viernes, 24 de diciembre de 2010

El extraño caso del hombre y la bestia (VII)


7.  La madre de las batallas.  Parte tercera  

Los dioses de la guerra


A
l plantear --muy por arriba, es cierto-- el tremendo dilema que representó para los aficionados de la segunda mitad del siglo XIX, el encontrarse con la enorme diversidad de tipos que surgieron de esa verdadera caja de Pandora que significó el intento inaugural de crear una paloma de carrera, estaba en mi intención poner de relieve la diferencia de actitud que los separa de nosotros. Ellos sabían que estaban tratando de crearla, nosotros dimos apresuradamente el caso por completamente resuelto y archivado. En aquellos tiempos, la situación era palpablemente diferente. A más o menos cincuenta años del fortuito comienzo de las carreras de palomas y habiéndose superado sólo escasamente el momento en que Ulens plantó los pilares de la clase de colombicultura que teníamos que practicar, los aficionados belgas ya se habían percatado perfectamente de que se las tenían que ver ahora con una criatura completamente nueva, e incluso, en pleno proceso de formación. Como Archaeopteryx, que no era ni dinosaurio ni ave, sino un prototipo transicional, las Ulens y las que a ellas se agregaron luego para bien o para mal, representaban para ellos algo que podía llegar a ser, pero que aún le faltaba mucho para conseguirlo. Prueba suficiente de lo que digo es que, no obstante saber que habían empezado recién a crearla, ya figuraba ella en sus mentes como una raza incuestionablemente novedosa. Y  fue por eso no dudaron siquiera un momento en darle un nombre propio, todavía imperfecto, es verdad, pero claramente descriptivo: viajera, mixta u ordinaria belga. Y como esto no les pareció todavía suficiente, establecieron de inmediato la denominación que le correspondía llevar en el plano de la Taxonomía[1], relacionándola lúcidamente con el primero de esos nombres, que era precisamente el que definía, de manera indubitable, la aplicación exclusiva que le estaban dando. En efecto, la expresión latinizada que le dieron, Columba livia tabellaría, significaba, concretamente, que se trataba de un ave que había derivado del tronco o agriotipo común a todas las palomas domésticas, pero que configuraba una raza completamente inédita, creada exclusivamente para “viajar”. El término elegido para que, de ahí en más, pudiese ser reconocida sin sombra alguna de duda por quienesquiera que fuesen, aficionados, expertos, legos y científicos, no resultó, empero, el más apropiado, porque decir “viajera” no es lo mismo que decir “de carrera”. No podemos culparlos por esa flagrante inadvertencia. Era aún muy temprano para que sus creadores y nombradores, recientes inventores, por otra parte, de las carreras de palomas, pudieran haber tenido oportunidad y tiempo como para inventar el acervo lingüístico propio de este incipiente y aún rudimentario quehacer. (Lo verdaderamente deplorable y extraño que descubro en todo esto, es que, habiendo transcurrido ya doscientos cinco años de aquel momento, aún no hayamos dado ese paso y sigamos sin saber quién es esa paloma, quiénes somos, y qué es lo que realmente tendríamos que hacer.) Pero sí ocurrió, que la impropiedad del nombre elegido para categorizarla, la calificación asaz ambigua de “viajera”, que intentaba desesperadamente decirlo todo, cuando en realidad no terminaba de aclarar ni precisar nada, dejó al desnudo al menos, una cuestión de enorme importancia para nosotros y que debió haber tenido su correlativa trascendencia, pero que nos pasó lamentablemente inadvertida. Era ésta, la tajante separación que dicha voz establecía entre esta paloma de nuevo cuño, destinada a “viajar” (correr) y sus predecesoras, tanto las que tuvieron por oficio llevar mensajes, como (y especialmente) las dejadas cesantes entre la última década de ese siglo y la primera del siguiente, a consecuencia de la irrupción en Francia, Bélgica y los Países Bajos, de un medio mucho más rápido y seguro de comunicación: el sistema semafórico inventado por el ex clérigo Claudio Chappe, inaugurado en territorio francés en 1793. Pero esa diferenciación pasó, como dije, completamente ignorada. Sus actuales tenedores, la gente común misma y --lo que es más imperdonable--, los científicos que de una u otra manera tienen algo que ver con ella (como es el caso, entre otros, de los que estudian el comportamiento animal) llaman a estas aves --¡en pleno siglo XXI!--- de una manera absolutamente inexacta, confundiéndolas todavía con aquellas que las Ulens comenzaron a eclipsar en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, como apuntaba también en otro lado, sabían muy bien que trabajaban con una raza en proceso de formación, apenas prefigurada, que había que perfeccionar entre todos, codo a codo, y que eso habría de llevarles muchísimo tiempo. Y que para asentar ese esfuerzo cultural común sobre bases sólidas, necesitaban contar, además, con un plan de acción hacedero y confiable. Al llegar 1886, inspirada en esa sentida necesidad, en una época todavía temprana (solamente habían transcurrido unos 36 años desde la aparición de las primeras Ulens), ya estaba funcionando en Jemeppe, población ésta situada a sólo una docena de kilómetros de Namur (una de las principales cunas de la nueva  raza), una escuela colombicultural de alto vuelo, creada exclusivamente con el propósito de guiar adecuadamente hasta la puerta de salida, a los aficionados de la época que deseaban meterse o ya se habían introducido en el desconcertante laberinto que ineludiblemente había que recorrer para obtener esa paloma. Podría decir, pues, que los aficionados belgas de finales del siglo XIX no sólo tenían pleno conocimiento de la finalidad que debían perseguir al dedicarse al cultivo de esta raza en ciernes, sino de cuál era el único medio idóneo con que contaban para intentar alcanzarla. Estaban, en efecto, perfectamente al tanto de que, siendo el fin último que debían perseguir la perfección constante de esa paloma de carrera en ciernes, el medio de que debían servirse para lograrlo era el de hacerlas correr en igualdad de oportunidades e ir seleccionando así las mejores reproductoras que tenían, aquellas que realmente generaban buenos hijos. Después les tocaría a esos hijos demostrar que podían realmente transmitir esa bondad. No podría empero, asegurar que priorizaran el uno sobre el otro, pero sí que el medio no era otra cosa más que lo que debía ser: un recurso operativo. Jamás se hubiera llegado a pensar que suplantaría al fin. El caballo debía preceder siempre al carro (cosa que no acontece en la actualidad.) Como no podía ser de otro modo, sólo los más inteligentes, afanosos (y suertudos) pudieron dejar impresos sus nombres en la historia de la formación de esta paloma singular. Los que veían en todo esto nada más que un simple divertimento, carente de trascendencia alguna, los que sólo vieron un fin en el medio que debía llevarlos a él, los que equivocaron lamentablemente el rumbo[2], aunque sin caer en el facilismo, fueron devorados por el anonimato. Por lo que se echa de ver al pesquisar de cerca estos acontecimientos, todo marchó medianamente bien durante un largo tiempo. Pero algo completamente impensado debió de ocurrirles a los aficionados que recogieron la posta a principios del siglo siguiente, porque lejos de seguir siendo para ellos, como lo fue para sus predecesores, este perfeccionamiento indispensable de la paloma “viajera”, una obligación casi sagrada, un desiderátum difícil, pero no del todo imposible de lograr, lo dejaron completamente de lado, como si ya hubiese sido plasmado, y ella pasó a ser, casi de un día para el otro, insensiblemente, nada más que un objeto, una simple “cosa”, “algo” que podía usarse y desecharse sin mayores complicaciones. Los “colombófilos” del siglo XX, ya no la cultivaban para beneficio de todos (para que pudieran existir mejores palomas de carrera) ni para legarla a la posteridad notablemente optimizada, sino para utilizarla en su propio y exclusivo provecho, así nomás, como estaba. No existía ya en el siglo que acabamos de abandonar (ni existe en el actual), aquella finalidad transcendente de por medio, aquella faena digna de ser perseguida con denuedo entre todos, sino una apetencia rastrera, egoísta, autista si se quiere, que a nada bueno podía conducir, como sucede  siempre cuando uno comete la insensatez de matar a la gallina de los huevos de oro. Más que dedicarse a mejorar la raza, invirtieron su tiempo en sacarle el jugo a aquellas palomas que mejor les funcionaban (por obra y gracia de los desvelos de sus antecesores), con el único objeto de poder acceder y mantenerse luego indefinidamente en el sitial (fatalmente transitorio) reservado a los campeones, aunque todas sus buenas palomas se quedasen por el camino o no les sirvieran en adelante para nada, ni a ellos ni a nadie. La guerra entre los palomeros, así planteada y ejecutada, al igual que cualquier otra, es tonta y, además, retrógrada, porque sólo conduce al embrutecimiento del alma. Y la paloma se convierte así, en su peor víctima. Por eso es que hoy vemos cómo la mayoría de nuestros campeones abandonan este mundo sin dejarnos nada que valga la pena de continuar cultivando. Cuando compramos en los remates post mortem las palomas que nos dejaron (muy a su pesar dirían, si lograran hablarnos), nos llevamos la proverbial Bricoux[3], pero no a éste, porque ya no parece haber espacio para los continuadores. (Para que no se me mal interprete, me refiero específicamente al tipo de continuidad que se estableció, por ejemplo, de Alois Stichelbaut a Michel Descamps Van Hasten, y mejor aún, la que se extendió del primero de ellos a Daniel Labeeuw y de éste a su hijo Frans.) En lo que atañe a los fines de la colombicultura que debiésemos estar practicando, es como si las personas que se fueron y las que inevitablemente las sucederán en el corto y mediano plazo, no hubieran existido nunca. Por eso es que siempre estamos empezando de nuevo.

 (Continuará)








Agradeceré citar la fuente.


[1]  La ciencia que trata de la clasificación científica de animales y plantas.
[2]  Muchos fueron los aficionados que se dedicaron a inventar nuevos cruzamientos, sin ton ni son, utilizando palomas de diferentes razas, en lugar de tratar de perfeccionar lo que habían conseguido hasta entonces Ulens y sus seguidores inmediatos.
[3] Se cuenta que cuando el nombrado le vendía a alguien alguna de sus aves, le advertía que se llevaba una paloma de él, pero no a él. Como ha pasado mucho tiempo de eso y ya casi nadie sabe quién fue, podríamos parangonar hoy dicha prevención diciendo que compramos una Janssen, pero no a quienes las formaron y las volvieron inestimables.

1 comentario:

  1. Hola Juan Carlos. Soy Belén, la hiija de tus primos Josele y Lucía. Encuentro muy interesante tu blog, aunque yo no tengo mucha idea del tema. En la zona en que vivo, hay bastante tradición de cría deportiva de palomas, aunque creo que en otra modalidad distinta de la que practicais allí. Alomejor puedo conseguirte alguna foto, porque algunos familiares de mi marido son muy aficionados. Aquí a los criadores de paloma se les llama colombaires. Bueno, un saludo

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