jueves, 23 de diciembre de 2010

El extraño caso del hombre y la bestia (III)


3.  Lo que es, es, y lo que no es, no es.


V
oy a comentarles a partir de aquí, en varios tramos, qué es lo que es y qué es lo que no es tal, en el universo conceptual que gira alrededor de nuestra paloma. En primer lugar, la paloma de carrera (que como raza es sólo una), no es igual que las palomas mensajeras (que fueron unas cuantas) y viceversa. Sus historias tampoco son iguales, según vimos, aunque se entrelacen fuertemente en algunos puntos, como ocurre, desde luego, con todas las cosas habidas y por haber. Los mayores puntos de confluencia que tuvieron entre sí, tanto laxos como férreos, son éstos que siguen:
1. Ambas son columbas domésticas y por lo tanto, descienden del tronco o agriotipo de todas ellas: la paloma de las rocas o Columba livia. Tienen a raíz de eso una historia en común, porque son del mismo palo.
2. Al  comenzar la actividad colombodeportiva, los belgas utilizaron las mensajeras que el telégrafo había dejado sin trabajo. Como fueron luego reemplazadas por las que fabricaron exclusivamente para correr, éstas son una continuación de aquellas.
3. Cuando menos una de las palomas que intervinieron en la creación de la de carrera fue la Carrier del Este o Persa. Era esta una mensajera usada intensamente en Medio Oriente. Por lo tanto, la historia de esta mensajera confluye con la de las dejadas cesantes y con la de nuevo cuño.  
4. Algunas de las mensajeras que fueron usadas para correr durante la primera etapa del desarrollo de ese deporte, intervinieron también en la formación de la belga de carrera. Ello ocurrió porque al aparecer los primeros prototipos de la misma, demostraron enseguida ser tan superiores a las mensajeras cesadas y a su descendencia inmediata, que los propietarios de aquellas, no dispuestos aún a abandonarlas, las cruzaron con los nuevos especímenes para tratar de mejorarlas, imbricándolas así genéticamente en la historia de los mismos.
5. Los descendientes de la conjunción de estas palomas que, como dijimos en otro lugar, comenzaron a conocerse en Bélgica no bajo la denominación de “mensajeras” sino como ordinarias belgas, mixtas o viajeras, también se inscribieron, en la historia de las mensajeras propiamente dichas, como no podía ser de otra manera, porque de ahí venían en parte.
6. Las ordinarias belgas, mixtas o viajeras, por su notable superioridad en materia de orientación, velocidad y resistencia, provocaron la desaparición paulatina de las mensajeras con las que los belgas inauguraron este deporte; y esta escisión racial comenzó a marcar también la separación de sus respectivas historias.
7. Antes de que su separación se volviera definitiva, las mensajeras de referencia continuaron corriendo durante algún tiempo junto a los primeros prototipos de la de carrera, pero finalmente fueron reemplazadas por éstos, aunque, como quedara dicho, a estas alturas ya habían dejado también en el patrimonio genético de estas aves poco o mucho del suyo, por lo que sus respectivas historias habrían de continuar confluyendo, en cierto modo, para siempre.
A esas siete se reducen, creo yo, las conexiones históricas que las palomas mensajeras tienen con las de carrera.
Y ¿adónde fueron a parar aquellas razas que dejaron de ser mensajeras? Para que puedan ustedes apreciar mejor la completa falta de equivalencia que existe entre las palomas mensajeras y la de carrera, les diré que las que habían oficiado de correos hasta la aparición del telégrafo óptico de Chappe, después de ser desplazadas definitivamente por las de carrera, pasaron a integrar al menos una (y en algunos casos hasta dos) de las tres categorías que tiene en la actualidad la clasificación utilitaria de las palomas domésticas.
 La primera está integrada por las conocidas como “ornamentales, de exposición, lujo o fantasía”. La segunda, por las deportivas, y la tercera por las destinadas a la alimentación. Algunas de las razas y variedades que componen el primer grupo también figuran en la nómina de las del tercero, porque la abundancia de carne que tienen algunas de ellas determina que también puedan ser útiles… para meterlas en la cacerola. Como puede verse, las fronteras que separan unas razas de las otras en este tipo de categorización, se vuelven en ciertas ocasiones muy imprecisos. Y ello ocurre porque las tenemos que ver, no desde el punto de vista científico, sino desde el lado del tipo de utilidad que podrían prestarnos, criterio éste flagrantemente opinable. Debido a esta particularidad  es que también las razas que un día fueron utilizadas para transportar mensajes, como es el caso de la mencionada Carrier, para citar sólo un ejemplo, puedan figurar tanto entre las ornamentales, de exposición, lujo o fantasía como ¡entre las de aprovechamiento cárneo!
Las palomas belgas de carrera, en cambio, aunque también son pasibles de que les ocurra eso, integran un grupo distinto: el de las deportivas. En esta categoría se consignaban, hasta hace algunos pocos años atrás, tres o cuatro razas, pero hoy han quedado reducidas a sólo dos: La buchona valenciana y la belga de carrera. El juego que se practica aún con la primera de ellas consiste básicamente en soltar una hembra junto con un montón de machos, para ver cuál es el que consigue finalmente llevarla hasta su casilla y mantenerla allí. Por lo que se puede vislumbrar, la categoría que abarca a las deportivas va a quedar reducida pronto a una sola representante, porque el deporte de la suelta se está dejado lentamente de lado. En cuanto al porvenir que probablemente le espera a su segunda acompañante, la paloma belga de carrera, más adelante expondré lo que pienso que podría pasar a este respecto.
El caso es que, antes de que aparecieran en escena las palomas de carrera, existía una categoría utilitaria más, reservada justamente, a las palomas mensajeras. Entre las europeas figuraban las belgas, holandesas, inglesas, irlandesas, francesas e italianas; entre las orientales, descollaban la Carrier y la de Beirut. (Aunque algunos criadores se dedican en la actualidad al cultivo de determinadas razas y/o variedades, que dicen que forman parte, “del grupo de las mensajeras” o de las “con formas parecidas a las palomas mensajeras”, no se trata de las aves que nos ocupan y pertenecen al grupo de las de exposición.)  El hecho de que las “mensajeras” hayan desaparecido hace rato en la categorización utilitaria de las palomas domésticas, nos muestra claramente que ellas, como tales, ya no existen. En vista de esto, alguno se interrogará: Y si ya no existen: ¿por qué nos obstinamos tanto en hablar de ellas? O se hará la pregunta del millón: ¿por qué las confundimos entonces con las de carrera?  Esto ocurre, en mi opinión, por dos razones principales: primero, porque los que, llamándola de esa manera y perteneciendo a la legión de los que, por estar siempre en contacto con la nuestra, deberían conocerla al dedillo, no saben realmente quién es, y ello se debe, fundamentalmente, a que no conocen a fondo la historia de esta paloma singular ni la de las mensajeras propiamente dichas. Y no las conocen en profundidad porque, hasta donde yo sé, ninguna de las dos se ha escrito todavía. (Y no me refiero a las historias que andan circulando por ahí, que lo menos que se podría decir de ellas es que han sido mal encaradas, están incompletas y son la mar de nebulosas y conjeturales, sino a las verdaderas historias de estas aves; aquellas que nos permitirían saber, sin sombra alguna de duda, cuál es una y cuáles fueron las otras, de dónde y desde cuándo advinieron, cuáles han sido sus respectivas vicisitudes y qué han llegado finalmente a ser y por qué.)
 Y en segundo lugar, porque, aunque tampoco lo sepan los expertos ni las personas comunes (y sobre estas últimas debo decir en su beneficio que es comprensible y también disculpable que no conozcan absolutamente nada acerca de estos asuntos), algunas de las de carrera (y sólo algunas) al terminar la guerra franco-prusiana de 1870-71, fueron urgentemente importadas de Bélgica por diversos gobiernos del mundo, entre ellos el nuestro, e incorporadas de inmediato a sus fuerzas armadas, para que pudieran actuar supletoriamente en calidad de mensajeras. Las personas que conocieron por primera vez a estas palomas, segregadas imprevistamente de las de su clase, apartadas de su oficio específico y destinadas a llevar mensajes, ¿cómo iban a llamarlas, sino “mensajeras”?
Y ¿por qué fue que algunas de las palomas de carrera existentes en Bélgica, pasaron de la noche a la mañana a oficiar de palomas mensajeras castrenses, al principio,  en potencia, y más tarde en acto?
Cuando Víctor Carlos Deseado de la Perre de Roo, un afamado colombicultor y naturalista belga que vivía a la sazón en París, advirtió que la guerra entre Francia y Prusia era inminente, le sugirió al ministro de la guerra francés que si se diera el caso de que el sistema de comunicación utilizado a la sazón en la Ciudad Luz resultara desbaratado por el enemigo, reclutara de inmediato a las palomas de carrera de origen belga que había en esa capital y las usara como mensajeras.
No mucho después de haber considerado este consejo propio de un delirante, el enemigo destruyó dicho sistema y el gobierno se vio obligado a confiscar un buen número de ellas y --haciéndolas sacar previamente de la sitiada ciudad a bordo de globos aerostáticos--, les dio el uso propuesto por La Perre de Roo.
Tan rutilante (y conmovedora a la vez), fue la actuación de estas bravas palomas que, impactados por su extraordinaria eficiencia, los gobiernos de numerosos países se apresuraron a importar una buena cantidad de ellas y las incorporaron a las filas castrenses como eventuales mensajeras. Empero, hay que decir en favor de los militares de nuestro país, tan afectos como siempre fueron a llamar a las cosas por sus verdaderos nombres, que las siguieron denominando “viajeras”, tal como se estilaba por entonces en Bélgica… al menos, mientras la superioridad no ordenó otra cosa[1].
 Y así se fue instalando, en mi opinión,  primero en el vulgo y después en los restantes estratos sociales, el error de creer y llamar “mensajeras” a las palomas de carrera. Pero Cronos se encargó finalmente de vengar esa ofensa, porque las descendientes de las que habían sido un día militarizadas, pudieron finalmente retornar a sus antiguos fueros y continuaron siendo las que eran.
Lo que tenemos que tener perfectamente en claro quienes nos dedicamos al cultivo de estas aves, es que mientras las palomas de carrera militarizadas fungían como mensajeras potenciales (las más de ellas) o como mensajeras en acto (las menos) el grueso de las de su casta continuó concursando ininterrumpidamente hasta los presentes días, tanto en su país de origen como en todos aquellos lugares donde se las introdujo con aquel propósito. Es más: hasta se dio en caso de que algunas unidades castrenses aprovecharan los concursos civiles para inscribir en ellos sus mensajeras potenciales (convirtiéndolas así, en los hechos, en lo que habían sido antes de ser convocadas al servicio militar.) Querían con ello mantenerlas debidamente entrenadas, para que sus admirables facultades no se atrofiaran o perdiesen fatalmente a causa del corrosivo orín de la molicie.
Al decidir que las palomas de carrera volvieran finalmente a las manos de sus verdaderos dueños, los militares sabían perfectamente que en caso de que se produjese una emergencia nacional, las podrían utilizar inmediatamente como mensajeras, sin tener que mantenerlas y entrenarlas hasta que ello aconteciese realmente.
Y a propósito de esto, algunos aficionados creen equivocadamente que el Estado sólo estará dispuesto a continuar patrocinando la cría y entrenamiento de las palomas de carrera si y sólo si le hacemos creer indefinidamente que ellas son “mensajeras”, pero no es así. A él lo que le interesa realmente es que, de llegar a necesitarlas algún día, pueda hallarlas en óptimas condiciones de operatividad y poder contar, además, con el invalorable apoyo de sus tenedores.
Tal vez sea a causa de ese interés obsesivo que tienen algunos directivos por mantener vigentes ad infinitum los “privilegios” (que no son tales ni bastantes) de que aparentemente gozamos con respecto a la importación de aves e implementos que, aunque parece como que vienen queriendo hacerlo, todavía no se animan del todo a llamar a nuestra paloma por su verdadero nombre.  
No quisiera ser mal pensado, pero de otro modo no dirían que ella es una  mensajera de carrera”.



Agradeceré citar la fuente.


[1] Eso tuvo lugar hasta que se emitió una orden que disponía que se las llamase “mensajeras”. (Yo creo que de haberse instaurado algún premio para quienes la denominaran primero en la forma correcta, se le debía haber otorgado a los aficionados de habla inglesa, que siempre la  consideraron “de carrera”.)

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