellas a raíz de estos excesos nos importen un rábano.
Estas preocupaciones nada tienen que ver con la necesidad de perfeccionar de manera constante una raza en pleno proceso de formación, mediante el esfuerzo mancomunado de todos los que nos servimos de ella.
Ignoran, por otra parte, que las palomas mensajeras, si existieran y se las utilizara aún, tendrían una antigüedad superior a los cinco mil años, mientras que las que ellos denominan “mensajeras de carrera” apenas si llevan viviendo una centuria y media, tiempo éste demasiado breve como para que las creamos plenamente configuradas.
Apenas distanciados un corto trecho de este conjunto singular (o tal vez entreverados confusamente con sus integrantes), ubicamos imaginariamente a los que, pensando más o menos lo mismo a dicho respecto, esto es, que nos las habemos con “mensajeras de carrera”, afirman que son fundamentalmente lo primero y secundariamente lo segundo, pero que lo segundo sólo existe en función de lo primero, como ocurre en una relación de causa a efecto y viceversa.
Explican doctoralmente que aunque las hacemos correr por pura diversión, atolondradamente, a la manera propia de los niños, en última instancia y a pesar de nosotros mismos, esta praxis a primera vista pasatista, huérfana de verdadera trascendencia, se halla en realidad atada a una finalidad “muy superior y finalística”, como que apunta a mantenerlas permanentemente en óptimas condiciones de operatividad, para que puedan ser afectadas eventualmente a la defensa nacional.
Este razonamiento utilitario, que nos viene de lejos, un poco después de 1870 para ser más exactos, podría ser considerado irreprochable si la paloma en cuestión fuese de verdad “mensajera”. ¿Pero qué sucedería si la cosa fuese al revés, es decir, si ella fuera realmente de carrera y se la cultivara únicamente para correr carreras, pero que en caso de extrema necesidad podría muy bien utilizarse como mensajera?
¿Para qué criar mensajeras si con la de carrera nos basta y sobra? ¿Procedería entonces que basados en esa remotísima probabilidad la llamáramos “de carrera-mensajera”? ¿Para qué? No haría ninguna falta.
Siguiendo siempre un orden progresivo de aproximación al descubrimiento de la identidad de nuestra paloma, nos elevaremos ahora hasta el subsiguiente divisadero conceptual.
Allí sientan sus reales, cada cual a su manera, los clasificadores biológicos, los colombólogos, los enciclopedistas, los tratadistas, los historiadores, los publicistas y la pléyade de comentaristas menores que, de un modo u otro, superficial o profundamente, sostenidamente o no,  entran alguna que otra vez o están en relación directa con esa “paloma mensajera” que ni sospechan que es otra cosa, que tiene su propia identidad.
Ellos tendrían que ser inexcusablemente más rigurosos respecto al verdadero ser y a la aplicación que se le da a esta paloma, porque en razón de sus respectivas posiciones, ya sean científicas, técnicas y/o literarias, no pueden manejarse con tamañas inexactitudes.
Me parece increíble que hayan podido catalogarla tan indebidamente, que no hayan investigado su procedencia y que todos se hayan referido al cometido de la misma con una liviandad, con una ceguedad, con una ignorancia, inadmisibles.
Tal vez cambien de actitud el día que, leyendo las verdaderas historias de ambas palomas, se den cuenta de que sólo fueron “mensajeras de carrera” propiamente dichas aquellas que usaron con tal propósito los primeros palomistas que el mundo conoció, las que al cabo de unos pocos años se dejaron totalmente de lado porque no colmaban sus expectativas, razón por la cual debieron crear una raza nueva. O cuando adviertan claramente que algunas de las palomas de carrera hicieron las veces de mensajeras desde la guerra franco prusiana a esta parte, pero sin que perdieran por eso su verdadera identidad.
Ahora bien, el problema inherente al desconocimiento total de “las palomas mensajeras” por parte de los enciclopedistas y de los definidores de distintas layas, obligaría a depositarlos en un escalón aparte. La verdad es que estos supuestos eruditos no tienen ni la más pálida idea acerca de quiénes fueron las palomas mensajeras de antaño ni quién es esa que todos llaman hoy equivocadamente “mensajera” y/o “mensajera de carrera”, así  que deberíamos abstenernos de pedirles que nos digan o aclaren qué es lo que ésta realmente es, porque nos confundirían aún más.
Como no conocen su verdadera identidad, la definen del siguiente modo: Paloma mensajera: “Una variedad de la paloma bravía; pertenece a la familia Colúmbidos, orden Columbiformes. Su nombre científico es Columba livia.”
Es esta una definición alarmantemente desacertada, porque sucede que justamente la paloma comúnmente denominada "bravía", se llama científicamente “Columba livia”, y si la “mensajera” es (o fue), como todos sabemos, una de sus muchas descendientes, debería llevar añadido un tercer nombre, el que permitiría identificarla debidamente.
Lo tenía, y éste era Columba livia tabellaría.
Pero la que hoy inadvertidamente pasa por ser tal, es la de carrera, a quienes los belgas mismos, al tiempo de crearla, se ocuparon de inventarle el que creyeron que le correspondía: Columba livia viator (viajera.)
Como lo que en realidad hace no es exactamente viajar sino correr carreras, debiera ser llamada en justicia Columba livia currens.
Pero parece que todas estas prestigiosas personas, como no saben nada acerca de estos asuntos, prefirieron dejarse guiar por quienes tendrían que tener esas cuestiones bien esclarecidas, es decir, por los palomistas avezados, por los que corren asiduamente estas aves, y hubiera sido mejor para todos que se hubieran escapado elegantemente por la tangente.
No es prudente dejar que los ciegos sirvan de lazarillos a otros no videntes.
Así y todo, estos catedráticos hubieran podido evitar ese enorme desacierto si hubiesen tomado las precauciones del caso, porque las personas avisadas nunca deben dar por cierto lo que no les consta fehacientemente que lo es.
Debieron haber empleado el utilísimo método de la duda metódica, pero las tonterías que los colombófilos les dijeron, les parecieron, según puede verse, totalmente convincentes.
En un plano mucho más elevado que todas, estarían ubicadas las personas que cultivan alguna de las razas denominadas “de exhibición, lujo, fantasía, competición y/o aprovechamiento cárneo”.
Estos saben bastante más acerca de las palomas en general y de las palomas “mensajeras” en particular, que todos los precedentes. Incluyo en esta nómina, por supuesto, a los criadores de las de carrera que se han dado cuenta de que trabajan con una raza singular que necesita ser perfeccionada constantemente.
Creo, incluso, que ya podríamos considerarlos, con las lógicas reservas del caso, como “entendidos en la materia”. Pero me parece que no todos lo son, pues en este fondeadero cerebral siempre vamos a encontrar algunos navegantes que, sin intención alguna de intervenir en los concursos de estandarización racial reservados a las aves de su predilección, emplean gustosos una buena parte de su tiempo libre en la crianza de una o varias de esas palomas, para satisfacer simplemente el goce estético que su tenencia les proporciona.
Aunque éstos amantes de las palomas conocen también bastante acerca de las características propias de las razas que integran ese amplio y diversificado conjunto, su penetración intelectiva suele ser bastante superficial.  
Pero yo diría que, así y todo, se trata de un conocimiento mucho más profundo y dilatado que el que de ese numeroso conjunto de palomas pudieran tener los criadores de las “mensajeras”, para quienes parece que las únicas que existen en el mundo son justamente ellas.
Estos colombófilos, si bien podrían denominar con mayor o menor  acierto algunas pocas representantes de esas vistosas razas, teniendo en cuenta principalmente los detalles más llamativos de sus respectivos exteriores, difícilmente lograrían establecer cuál de ellas representaría el tronco o variedad entre las adornadas con capucha, con moño en punta o en concha, calzadas, rizadas, etcétera.
Las únicas razas o variedades distintas de su “mensajera” que por lo general  llegan a reconocer bastante bien, son las diferentes “buchonas” que suelen utilizar en calidad de señuelos.
Sea como fuere, los criadores de las palomas extravagantes serían, en mi opinión, los que se hallarían en las mejores condiciones de poder apreciar las diferencias de origen, tamaño, forma, color y utilidad que existen entre ellas, porque cuando llevan a sus mejores exponentes a competir con los de los demás, encuentran siempre la oportunidad de ver en vivo y en directo cómo son y cómo se llaman las razas allí representadas y aprenden a distinguirlas claramente al cabo de poco tiempo.
Por el contrario, es prácticamente imposible para alguien que nunca haya participado en esta clase de concursos, poder diferenciar de buenas a primeras cuáles son la Gallina española, la Lince de Polonia, la Mundana sottobanca, la Duquesa americana, la Slenker, la Damascena, la paloma de El Cairo, la del Líbano y otras muchas por el estilo.
Y lo corriente es también que estos “especialistas” no solamente conozcan mucho acerca de la raza de su predilección, sino también de otras de diferente estampa, entre las que se encuentran las “mensajeras”, que en este nicho cognoscitivo no son una sola, ni dos, sino muchas más.
Saben, cuando menos, que existen dos clases de “mensajeras”: las que no se usan para enviar mensajes sino para correr y las “de exposición”, que fueron creadas en su momento mediante cruces practicados sobre la base a las primeras, y que no sirven ni para enviar mensajes ni para correr, sino para intervenir únicamente en las exhibiciones.
Y supongo que debido a esa mayor amplitud de criterio, debe de llamarles mucho la atención el hecho de que cuando los aficionados a esas variadas “mensajeras” exhiben las suyas, los criadores de las “mensajeras que corren carreras” brillen por su ausencia.
Es que los “colombófilos” dedicados a esas “mensajeras que no llevan mensajes sino que corren carreras”, cuando organizan sus propias exhibiciones, por lo general no los invitan nunca, porque creen que pertenecen a una categoría aparte.  En efecto, a estos segregacionistas consuetudinarios sólo les importa su propia paloma y no quieren saber nada con las otras ni codearse con los que las cultivan.
Al establecer una nueva e inapropiada diferenciación entre las palomas “mensajeras”, los clasificadores utilitarios no hicieron otra cosa más que embrollar enormemente las cosas, porque tendríamos así, por un lado, unas mensajeras que no son tales (las de carrera), otras que lo fueron pero ya no lo son (las carrier, del Líbano, etc.) y otros tipos modernos de “mensajeras”, las “de exhibición”, que no son ni mensajeras ni de carrera, aunque físicamente se parezcan bastante a estas últimas.
El siguiente altozano conceptual estaría ocupado, en mi opinión, por los jueces colombiculturales, a los que llaman impropiamente “jurados”, (por el hecho de que los jueces juzgan y los jurados, juran.) En este rimero de verdaderos consagrados encontraríamos ¡al fin! a los que conocen al dedillo (en tanto las conozcan al dedillo) no sólo la identidad racial de todas y cada una de esas llamativas, útiles o apetitosas palomas, sino, además, cuál es el estandarte propio de cada una.
Conocer profundamente a todas y cada una de las razas  y variedades de las palomas domésticas que existen en el mundo, es un raro privilegio propio de los verdaderos especialistas, los tratadistas y demás expertos en colombología.
Nosotros deberíamos formar parte de este grupo, porque siempre es bueno tener una visión de conjunto, incluso habiéndonos especializado en una sola raza.
No creo que sea este el caso de los jueces entendidos únicamente en las “palomas mensajeras”, que sospecho no lo sean tanto, desde que llaman “mensajeras” a las que no llevan mensajes sino que corren carreras. Si lo fueran, no permitirían que se llamase así a la belga de carrera y hasta nos dirían por qué debemos llamar a las cosas por sus verdaderos nombres.
Como podrá verse, también en nuestro rubro la ignorancia campea por doquier.
Sin embargo, no creo que nuestro problema esté circunscrito a ser o no ser sabios en esta u otra materia cuaquiera, porque nadie puede serlo en estos días en que el saber universal se ha vuelto imposible, sino en no saber aprovechar la enorme posibilidad que tenemos de desasnarnos cada día un poco más en aquello que más nos interesa.
Y ahora, una reflexión personal con motivo del año que termina:
2010 tiene los días contados.
2011 se avizora, como sucede con todos los años en ciernes, cuando menos, inquietante.
Todos deseamos que nos sea beneficioso, pero nadie puede saber cómo será ni cómo nos irá durante su transcurso.
El tiempo pasa sin tener para nada en cuenta lo que pudiésemos esperar de él. 
No somos dueños ni de los segundos que se nos escapan rápidamente de la vida.
Pero si somos inteligentes, podremos aprovechar el siempre escurridizo presente de la mejor manera, mejorando día a día nuestro conocimiento de las innumerables maravillas que nos rodean y, en nuestro caso en particular, también de la paloma que tanto nos agrada, porque se trata de la única oportunidad que tenemos de disfrutar lo que el milagro de la vida nos ofrece.


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