jueves, 23 de diciembre de 2010

El extraño caso del hombre y la bestia (VI)


6.  La madre de las batallas.  Parte segunda (o la caja de Pandora)


C
omo señalara en mi último comentario, la principal protagonista del cruce “acertado” por el señor Ulens (o su ayudante, el señor Beernaerts) y la única “mensajera” propiamente dicha que --al parecer-- se empleó para formarlo, fue  la Carrier del Este o “Persa”. Es muy importante retener este detalle, porque si lo que se quería hacer (y es lo que aquí aparece como más probable) era dotar a la nueva  raza de un excelente sentido de orientación a distancia[1], tenía que pensarse naturalmente en escoger a tales efectos una mensajera o ex mensajera que residiese a la sazón en Bélgica y que fuese la mejor de todas las de su clase. ¿Era esta paloma una de las dejadas cesantes por el telégrafo de Chappe? No lo creemos, porque de haber sido así, los cronistas que estuvieron más cerca de aquel acontecimiento que nosotros nos lo hubieran dicho. Como vimos, ellos nos anoticiaron justamente de que los primeros palomistas echaron mano de “las mensajeras” que habían quedado sin trabajo a causa de la irrupción del referido telégrafo, pero nadie dijo nunca una sola palabra acerca de cuáles eran ellas. Pudieron así pertenecer a una raza solamente o a varias de ellas (seguramente muy pocas), pero parece nunca podremos saber cuáles fueron ellas realmente. Pero fíjense ustedes ahora en que, cualesquiera que fuesen estas desconocidas palomas, también estaban disponibles a la hora de poner en marcha aquella épica intentona. ¿Había entre ellas algunas que estuvieran dotadas de una buena capacidad para encontrar el camino de vuelta a sus viviendas? Debemos suponer que sí, porque de lo contrario no las habrían usado para transportar mensajes… a menos que ese servicio de correos operara únicamente dentro del perímetro urbano. Sea como fuere, el hecho es que los señores Ulens y Beernaerts las rechazaron de plano. Esto puede aseverarse porque el señor Voot, amigo íntimo del primero de ellos --y la única fuente de donde han provenido las referencias (muy escuetas por cierto) que existen sobre este cultivo-- no las menciona para nada. ¿Quiere esto significar que no había en Bélgica ninguna mensajera en acto que satisficiera las expectativas del futuro padre de la futura criatura? ¿Por qué? La Carrier no desempeñaba su antiguo rol en Bélgica. ¿De dónde la habrá sacado? ¿Del desván de las cosas perdidas? Tampoco la usaban con ese propósito los holandeses, de quienes se dice que fueron los primeros en introducirla en el continente europeo. ¿La importó el señor Ulens de Inglaterra? No oficiaba tampoco allí de correo, donde se la conocía como la “Reina de las palomas” y pasaba su vida holgazaneando, como cualquier integrante de una raza ornamental. ¿Sabía el señor Voot algo acerca de las palomas domésticas en general y de las mensajeras en particular? ¿No habrá confundido a esta “Carrier del Este” con alguna de sus descendientes mestizas? Digo esto, porque los cronistas de nuestras palomas introducen por ahí una variante nominal que la trastorna completamente, que da vueltas patas para arriba toda su anterior argumentación, volviéndola incomprensible. En lugar de “Carrier del Este” dicen “Carrier inglés” y este último, como su nombre indica, no era el persa sino uno de sus descendientes, y mestizo, para más datos. Los ingleses habían creado dos variedades más del Carrier Persa, conocidas respectivamente como Horseman (“Jinete”) y “Dragon” (Dragón.) ¿A cuál de ellos podría haberse referido concretamente el señor Voot en caso de haberse equivocado? Yo creo que la historia de los ulens comienza a presentarse, ya por el lado del “Carrier del Este” nomás, como muy poco confiable. En un sesudo estudio[2] sobre el origen de la paloma que nos ocupa, Edgar Chamberlain desarrolla dos cuadros sinópticos donde puede verse claramente que el Carrier inglés no intervino para nada en la obtención ni de la paloma de carrera inglesa[3] ni tampoco de la belga. En el diagrama que muestra el presunto origen de la primera de ellas, la Carrier del Este da lugar a tres tipos de mestizas: la llamada justamente Carrier “inglés”, la Jinete y la Dragón. La Carrier inglesa queda apartada completamente del asunto, y la conjunción las dos últimas dan lugar a una Horseman-Dragon, carente --como puede verse-- de nombre propio o apodo, la que, apareada a una descendiente del cruce de una Owl (acorbatada) con una Tumbler (volteadora), también  desprovista de documento de identidad, da lugar a la aparición de la misma. La belga sigue, al principio, otro itinerario: Del cruce de una innominada  Owl (acorbatada) con una Chesturlet (“castillera”, una de esas palomas semi salvajes que se reproducían y alimentaban libremente en los palomares con forma de torre que existían en las inmediaciones de los castillos medievales), adviene la Smerle. Cruzada ésta con la Cumulet (o antigua voladora de Amberes), da lugar a la paloma “mensajera” belga. Ésta se cruza después con la arriba citada Dragón-Horseman, dando lugar a la paloma belga de carrera moderna. Notemos que el Carrier inglés no intervino tampoco para nada en dichos cruzamientos. Como existe una gran confusión entre los genealogistas acerca de esta cuestión, debido a que los más de ellos equiparan las mensajeras belgas a la de carrera belga, siendo que son distintas (y la razón de ello está en lo que acabamos de exponer), déjenme decirles que estoy empezando firmemente a creer, por un lado, que hayan sido precisamente esas palomas provenientes del cruce de la Smerle con la Cumulet, las que los belgas usaban como mensajeras antes del advenimiento del telégrafo de Chappe; y por el otro, que la que el señor Ulens probablemente usó en su exitoso cruce, no fue la Carrier del Este pura, sino la Jinete-Dragón.
La versión atribuida al señor Voot (Ulens no dijo jamás ninguna palabra a dicho respecto) respecto  al uso directo de la Carrier del Este resulta, según puede verse, muy poco creíble. Pero vayamos ahora al encuentro de sus dos probables compañeras de fórmula. Ellas fueron, según Voot, dos ejemplares de esas palomas que llamamos “volteadoras” (de las que actualmente se conocen más de 60 razas) porque les gusta dar vueltas en el aire: la Tumbler y la Smyter. Pregunto: ¿Para qué querría el señor Ulens cruzar estas palomas con la Carrier del Este? ¿Qué apuntaba a conseguir con ello? ¿Eran estas “divertidas” palomas usadas en Amberes como mensajeras? ¿Quería el señor Ulens tener palomas de carrera que hicieran esas pantomimas?
Sea como fuere, el hecho es que, al ponerse los tenedores de los Ulens a hacer colombicultura con ellos, el efecto desconcertante del mestizaje se hizo notar espectacularmente. Cada uno de los cruzamientos se convirtieron en un abrir y cerrar de ojos en otras tantas cajas de Pandora. (Recordemos los entretelones del mito griego: Al ofrecer sus presentes a Pandora, los dioses le habían dado una caja, advirtiéndole que jamás la abriera. Su indomeñable curiosidad, sin embargo, la llevó a hacer caso omiso de esas prevenciones. Y surgieron entonces de ella “innumerables males para el cuerpo y no menos cantidad de grandes tormentos para la mente”. Aterrorizada, intentó cerrarla, pero ya era demasiado tarde, sólo quedaba, en el fondo, la Esperanza. Ella es siempre lo último que nos queda. Y el caso es que (dejando de lado el otro problema, el concerniente a la velocidad) la aventura que en las proximidades de 1850 emprendieron aquellos visionarios en pos de la consecución de una paloma de carrera cuya capacidad de orientación fuera inmejorable y, amén de eso, trasladable de manera segura a la totalidad de sus descendientes, aún forma parte de nuestro más caro anhelo. Yo creo que esto ha ocurrido porque no se tuvo mayormente en cuenta la facultad de orientación a distancia a la hora de imaginar una paloma de carrera ideal; ya que, tomando por seguro que la Carrier o la Horseman-Dragon la iba a aportar enteramente, se ocuparon ansiosamente de trabajar sobre el aspecto externo del ave que deseaban modelar. Cuando observamos que la facultad de orientación a distancia se halla prácticamente ausente o se ha heredado deficientemente en nuestras palomas; cuando notamos que la pérdida de ellas se vuelve cuantiosa; cuando llegamos a fin de año y vemos cuán pocas son las añeras que merecen ser conservadas, hay que caer en la cuenta de que no estamos haciendo bien las cosas; de que la paloma de carrera, vista como raza, aún está en ciernes y que, habida cuenta de eso, aún nos queda mucho por hacer como colombicultores. Como todos sabemos, de nada vale que una paloma sea bonita, que posea un cuerpo irreprochable, unas alas y unos ojos perfectos, una salud maravillosa, etcétera, etcétera, si no ha heredado (o ha heredado deficientemente) ese maravilloso don. Los “males del cuerpo” (pero no de la mente), como es el caso de las palomas quilludas, o grandes, o pesadas, o cuyos ojos no se compadecen con la famosa teoría de los círculos, etc., pueden pasar perfectamente por inexistentes o resultarnos insignificantes cuando las ganas de volver, la orientación, la velocidad y la resistencia del ave de que se trate, se encargan categóricamente de demostrar que estamos en presencia de un sujeto de incuestionable calidad. Sé que los esteticistas a ultranza criticarán airados esta atípica manera de razonar, diciendo que hago alusión precisamente a las excepciones que confirman la regla. Pero no me lo podrán hacer creer a mí, que llevo muchos años comprobando que, justamente, la “regla” a la que aluden, es precisamente la excepción: La cantidad de escoria es monstruosamente superior al escaso material precioso que extraemos. Yo creo que debemos pensar seriamente en lo que acabo de reseñar, sobre cómo se formó la paloma de carrera; apercibirnos de que ella no está aún totalmente formada y darnos cuenta de que su mejoramiento racial no pasa por el lado del esfuerzo individual, ese que practicamos en solitario en nuestros respectivos palomares y que casi nunca tiene trascendencia. Y no podría tenerla, porque sólo lo llevamos a cabo atendiendo a nuestro propio provecho y se diluye luego totalmente cuando desaparecemos.


 Agradeceré citar esta fuente.


[1] El que permite a un animal dirigirse hacia una meta que no puede ver directamente.
[2] The homing pigeon, 1956.
[3] Los ingleses se anticiparon en esto a los belgas, excepto que no siguieron avanzando en el plano de la competición y así fue que los últimos les ganaron de mano.

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