jueves, 23 de diciembre de 2010

El extraño caso del hombre y la bestia (II)


2.  El laberinto, Teseo, el Minotauro, y el cantado destino de la nieta  de Helios


S
egún las notas que he venido tomando para fundamentar debidamente “La verdadera historia de las palomas “mensajeras[1], los concursos que las tienen por principales protagonistas (a pesar de lo que siempre han creído erróneamente sus inefables propietarios), habrían comenzado en Bélgica en los alrededores de 1803.
Baso esta suposición en el hecho de que en 1808 tuvo lugar la primera suelta de las que hoy se conocen como “de medio fondo”, efectuada por los aficionados de Lieja “a orillas del Ródano”, es decir, en un punto no debidamente especificado, sobre una distancia cercana a los 500 Km.
Fue ese un acontecimiento tan excepcional, que cuando llegaron, los aficionados y demás habitantes de la citada ciudad, las pasearon en triunfo por las calles del pueblo, acompañados por una banda de música.
Pienso que para largar desde semejante distancia, los fortuitos dueños de estas mensajeras, dejadas ha poco cesantes y convertidas de pronto en viajeras (así se las consideraba a la sazón), ya habrían adquirido la necesaria y sufriente experiencia como para animarse a eso.
¿Cuánto tiempo pudo haberles demandado el llegar a estar bien seguros de que podrían regresar desde tan lejos? (No nos olvidemos que en su anterior oficio sólo volaban sobre distancias cortas.)
Yo creo que dos o tres años podrían ser bastantes. Pero si pensamos en que antes debieron hacer numerosos ensayos, organizarse en torno a las primeras asociaciones y estar en condiciones de fletar en forma conjunta el carruaje que las llevase hasta allí, un lustro sería quizá el lapso más lógico.
 No existe documentación testimonial alguna que pueda llevarnos a suponer que inmediatamente después hicieran otras sueltas como esa. (Tal vez no regresaron todas y resolvieran entonces dejarlas en suspenso.)
Así que la siguiente referencia atada a la práctica de esta nueva actividad corresponde a 1818, y da cuenta de que las distancias en las carreras comunes y corrientes, muy pocas veces superaban los 160 Km. (Creo que éstas no estaban medidas en línea recta, sino que tomaban en consideración las que  habían por  los caminos que llevaban hasta donde las tenían que soltar.)
Si tomamos entonces arbitrariamente, un punto de partida cercano a 1808, como podría ser tranquilamente 1803, doscientos cinco largos años serían aproximadamente los que nos separarían hoy de aquellos por demás  rudimentarios comienzos.
No son ellos pocos y tampoco muchos.  Ya lo dijo el poeta: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es cuestión del color del cristal con que se mira.”
Así que,  si yo los relacionara con la necesidad que me parece que tenemos de resolver, de una vez por todas, la sempiterna aporía del cuadrado del círculo colombicultural, fuente de todos nuestros males, me parecerían que han sido más que suficientes.
Y como existen otras muchas maneras más de poder calcular, en base a este dato cronológico meramente aproximativo, dónde es que estamos parados en este preciso momento los “colombófilos”[2] de los presentes días, me gustaría traer a colación algunas más.
Si, por ejemplo, queremos computar la antigüedad que ha podido alcanzar hasta ahora este casi desconocido, atolondrado y tan venido a menos “deporte”[3], los años transcurridos nos  parecerían muchísimos.
Pero si los observamos desde otra perspectiva, como podría ser, por ejemplo, el de de la enorme cantidad de tiempo que se necesitará recorrer todavía para que podamos terminar de establecer el tipo de paloma que podríamos llegar a tener un día, los creeríamos en grado sumo insignificantes.
 Y si reparamos ahora en que los cronistas de estas aves continúan hablando de “la historia de las palomas mensajeras”,  creyendo que se trata de la de las nuestras, y se largan a repetir cándidamente los cuentos, mitos y leyendas que han leído o escuchado por ahí, en lugar de ponerse a investigar esta temática acuciosamente, me parece que esos doscientos y pico de años no nos han servido para nada.
Viéndolos desde otro otero, el de la necesidad imperiosa que tenemos --en mi opinión al menos-- de redescubrir cuál es la finalidad última de nuestro quehacer (y desde luego, en el supuesto de que pudiésemos  arribar primero a esa idea y darnos cuenta después del tiempo que hemos estado perdiendo hasta ahora a ese respecto), hasta las últimas veinticuatro horas nos parecerían una enormidad.
 Doscientos cinco años les parecerán también una verdadera eternidad (y una tortura, además) a quienes –-como me pasa a mí desde hace cincuenta y siete años-- no pueden dejar de escandalizarse ante la inconcebible existencia (¡nada menos que en nuestro propio ambiente!), de una por demás increíble absurdidad: que las personas que crían esta paloma singular desconocen cuál es la identidad real de la misma y amén de eso, no saben qué cosa son ellos mismos ni lo que debieran estar haciendo si fuesen lo que tendrían que ser.
(Digo esto ultimo, porque ¿qué clase de colombicultura podrían hacer si creen que su paloma es mensajera, que ellos son colombófilos y que lo que hacen no es otra cosa más que un juego, una distracción, un mero pasatiempo?)
En efecto, aunque pasan por ser los únicos expertos que existen en esta  materia –y a estas alturas ya deberían largamente serlo--, la denominan erróneamente “mensajera”, al igual que los que no saben absolutamente nada acerca de su origen y aplicación verdaderos, sean éstos quienes fueren[4]. (Por el solo hecho de llamarla así, están demostrando a las claras que se quedaron anclados en el lejano tiempo aquel en que todavía no habían aparecido las palomas que hoy, aunque inadvertidamente, están cultivando.)
Así que si queremos matar al Minotauro, encontrar la puerta de salida de este intrincado laberinto y evitar el anunciado deceso de la infravalorada nieta de Helios, vamos a tener que aferrarnos al hilo conductor que nos proporciona el siguiente axioma filosófico: lo que es, es; y lo que no es, no es.

Agradeceré citar la fuente.


[1] Ya saben ustedes que con “mensajeras” hago referencia en realidad a las de carrera.
[2] Como “mensajera”, “colombófilo” es para mí otra de las muchas expresiones que usamos equivocadamente.
[3] La actividad que nosotros desplegamos no es sólo un “deporte”. Hablaré acerca de eso más adelante.
[4] E incluyo aquí, entre otros muchos, tanto a las personas comunes como a los  biólogos, y entre estos, muy especialmente, a los taxónomos y a los estudiosos del comportamiento animal.

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